Más de siete mil millones de seres humanos
poblamos el planeta Tierra. Hijas e hijos de la misma Madre, pero no nos damos
cuenta de dos cosas fundamentales:
1.- Tenemos que mirar a nuestro planeta como
una madre y nuestra relación con la Tierra debiera ser siempre de amor
agradecido. En el corazón llevamos escrita la mejor de las leyes, la de la paz
y el entendimiento, la del amor y la justicia, la de la comprensión y la ayuda
mutua… ¡Somos gotas del Cosmos! Estamos creados para vivir en armonía. Ya está bien
de mirar toda la Tierra como una propiedad que podemos vender o comprar,
explotar o esquilmar. Sino amar, cuidar y hasta venerar.
2.- Somos una familia. Una Comunidad
universal en la que nos necesitamos unos a otros para alcanzar la meta personal
de ser felices, individual y colectivamente. Hemos de ser conscientes de que llegamos
a ser personas colaborando unos seres humanos con otros. Nos hacemos seres
verdaderamente racionales cuando nos respetamos, cuando aportamos nuestro
trabajo para que la vida de todos sea valiosa, cuando cooperamos para crecer en
humanidad; cuando, con nuestras actitudes y aptitudes potenciamos que el mundo
vaya a mejor.
Pero la realidad es otra: La Tierra es
tratada con violencia por sus propios habitantes, los humanos, maltratada y
saqueada; quedando muy herida por nuestros comportamientos irresponsables.
Pareciera increíble, pero si leemos la
historia de la humanidad nos damos cuenta de que los humanos nos hemos maltratado
por siglos, violentándonos, robándonos, atacándonos, matándonos, ofendiéndonos,
degradándonos… Y lo hemos hecho también con nuestra Casa Común, la Tierra, el
lugar que tenemos para ser felices, ayudándonos los unos a los otros a serlo más y más cada día.
Pero es que lo que ha sigo signo de
barbarie en siglos atrás, sigue vigente en este siglo XXI. Si leemos las
noticias de los periódicos de nuestra actualidad nos damos cuenta de que los
seres humanos, tantas veces ¡somos tan inhumanos!
El cambio climático parece ser que es un
problema que nos preocupa, por las graves consecuencias que puede acarrearnos
en sólo unos años a toda la humanidad. Nos está planeando todo un desafío por
las tan inmensas dimensiones; pues puede acarrear problemas de imposible
solución, sobre todo para los países en vías de desarrollo, tan dependientes de
las reservas naturales, la agricultura, los recursos forestales, la pesca…
Pero hay otras causas también muy
importantes de las que no hablan tanto los periódicos (pues los medios de
comunicación están mayoritariamente controlados por los poderes económicos). Y
es el expolio que hacemos, constantemente, de nuestros recursos naturales. Buscando
“rendimientos” económicos, con una incapacidad total de pensar globalmente, ni
de contar con la dignidad de las personas (que se convierten en piezas de un
engranaje productivo), ni tampoco en las futuras generaciones.
Cuando se plantea la naturaleza
únicamente como objeto de utilidad y sacarle provecho… (creyéndonos con todo el
derecho de propiedad y de dominarla), creyéndonos con el derecho a devastarla…
¡nos estamos condenando a la desaparición! La Tierra está enferma en su suelo,
en el agua y en los seres vivientes.
Sí, preocupante y dramática es la
situación de nuestra Tierra, de la vida amenazada en ella, tantas veces por
causa de muchas de nuestras irresponsabilidades (personales y colectivas).
Y cuando “el control” está en manos de
los más poderosos, de los capitales, paralelamente se seguirán produciendo
desigualdades, injusticias, violencias, para la mayoría de la humanidad.
Porque los recursos pasan a ser “propiedad”
de los más poderosos, los más ricos, los más autócratas. Siempre con el supuesto
valor de ser competitivos; y, para ello, producir más, consumir más… sin tener
en cuenta que los recursos son limitados.
Todo ello va acompañado de una visión consumista
de la vida; creyendo que el progreso es tener más, gastar más, consumir sin
medidas…, cayendo en el pecado de la competitividad deshumanizante.
Si no ponemos atención, el “sistema
establecido” nos lleva a olvidar los objetivos de la vida en plenitud. Tantas
veces, nuestra sociedad actual es insolidaria; hombres y mujeres de hoy corren
el riesgo de volverse profundamente individualistas, egocéntricos, egoístas.
Nos estamos comportando son una moral individualista,
utilitarista, muy acorde con una visión de la vida materialista y economicista.
Vivimos dentro de una organización social productivista hasta lo irracional, padecemos
la manía consumista en la que todo el mundo anda inmerso, todo pensado en clave
de beneficios económicos. Donde, tantas veces, la injusticia social va vinculada
a los procesos productivos y culturales que lleva a la degradación del medio
ambiente. Porque el capital manda, porque los sectores más pobres
(empobrecidos) de nuestro planeta se ven con la necesidad de obedecer las leyes
de los mercados.
Por eso, nos urge terminar con la inmoralidad
del sistema económico capitalista dominante. Habrá que soñar y buscar una
sociedad más justa y compasiva, más comunitaria y solidaria, más humana.
Dentro de nuestras posibilidades, a
todos los habitantes de este planeta, nos corresponde hacer algo para corregir los
modelos de crecimiento. Que el voraz engranaje de la competitividad (producir
más para abaratar costos) y la ley económica del máximo beneficio con el menor
esfuerzo (reducir mano de obra, reduciendo plantillas de trabajadores… mecanizando
todo lo que sea posible), no sea nuestro “modelo” a seguir.
Todo lo que nos regala, cada día, desde
el primer instante de su creación es para nuestro uso y disfrute, pero no para
nuestro abuso y maltrato.
La capacidad de mejorar nuestra calidad
de vida, mediante la producción de bienes y servicios, el conocimiento y el dominio
de nuestro planeta, lo llamamos progreso…. Pero el progreso ha de ser ético. Necesitamos,
paralelamente, el progreso moral, una mayor humanización. Garantizando el respeto
al medio ambiente.
Toda la familia humana vivimos en la
misma Casa Común. El ideal de disfrutar de armonía, de paz, de justicia, de
fraternidad… es nuestro destino. ¿Seremos capaces de construir caminos que nos
lleven a él?