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viernes, 15 de febrero de 2013

UNA HISTORIA DE AMOR...



AL CRUZAR EL PUENTE...

No eran todavía las 9 de la mañana y ya había acabado con el trabajo que me había llevado a aquella ciudad alemana. Podía decir que mi dossier para el reportaje sobre la fabrica automóviles Mercedes-Benz, lo tenía completo. Tendría que darle forma, pero mi tarea en Bremen había terminado.

En la víspera apenas había visto nada de la ciudad. En la cena había comprobado la exquisita cocina a base de pescado y la calidad de la cerveza.

Ahora tenía varias horas por delante... para conocer algo de esta ciudad que había leído que tiene 1.200 años de antigüedad.


Como siempre suelo hacer, al primer lugar que me dirigí fue al mercado. Bueno la Plaza del mercado, en sí, es una maravilla: cuenta con edificios de siete siglos diferentes. Pero a mí, sobre todo me interesaba acercarme... y percibir de cerca la vida real: Yo sé que es en los mercados donde se puede conocer mejor cómo es la gente de un lugar. Sí efectivamente: aún sin saber mucho alemán, ahí pude saber desde los gustos de la gente hasta el nivel económico del que disfrutan: cómo comen, qué importancia le dan a sus hábitos saludables,  cómo visten, hasta qué aficiones tienen o cómo se divierten... Observándolo todo, sabiendo leer todo lo que “enseñan”... no me hacía falta preguntar nada a nadie.

Sólo compré algunos productos de chocolatería. Luego,  me dejé perder por la ciudad, paseando, sin prisas, anduve de un lado para otro. Me acerqué al impresionante edificio gótico del Ayuntamiento, que está  completado con una fachada renacentista; a un lado vi la famosa escultura de los músicos de Bremen.


Los pies me llevaron a Barrio Schnoor, todo un intrincado laberinto de callejas y plazuelas con edificios y patios de los siglos XV y XVI. 

Me asombré como todo encaja en Bremen: lo antiguo se conserva,  lo nuevo se prueba, todo está bien. Quizá eso sea como un signo de que aquí la gente tiene una buena filosofía de la vida. Casa cosa, todo, tiene su valor: es importante respetar todo lo que puede existir. Se nota que es un lugar donde se vive y deja vivir en el espíritu de la libertad, tolerancia y liberalidad. Se aprecia hospitalidad en cada rincón y en cada persona con la que te vas tropezando...


Pensando en todo esto, me dirigí al puente sobre el río Wese.

Y al cruzar el puente... vi a una linda mujer que subida en su bicicleta me pareció como que me observaba. Vestida con pantalón marrón y camisa roja; llevaba colgada una mochila... Nada más verla me gustó. No pude evitarlo, me quedé parado. Era como que sentía que debía acercarme a ella: era como que desde lo profundo sintiera que aquella mujer me llamaba...  Atravesé el puente despacio, me dirigí a ella:

-        ¿Por casualidad hablas castellano?
-        Pues, soy española, y no es casualidad...
-        Estupendo. Encantado.
-        Oye, ya que... ¿me harías un favor?
-        ¿Cómo qué?
-        Quisiera una foto... (me dijo, mientras me entregaba su cámara).


Para enfocar mejor el ángulo de la foto, queriendo que se viera algo de las riberas del río, me retiré un poco... y disparé; pero con la mala suerte (bueno, acaso no tan mala, todo depende...) de que pasó corriendo, justo en ese momento,  por delante un chaval patinando. Así que estropeó la foto. Intenté repetirla, pero coincidió que se le había acabado el carrete.

-        Bueno, no importa (le dije), yo te la haré con mi cámara, que es digital; luego me dices a dónde he de enviártela... y ya.
-        Vale.

Repetí la toma. Esta vez, ella sonreía más ampliamente... Le pedí que me dejara hacerle un par de ellas más. Ella me miraba, y a mí me daban ganas de besarla... Por minuto me daba cuenta de que me gustaba más y más. Me apetecía quererla...

-        Bueno, le dije: ahora tienes que decirme...


El caso es que así, tenía (o teníamos) la excusa perfecta para seguir conversando un rato más. Tenía que darme su dirección para que le enviase la fotografía.

-        ¿Tienes un rato libre?
-        Sí... ¿por qué?
-        ¿Te apetecería un paseo en un barco?
-        Sí que me apetecería, pero... es que sola...
-        Venga, vamos; así nos conocemos... que me dice mi instinto de artista... ¡que eres una obra maestra!

Se rió. Me reí. Nos dimos el paseo... Luego seguimos charlando. Fuimos juntos a ver la colección de esculturas de Gerhar Marcks. Que, por cierto, tanto a ella como a mí nos encantó.


Ante... yo le dije:

-        Creo que somos tal para cual.

Ella me cogió la mano y me dijo:
-        Tranquilo..., hombre, tranquilo.

Fuimos a comer juntos. Los dos teníamos ganas de aprovechar aquel encuentro.

Ella pidió una langosta sobre espaguetis ("Gashoff`s Bistro"), yo preferí la langosta sobre guacamole (L`Orchidee). Acabamos probando unos trozos de tartas caseras.

Luego nos asomamos al puerto. Otra vez me sorprendí con la cantidad de  buques que había. Y por la modernidad de aquellas instalaciones.


Ya estábamos algo cansados los dos, y decidimos ir a echarnos un rato. La acompañé, estaba pasando unos días con una amiga. Luego me fui al hotel. Por supuesto quedamos en vernos más tarde.

No podía ni creérmelo: había conocido a la mujer más maravillosa del planeta Tierra y a la mañana siguiente ¡tenía que regresar a Madrid...!!!

Bueno, tenía que aceptar aquella realidad, vivir el momento presente, saborearlo y amarlo: ser feliz viviendo conforme a lo que me estaba sucediendo...

Fui a recogerla con un ramo de dalias: unas eran blancas, una amarilla, otras moradas.

Vi que se sorprendió. Me dio las gracias y me acarició la cara con su mano.


Le dije:

-         ¿Sabes el significado?
-         No...
-    Mira, le fui diciendo: las dalias blancas... lo que significan es “agradecimiento”, que creo que te debo; las amarillas “unión recíproca”, que me gustaría...; las moradas es “ten piedad de mí”...; por favor, mujer, que me estás enamorando hasta los tuétanos. 

Ella calló. Luego me echó los brazos por los hombros y me besó. Nunca había sentido lo que esa tarde sentí:  noté como todo mi ser vibraba. Y, también, percibí ¡como su cuerpo temblaba!... 

Sí, evidentemente, en Bremen se sabe vivir, fuimos descubriendo esa otra faceta de una ciudad que dispone de innumerables  cafés, bares, restaurantes, pubs, etc. Tapeamos, bebimos cervezas, bailamos y nos abrazamos...

Ya tarde, de madrugada, le dije que muy de mañana tenía que coger mi avión.

Ella dijo:

-        Ya sabía yo que algo tan bonito no podía...
-        Hagamos un poco de fullería, le dije: ¿y si nos quedamos toda la noche juntos...?
-        Vamos...


Nos acercamos al hotel. Teníamos unas horas para hacerlas inolvidables. Y lo hicimos: nos amamos... sin pensar en nada.

Fuimos felices, lo más bonito que me ha pasado nunca en la vida.

                         (de mi libro “DESDE EL ALFÉIZAR”)



7 comentarios:

  1. El amor se presenta cuando, donde y con quien menos te lo esperas.
    Un relato que me ha encantado.
    Abrazos

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  2. Te engancha. Bien creí que se trataba de un viaje turístico, que también, por un país hermoso. Pero apareció el amor. Y vuelta a empezar. Sin darme cuenta que continuará... Que la historia está inconclusa. Agradable leerte.

    Salud

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    1. Gracias, Salud. Me gustó tu comentario. Sí, la historia puede seguir...

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  3. Σίγουρα δεν κατάλαβαμε το άρθρο ,λόγω γλώσσας ,αλλα χαρήκαμε τις φωτογραφίες που ειναι εξαιρετικές!!!!!!

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