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domingo, 26 de julio de 2015

¡QUÉ VERGÜENZA!

 
 


¿QUÉ ES LA VERGÜENZA?

Seguramente desde hace muchos siglos (por lo menos desde tiempos del Imperium Romanum), el alma humana ha sido muy lastimada con toda clase de normas y creencias: la culpa, el miedo, el tabú sexual, la marginación, la desaprobación,  el castigo, etc.
 

Como consecuencia de ello, quienes no sabían “cumplir” con todos los requisitos establecidos (lo que está bien o lo que es de moda) o, simplemente, no estaban “de acuerdo” con su seguimiento, corrían el riesgo de ser personas clasificadas como desvergonzadas, objeto del descrédito general.
 

Así quienes no se atenían a “lo establecido” podrían clasificarse como culpables del desorden, empujados a sentir la vergüenza de los demás sus miembros de la sociedad, en el curso de los diversos intercambios cívicos. Y, lógicamente, aquí entraba el imperio de la crítica…
 

Pero bien, esto era algo de épocas pasadas ¿verdad? Ya, ahora, que estamos en el siglo XXI la cosa es de otra manera ¿cierto?

Pues no. A mí me parece que no. Actualmente seguimos preocupándonos del “qué dirán”, de si vamos a la moda o de si nuestro físico no cumple los “requisitos”  básicos para “estar bien” o  ser "un tío bueno" o “una mujer 10”.
  


 
Nos importa (y mucho) la opinión común, así como las conductas esperadas a las que no se responde “adecuadamente”. Y ello nos pueden causar el sentimiento de vergüenza individual (así como de reprobación pública) especialmente si se trata de cosas que contravienen principios eficazmente establecidos por el total de una comunidad ciudadana, o población. Cuestión que es hasta peligrosa, pues la vergüenza (o el miedo a ser avergonzado), puede llevar alguna gente a tener actitudes prejuiciosas, como la baja autoestima o hasta la depresión.
 



Ese sentimiento de incomodidad producido por el temor a hacer el ridículo, ese temor a perder una cierta “dignidad” motivada por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos: vergüenza hablar en público, vergüenza de sentir la mirada de la gente, vergüenza de desnudarse delante de alguien, vergüenza de pedir una explicación…

La sensación humana de la vergüenza, por el conocimiento consciente de desagrado o condenación por parte de otras personas, puede acarrearnos un cierto sentimiento de culpa, que obedece al desarreglo de los valores interiores personales, respecto de los del ambiente en que se vive.
 


Pero es que, a veces, ni siquiera hace falta una mirada crítica del exterior, porque se puede dar el caso de tener la experiencia individual de la vergüenza dependiendo exclusivamente de sí misma, de sí mismo; como sentimiento interior doloroso sobre nuestra persona. Pues es posible sentir vergüenza de acciones o pensamientos de los que nadie sabe, o tener un sentimiento de culpabilidad respecto a acciones que los demás hasta consideran como buenas o normales.

Sea el caso, por ejemplo, que tantas veces se dice de que las mujeres embarazadas o gestantes pierden la vergüenza… Pero ¿por qué? Quizás porque están contentas, se sienten felices y hasta orgullosas de su estado o situación, ¿por qué sentir vergüenza de algo tan importante en sus vidas? Más bien ¡tienen alta su auto-estima! ¿Algún motivo para avergonzarse de ello?

Pero puede darse el caso de no sentirse cómodas, de avergonzarse por sustentar la vida…, sin ser causada por ninguna acción deshonrosa o injusta.
 

Claro que siempre entra la duda de si alguna de nuestras acciones tendrá, o no, un reconocimiento de la valoración positiva o negativa por parte de quien nos observa. Acaso hay complejos, tal vez inseguridades. Y, seguramente, es normal que hasta nos suceda habitualmente, es como una “emoción” que nos hace caer en la cuenta de que somos finitos: somos seres humanos.

Si siempre vamos sabiendo que tenemos el “reconocimiento positivo” de todo el mundo, hagamos lo que hagamos…, es posible que, sin ningún complejo, no tengamos vergüenza de nada ni de nadie. Y estaríamos haciendo una sociedad de gente orgullosa y hasta insoportable.
 

La conclusión creo que es clara: no es bueno vivir pensando sólo en si lo que hacemos parece bien a quien nos rodea o mira, pero tampoco creernos que no hay ni en nuestra actitud ni en nuestro físico nada por corregir: sepamos aceptarnos como somos y no tengamos complejos insanos, pero aceptemos, con humildad y sabiendo perdonar los propios errores, que la perfección es esa utopía que nadie alcanza en esta vida.
 

Dice Louise L. Hay:

Me gusta la sensación de libertad que siento cuando me quito la pesada capa de críticas, miedo, culpa, resentimiento y vergüenza.
Entonces puedo perdonarme a mí y perdonar a los demás.
Eso nos deja LIBRES a todos....

Renuncio a darle vueltas y más vueltas a los viejos problemas.
Me niego a seguir viviendo en el pasado.
Me perdono por haber llevado esa carga durante tanto tiempo, por no haber sabido amarme a mí ni amar a los demás.
Cada persona es responsable de su comportamiento, y lo que da, la vida se lo devuelve.

Así pues, no necesito castigar a nadie, todos estamos sometidos a las leyes de nuestra propia conciencia, yo también.
Continúo con mi trabajo de limpiar las partes negativas de mi mente y dar entrada al Amor.
Entonces me curo.

No hace falta saber cómo perdonar. Basta estar dispuesto a hacerlo, del cómo ya se ocupará el Universo.
 

2 comentarios:

  1. Curiosamente este tema lo traté también en mi blog hace poco más de un mes (http://miguelvallejera.blogspot.com.es/2015/06/willy-chicho-y-jose-playa-de-las.html) donde incluí un texto del escritor Miguel Arcángel de Vallejera y de Riofrío en el que se refiere al chucaque, una rara enfermedad psicosomática que aún se da en el norte del Perú.
    Un abrazo,

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  2. A tomar menos en cuenta el qué dirán, desaparece el miedo al ridículo y por consecuencia la vergüenza. Es una carga muy inútil y pesada para el desarrollo, claro, sin caer en extremos.
    Un beso.

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