DANIELLE,
LA PROFESORA
Danielle, joven profesora de idiomas, fue siempre una muy inteligente mujer que, además de estudiar le gustaba disfrutar de la vida. Tenía un gran corazón y siempre decía que le gustaría hacer algo que diera más sentido a su vida.
Pero Danielle
había pasado tantos años entre libros y apuntes, asistiendo a jornadas y
congresos, publicando artículos y dando conferencias que sus años de juventud
se habían ido pasando..., sin poder encontrar un espacio para desarrollar su
preocupación solidaria, ni tampoco a ese compañero de vida con el que había
estado soñando desde sus años de primera juventud.
En
el ambiente en el que ella se movía, pasó lo que tenía que pasar y sólo dónde
podía pasar: en la Universidad, tras la
presentación de un libro, le fueron presentados compañeros de compañeros; así
conoció a un profesor de filosofía que le resultó tremendamente
interesante.
Y
Danielle, después de sentirse atraída por él, y de que viera que él se sintiera
interesado por ella... pues estuvo dispuesta a casarse con el que era un
reconocido inteligente profesor. Era casi 20 años mayor que ella, pero no
estaba mal y tenía un aspecto muy atrayente; además de que... era la
oportunidad que le ofrecía la vida.
Marco
era un hombre realmente interesante pero era algo difícil. Marco (era su
nombre), después de enviudar se entregó totalmente al estudio y la
investigación y apenas dedicaba tiempo a nada en su vida que no fuese
relacionado con los libros, con las prácticas en el “laboratorio de hipótesis”,
con sus clases.
Ni siquiera dedicaba apenas tiempo a su hija Laura, para la
que, cuando aún era pequeña tuvo contratada, las 24 horas del día y durante
todos los días de cada mes, a una nurse que hacía las veces de madre, padre,
administradora, a veces modista, otras educadora y hasta compañera de juegos y
excursiones. Y, posteriormente, cuando la chica cumplió los 19, le compró un
apartamento y le pasaba una paguita, lo suficiente para que no le faltara de
nada material.
Al
aparecer Danielle, Marco pensó rehacer su vida... Aunque, desde luego no estaba dispuesto a
cambiar mucho su “orden establecido”. Así es que, como además Danielle estaba
algo cansada de su vida demasiado ajetreada, de no tener nada de tiempo para
ella, junto a no recibir muchas satisfacciones en la Facultad... pues le
pareció bien lo que Marco le ofrecía: él sería ese compañero de vida con el que
ella llevaba soñando desde su juventud, que seguiría dedicándose a la
investigación y la docencia; mientras ella se convertiría en “mujer-ama de
casa”, si bien podía seguir dando clases particulares, con un horario tan
flexible como ella quisiera; así no abandonaría la docencia y podría mantener
una “independencia económica” para sus gastillos extras...
Paralelamente,
como la hija de Marco ya estaba independizada, iba bien en sus estudios y era
bastante formal en su vida personal, pues no había porqué temer problemas
insalvables.
Lo
que Marco no le comunicó a Danille era que estaba bastante seguro de que
padecía cáncer de colon, aunque lo que decía era que tenían el intestino
irritable; así lo disimulaba, o quizá también quería engañarse a sí mismo.
Pero,
aunque se cuidaba tomando remedios naturales como aguacates, el áloe vera e
infusiones de jengibre y manzanilla, el
cáncer avanzó. Y un 22 de mayo, a sus 59
años de edad, Marco le dijo “au revoir” a su compañera de vida de los tres
últimos años.
Los días y las semanas
siguientes fueron muy duras para ella: tuvo que arrostrar gestiones, papeleos,
visitas al notario, mantener largas charlas con Laura, la hija huérfana de su
difunto esposo (que nunca la había aceptado bien como segunda madre), retomar
las tareas de la casa, atender visitas...
Pero, aún sin ganas, tenía que seguir. A veces la vida nos obliga a pararnos, pero
la vida continúa.
Estaba
deshecha. Distraída, casi sin darse cuenta, se sentó en un banco, al pasar por
el parque. Quieta, en silencio, descubrió el canto de los pájaros; detalle del
que nunca se había dado cuenta, a pesar de que eran muchas las ocasiones en las
que cruzaba aquel paseo para cortar camino. Miró a su alrededor y ahí estaban
aquellas palmeras, los pinos, los naranjos, unas acacias; también divisó un
gran olmo...
¡Cuánta
belleza! ¡Qué bien está este regalo que me haces, Dios de la Vida! (pensó).
Luego
se levantó dispuesta a proseguir su camino... Como tenía por costumbre, miró el
lugar dónde había estado sentada, por ver si se dejaba algo. Y, entonces,
descubrió una pintada que había en la piedra del banco: mediocridad.
Ya
de pié, se volvió y, hablando consigo misma, dijo: “He estado sentada en el
banco de la mediocridad.”
Volvió a sentarse, y dijo,
sin importarle que nadie la escuchara: “Estoy sentada en el banco de la
mediocridad.”
¿Mediocridad? De alguna
manera, sí... ¿es esto lo que yo quiero? (pensó, ya para sus adentros).
Desde lo más profundo de sí,
le salía la rebeldía: “No, no y no” (dijo con ímpetu, como si estuviese
discutiendo con alguien). Entonces, se levantó de nuevo, con decisión y volviéndose, como acusando al
banco, dijo:
“Escucha esto, aunque estés
sordo y digas que eres de piedra, te pongo por testigo, este es mi propósito:
no voy a conformarme, nunca, con ser una persona mediocre, sino exitosa.”
Claro que para eso (siguió
pensando, mientras reiniciaba su andadura) lo primero que he de tener claro es:
saber qué es lo que quiero, determinar que dirección he de tomar en mi vida, a
partir de ahora...
Al llegar a la casa, Danielle
tomó unos folios y, decidida a aclarar su situación, se puso a anotar los que habían sido los
sueños de su juventud; como haciendo un recorrido por su “mapa vital”. Así,
escribió: “Hace años, yo soñaba con llegar a ser...; con conocer...; con
lograr...; con alcanzar...”
Después de estar casi dos
horas escribiendo sin parar, pues las palabras le surgían claras de la mente,
se paró un momento y cogiendo el montón de papeles, dijo: “¿Y por qué tenía yo
todo esto ya tan olvidado... y me estaba quedando tan conforme con mi visión
mediocre de la vida?
La noche fue larga, en su
cabeza no dejaban de bullir ideas, de sentir que había proyectos olvidados que
podrían renovarse...
Con ganas de andar y pensar,
salió temprano. Anduvo un buen rato antes de entrar al mercado. De camino a
casa, le llamó la atención un cartel pegado en el báculo de una farola que
anunciaba un curso, organizado por una Asociación, sobre “Asertividad y
capacidad de decidir acertadamente”.
Como la fecha le venía bien,
sin pensarlo mucho, llamó y se inscribió.
El curso-taller le vino muy
bien a Danielle, en el momento que estaba viviendo. Le hizo ver lo poco
asertiva que estaba siendo en su vida, además de que le dieron algunas pistas
para alcanzar el nivel ideal de persona asertiva.
Y..., claro, también le hizo
pensar bastante sobre las cosas a las que tenía que renunciar (comodidades y
seguridades) para salir de su actual “círculo de bienestar”.
Fue fundamental y muy
enriquecedor un ejercicio sobre el que tuvo que trabajar, basado en “La
historia de la vaca” (*): La historia del profesor que quiso demostrar a sus
alumnos que lo contrario al éxito no es el fracaso, sino la mediocridad; y,
para ello, se vio obligado a ir a visitar a una familia pobre, cuya vida giraba
en torno a una vaca que tenían como única propiedad, y una vez allí degolló a
la vaca. Así, se vieron impelidos a dejar todo lo que hacían (no hacían) y
dedicarse a nuevas actividades que, a partir de ahí, buscando nuevas
posibilidades de subsistencia, les llevarían a mejorar grandemente su calidad
de vida.
A partir de este trabajo,
sobre todo personal, fue llegando a concusiones de cuántas eran las cosas
(miedos, excusas, impedimentos materiales) que la inmovilizaban (atándola al
pasado) y no la dejaban lanzarse a vivir sus sueños. Sueños que también fue
definiendo y concretando. En realidad lo que a ella le gustaría, muy cercano a
su sueño juvenil de ser misionera en África, pero que, en este momento de su
vida en el que se encontraba, a punto de cumplir los 39 años, ya le parecía una
idea descabellada..., era el de crear una ONG que centrara su actividad en el
funcionamiento de una residencia para inmigrantes de bajos recursos. Era algo
que ella, más de una vez, había pensado que sería necesario y a lo que su
marido le decía: “bien, es una buena idea, pero ¿y eso quién lo paga?”
Ahora Danielle lo veía
factible, pero además ¿por qué no? y... ¿miedo a qué, a quién?
Enseguida puso en venta las
propiedades heredadas de su marido, también la finca que le dejó su abuela
materna en el pueblo, que estaba arreglando precisamente cuando conoció a Marco
y volvió a dejar abandonada. Y con el monto de todo esto, adquirió una casa de
5 plantas; que ahora estaba cerrada y deteriorándose, sirviendo de refugio y
criadero de gatos, pero que años atrás
había sido un hotel.
En unos meses, tenía todo un
equipo de voluntarias y voluntarios, de diversas edades y carreras o formación.
Empezó por dar clases de
idiomas al personal voluntario: francés, inglés, portugués; todo pensando en la
labor que posteriormente tendrían que desarrollar con el personal que luego
irían acogiendo, mucho procedente de países africanos, dónde se hablan multitud
de lenguas, pero en general quienes se arriesgan a emigrar conocen un segundo
idioma además del materno. También les organizó unos talleres de habilidades
sociales, con la ayuda de su amiga Rorro que tenía bastante experiencia en
estos temas.
Con una parte del equipo,
limpió, repelló, pintó... todo el edificio; desde el ático hasta el portal. Otros
estuvieron restaurando muebles o comprando lo que se veía imprescindible para
vivir allí dignamente, como colchones, sábanas, toallas, etc.
En la planta baja, mantuvo el
restaurante y el bar, pensando en la posibilidad de dar comidas; cuando fuese
posible y también como, quizá, en un futuro más o menos próximo, establecer un
lugar abierto al público que pudiese ser fuente de financiación para mantener
algunos puestos de trabajos. En la primera planta, habilitó unas cuantas salas
para clases; en el resto, quedarían habitaciones como viviendas para acoger a
la gente que lo fuese solicitando. Igualmente, en las otras plantas, más
estancias.
Además de clases de idiomas,
organizaría talleres de carpintería, arreglo de bicicletas; cursos de peluquería, de geriatría, de cocina
y servicio doméstico, también para dar masajes, etc. No pretendiendo dar una
titulación, pero sí una capacitación para poder ejercer un oficio, siquiera
como ayudantes.
Dejando el ático como espacio
de desahogo, de lectura, meditación, sala de yoga, etc. tanto para el personal
voluntario como para el inmigrante que estuviese ahí acogido.
Con la ayuda de algunos
voluntarios, también lanzó una campaña de búsqueda y captación de personas que
quisieran ayudar haciéndose socios-colaboradores, aportando una cuota; todo
ello pensando en el mantenimiento de la casa a largo plazo de este proyecto
que, si resultaba bien, podría tener bastante proyección en un futuro no muy
lejano.
Y como la idea era bonita y
bien pensada; y como en todas partes aparece gente generosa, dispuesta a echar
una mano para mejorar este mundo... el Centro-Hogar de Acogida y Despegue de
Migrantes, tuvo tanto éxito que recibió reconocimientos desde varios países de
la Comunidad Europea y fue puesto como ejemplo en diversas convenciones y foros
internacionales sobre el tema de la acogida e integración en los procesos migratorios.
Danielle supo, y enseño a
mucha gente, que para ser feliz: hay que saber lo que se quiere y ser fiel a
los propios principios; además de romper con la mediocridad, aunque sea
sacrificando ciertas aparentes seguridades. Y, todo esto, hacerlo con alegría.
Este relato forma parte del
libro “DESDE EL ALFÉIZAR” que publiqué en 2010 y fue record de ventas en la
Feria del Libro de Sevilla del pasado año.
(*)
La leyenda urbana de “LA VACA” está acertadamente desarrolla por Camilo Cruz.