LA BODA
Luis y María, eran novios.
María y Luis se habían
conocido en la cola de un supermercado. Sí, el amor llega... cuando tiene que
llegar. A veces esperándolo, muchas otras... esperando otra cosa; como fue en
este caso. Él había hecho su recopilación de productos y se dirigió a la caja.
Como vio que había una cesta con cosas, la respetó y la fue empujando con el
pié... De pronto llegó ella:
-
perdona,
es mi cesta...
-
vale,
pasa, supuse que era de alguien...
-
gracias...
-
lo
que no sabía es que era de una mujer tan linda...
-
gracias,
de nuevo...
-
no,
gracias a ti, por aparecer así... y alegrarme el paisaje... y creo que hasta el
día...
-
qué
amable es...
-
te
toca
-
¿qué?
-
que
te toca, que ya eres la próxima
-
¡ah!,
es verdad, me despisté...
Así empezó todo.
Luego, al salir del comercio,
ella se retrasó un poco... mientras que él ni se paró a comprobar la
cuenta. De este modo, volvieron a encontrarse, y anduvieron un
tramo de calle juntos, hasta que él dijo:
-
Bueno,
mi nombre es Luis y... ha sido un placer conocerte.
-
Lo
mismo digo... Yo me llamo María.
-
Espero
volver a coincidir... Creo que ya ¡necesitaré volver a ver esos lindos ojos
grises!
-
Gracias,
que galante.
-
No,
simplemente observador...
Y volvieron a encontrarse
otras veces. Y una vez tomaron juntos la merienda. Y otra vez fueron al cine. Y
otra a bailar. Y otra, y otra... Y, sin decirlo ni decírselo, se hicieron
novios. Y sin hablar de boda, buscaron un piso, y lo fueron amueblando y
decorando... Y pasaban en él muchas horas juntos...
Sin prisas..., pero sin
pausas... ¡cómo es el amor!
Después de unos años, un día
les surgió la idea... ¿por qué no casarse? Hasta entonces, habían sido novios
de esos... que lo tienen claro, pero que nunca saben cuando van a casarse...
Eligieron el día, el
veintisiete de marzo. Y todo fue rodado...
Pero (¡qué cosas!) ninguno de
los dos cayó en la cuenta de que, precisamente ese día, era el día del cambio
horario. Y nadie les comentó nada. Ni a ellos les pudo pasar, jamás, por la
imaginación... que el Gobierno les tenía preparada una sorpresa...
Así es que, en la víspera,
Luis pasó la noche con los amigos, hasta tarde. Tanto que, luego, se quedó a
dormir en el mismo hotel donde le habían hecho la “despedida de soltero”.
En la mañana, le llamaron de
recepción, para avisarle que era la hora. Se despertó, se duchó, se acercó a su
casa para arreglarse... Y se fue, medio dormido, pero puntual a la cita que
tenía con su querida María.
Mientras, María, que el día
anterior había estado de peluquería y demás, ni se había enterado del cambio
horario.
Claro... Así es que ese 27 de
marzo, Luis Miguel Checa y Villavicencio estuvo en la Iglesia de Santa María de
la Luz a las 10 de la mañana; incluso unos minutos antes.
Pero ni a las 10 en punto, ni
a las 10 y cuarto, ni a las 10 y media... aparecía toda la gente que se suponía
debía acudir. Sólo unas pocas personas, casi todas desconocidas para él,
estaban ahí esperando...
Ya a la y media, el cura
párroco salió a ver y preguntar...:
-
Miren
ustedes, tenemos que empezar ya..., que luego a las 11 y media tengo que estar
en otro lugar... y no nos va a dar tiempo...
-
Bueno,
perdone, pero es que la novia no llega...
-
¿Y?,
díganme...
-
Pero
es que esto es muy raro..., ni siquiera han venido...
Así estuvieron todo un
rato...
-
Pero
están ustedes seguros de que la boda es hoy, a las 10?
-
Claro...
-
Mejor
dicho: que han comunicado ustedes a la gente, incluida la novia, que la boda se
celebra hoy, aquí, a las 10 de la mañana. ¿Es correcto?
-
Bueno,
ya no se nada...
-
Venga,
llamemos a la novia... ¿alguien tiene, por ahí, en teléfono móvil?
Conseguido el teléfono, Luis
marcó el número de su novia...
-
Vaya,
¡comunica! Voy a intentar...
-
Su
móvil, desconectado o fuera de cobertura.
-
Vuelve
a marcar... el de la casa...
-
Sigue
comunicando.
-
Ya,
ya... ¡Vaya, ahora no lo coge nadie...!
-
¡Por
fin!
-
Sí...
-
¿Qué
acaban de salir...?
-
Bueno,
son las 10:45 y acaban de salir...
Volvió a decir el cura:
-
Pues
yo a las 11 y poco tengo que irme...
A partir de ese momento,
empezó a llegar la mayoría de la gente, seguro que ajenos a todo lo que ya
estaba ocurriendo...
Aunque, todavía, la
celebración de la boda les guardaba unas cuantas sorpresas más.
Sí. Mientras todo el personal
se situaba y encontraba ubicación en el templo... ¡ya eran las 11 y cuarto.
El cura dijo:
-
Yo
lo siento, pero no puedo entretenerme; no es mi culpa que llegaran con tanto
retraso y ya tengo un compromiso al que tengo que acudir ya. Me puedo retrasar
unos minutos..., el tiempo de darle mi bendición a los novios y ya está.
Entonces, uno de los invitados
se acercó al presbiterio y le dijo: - Mi mujer y yo somos misioneros seglares;
estamos con comunidades en la selva amazónica y yo tengo autorización para
celebrar casamientos; es algo que hacemos constantemente... Si usted me
autoriza, yo puedo llevar a cabo la celebración de este Matrimonio.
Así es como, después de
charlar unos minutos con el cura y aclarar algunas cosas, el matrimonio misionero se quedó a cargo de
la celebración.
De este modo, la celebración
de la boda fue de lo más original. No hubo, no pudo haber celebración de la
misa, pero entre Carmen y Horacio (que se llamaban los misioneros) hicieron una
muy bonita celebración de la Palabra y una celebración matrimonial de lo más
profunda y evocadora.
Él habló de la importancia de
ser “signos de Amor” en este mundo tan chocante y hasta desolador, donde los
valores ya no son valores, donde lo inmoral se aplaude, donde nadie confía en
nadie, dónde el poder y el tener se han adueñado de los sueños y se han matado
la ilusión, las ganas de mejorar, la esperanza...
Ella habló de la importancia
del diálogo y muy especialmente de la escucha, de la comunicación real que
nunca debe faltar en la pareja; de lo que consiste la verdadera fidelidad que
es conseguir que una y otro, uno y otra, nunca pierdan la confianza mutua...
Y, luego, pidieron a todos
los asistentes que fueran acercándose al ambón y comentaran lo que les habían
dicho las lecturas que se habían hecho o algún consejo para los contrayentes.
También rogaron, luego, si
alguien quería hacer alguna petición en voz alta...
La respuesta de la gente fue
magnífica. Hubo comentarios muy lindos, hubo peticiones muy sentidas y llenas
de cariño, hubo testimonios preciosos, como el de un matrimonio mayor, que
hablaron de sus luces y sombras a lo largo de sus 55 años de vida compartida...
Preciosa la participación de
la madre de María, que comentó que la vida en pareja, la vida a dos, es como un
puente abierto... que une los dos cuerpos y las dos almas; que tiene que haber
atracción física y cariño efectivo, pero también proyectos comunes e ideales a
buscar juntos de por vida...
Realmente fue increíble.
Nadie se esperaba aquello. María y Luis estaban radiantes de gozo y dando
gracias a todo el mundo y a Dios, por cómo habían ido saliendo las cosas, de
aquel modo tan (verdaderamente) extraordinario.
Todo se alargó hasta casi las
dos de la tarde; pero como todo el mundo tenía el organismo hecho al “horario
de invierno”, nadie sintió molestias en su estómago, nadie tuvo prisas por ir a
comer.
En la comida, la convivencia
estuvo muy bien, y la comunicación entre los asistentes fue muy fluida. Lógico,
después de aquélla celebración tan participada, todo el mundo se sentía como en
familia.
Ya después de que todo el
mundo estaba con los estómagos satisfechos, el padre de la novia se puso de pié
y pidió la palabra.
Alguien gritó “¡viva el
padrino!”
Él dijo:
- No, no soy el padrino. Soy
el padre de María, la novia. La verdad es que ellos, sensatamente, han dicho
que no querían padrinos, y yo estoy muy de acuerdo con ellos: los novios son
adultos y no necesitan de padrinos. Ellos han querido casarse, libremente, y
después de más de cinco años de noviazgo, ya se conocen bien y saben lo que
quieren. Pero, como padre de María, yo quiero decir algo más de lo que se dijo
en la celebración, en el templo.
Amar es un compromiso. El
matrimonio no es ni un requisito para vivir en pareja, ni una póliza de seguro
que garantice un vivir, un convivir felices.
El matrimonio es un modo de
vida, una manera de afrontar el cotidiano transcurso de la vida; como dice Saint-Exupery, es hacer la
vida “en acuerdo”... pues “Amar no es mirarse el uno al otro; sino mirar juntos
en la misma dirección”.
Pero hay una segunda parte,
que a todas y todos nos incumbe... porque como para el arquero que lanza sus
flechas al aire, para atinar a hacer diana, después de apuntar bien... es
preciso que nadie interfiera el curso de la flecha...
Creo que me explico (añadió):
es importante, es necesario y es hasta obligación de todos y todas los que
estamos aquí, no poner trabas, no ser impedimento para que ellos se amen y sean
felices. Sí, mucho es lo que ellos tienen que afrontar y arriesgar en esta
andadura; pero también es esfuerzo nuestro el no interferir, el confiar y
esperar de ellos.
No. No necesitan de padrino
ni de madrina. Necesitan de nuestra cooperación callada al dejarles ser.
Todo el mundo quedó en
silencio.
Pasaron unos segundos
quizá... pero nadie podía decir nada. Se sentía la emoción en el ambiente.
Aquel silencio era profundo y solidario; era como un subrayar las palabras
recién pronunciadas.
Alguien reaccionó dando unas
palmas y un grupo de personas le apoyó aplaudiendo; aplauso que fue seguido por
todos los presentes.
Por fin, dijo:
- Termino. Lo hago con una
frase prestada de Rabindranath Tagore, que espero os guste tanto como a mí:
“El
amor es el significado último de todo lo que nos rodea.
No es
un simple sentimiento, es la verdad,
es la
alegría que está en el origen de toda creación”.
También, no podía
faltar, hubo baile. Mucho baile.
Luis bailó con todas las
amigas de María. María lo hizo con todos los amigos de Luis. Y bailaron ellos,
felices, abrazados y sueltos, muchas veces.
La fiesta se alargó hasta la
noche. Luego, los novios, se fueron a pasear en un coche de caballos. Algunas
personas le siguieron... hasta perderlos.
La noche era preciosa. El
amor reinaba en el ambiente...
María y Luis estaban
casados... y se lo fueron a demostrar de otras maneras...
A pesar del sueño y el
cansancio, el novio cumplió bien. La novia estuvo de aplausos... Y como estaba
en su día de ovulación, justo después de diez lunas, les nació un varón. Era navidad.
José-María Fedriani (“Desde
el Alféizar”)