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lunes, 5 de septiembre de 2016

EL DILEMA


¿Y QUIÉN MANEJA...
MI BARCA?

Inapelablemente, a veces (tantas veces), la vida nos sorprende y nos pone por delante situaciones que no esperábamos.

¿Qué hacer entonces?

¿Volvernos atrás y retroceder… hasta una anterior “área de confort” donde nos encontrábamos?

¿Cerrar los ojos y taparnos los oídos; para, así, pretender no ver ni oír la realidad que tenemos que aceptar… porque es la que es?

¿O, acaso, asumimos el reto, dejando los miedos a un lado, confiando en nuestro Yo Superior, para arrostrar la aventura de vivir?

No es verdad que nuestro destino esté escrito. No lo creo y me niego a aceptar que sea así. Pues (al menos y aunque sólo sea parcialmente, o en una parte de nuestra vida) somos responsables del camino que, en cada momento, elegimos.

En ocasiones hemos encontrado personas que se quedan paralizadas, delante de su propia realidad. Sí, hay quienes le echan la culpa, de todo cuanto les sucede, al destino: “estaba ya todo escrito”; otras y otros le atribuyen a Dios la soberanía de todo lo que les acontece: “estaba de Dios”, dicen. Incluso habrá quienes culpen, de lo que les pasa, a ciertos poderes fácticos que lo controlan todo: “estaba programado” por alguien…

Son excusas. Sólo excusas. Aunque sea verdad que hay ocasiones en las que es muy difícil asumir las propias responsabilidades…, pero es que, si no lo hacemos, para empezar: nos traicionamos (a nuestra propia persona).

Querámoslo o no, somos responsables de nuestras acciones. Y las excusas (por muy adornadas que las queramos presentar), son eso: intentos de evadir responsabilidades: ¡excusas!

Pero, aún así (negándonos a estos planteamientos) hay ocasiones, circunstancias, acontecimientos… que, sin buscarlos, nos suceden (ante los cuales no podemos hacer nada) y que pueden, ciertamente, cambiar nuestra realidad personal.

Unas veces pueden ser la consecuencia de un fenómeno natural (una tormenta, un terremoto, etc.); otras, la acción de una persona que interacciona en nuestra vida…

Y ¿qué hacer?, ¿cómo actuar?, ¿nos escondemos debajo del ala?, ¿acaso… renunciamos a vivir? Y ¿dejamos que los miedos (los propios, los ajenos) nos limiten la existencia?


No, si estamos en la vida… ¡que sea para VIVIR!

Pero vale: tenemos derecho a (alguna que otra vez, que no todos los días del año) a sentirnos mal. Como también tenemos derecho a dudar y hasta a equivocarnos.

Somos seres racionales, pero también vivimos de emociones, de sentires. E igual que hay ideas que nos llevan a actuar de una determinada manera; también hay sentimientos que no se pueden evitar y nos marcan, en ocasiones, el camino por el que hemos de andar.

Y ante lo inevitable…, lo mejor es aceptarlo. Pero también es verdad que no siempre debemos dejarnos llevar por el primer impulso, por lo que nos pide el corazón (o el cuerpo entero) sin más, irremediablemente.

No todo se puede programar, ni tampoco tener siempre “bajo control” las emociones. Pero creo que nunca estará de más escuchar el viejo adagio de nuestras abuelas de «consultarlo con la almohada»; o, lo que es lo mismo (o de muy parecido resultado) lo de contar a cien antes de lanzarse al vacío… con el único paracaídas de la ilusión.

Bien. Quizás habrás ocasiones en las que nos llega la tormenta, el huracán, el terremoto…) y perdemos todo el control de la barca en la que vamos. Entonces, sólo podemos agarrarnos fuerte a algún palo grueso o a esa persona que tenemos cerca y dejarnos llevar… ¡Qué sea lo que Dios quiera!

Pero no siempre es así. Ciertamente (y lo sabemos), la mayoría de las veces, el timón está (o puede estar) en nuestras manos. Y es de cada quien el derecho y la responsabilidad de decidir su porvenir.

Asumirlo es un reto. También una ocasión irrepetible de gozar con ello.


 
 
 

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