ES LA HISTORIA
DE
LA FELICIDAD
La Historia de la Humanidad siempre la han
marcado grandes figuras que están escritas en los libros. Junto a ellas otras
tantas, miles, millones de personas no necesariamente poderosas o conocidas ni
reconocidas…
Considerando que todo el recorrer de la
humanidad ha sido, es y será, siempre, una constante búsqueda de la felicidad…
¡cuántas aportaciones de tantos seres humanos han hecho que cambie, una y otra
vez, el curso de los acontecimientos, que han iluminado (y siguen haciéndolo)
el camino de las siguientes generaciones, empujando el destino de poblaciones
enteras hacia nuevos senderos…, que ya harán que todo sea diferente.
Así quedan marcados, para siempre
personajes de la Historia, como: Abraham, Ramsés II, Sidarta Gautema (Buda),
Conficio, Sócrates, Aristóletes, Platón, Alejandro Magno, Julio César, Cleopadra,
Jesús de Nazaret, Hipatia de Alejandría, Mahoma, Carlo Magno, Rodrigo Díaz de
Vivar (El Cid), Francisco de Asís, Dante Alighieri, Johannes Gutemberg, Juana
de Arco, Cristobal Colón, Leonardo Da Vinci, Ana Bolena, Teresa de Cepeda (de
Ávila), Galileo Galilei, Isaac Newton, George Washinton, Napoleón Bonaparte,
Simón Bolivar, Charles Darwin, Karl Marx, Concepción Arenal, Thomas Edisón,
Sigmund Freud, Marie Sklodowska (María Curie), Mohandas Gandhi, Isadora Duncan,
Albert Einstein, Alexander Fleming, Henry Ford, Teresa de Calcuta, Indira
Gandhi, Evita Perón, etc., etc.
Todas, todos, de alguna manera… ¡fueron
cambiando el curso de las cosas! Siempre aportando algo positivo a la aventura
humana de mejorar, de alcanzar el genuino objetivo de ser felices.
Y bien: hay algo que debemos tener en
cuenta y resaltar: Si miramos a un calendario, si nos fijamos en nuestras
agendas… ¡nos encontramos que estamos en 2016.
Es una clara referencia al nacimiento de
Jesús de Nazaret, (si bien, en la
actualidad algunos historiadores prefieren hablar para, supuestamente,
despojarla de connotaciones religiosas, de la "Era Común"), pero la
referencia sigue siendo la misma, Jesucristo: un pobre hombre,
carpintero, que murió en la cruz junto a unos malhechores. Nadie como él hizo
cambiar (queramos o no reconocerlo, nos guste o no la evidencia) el curso de la
historia. Y no sólo por el Mensaje que él aportó extraordinaria y
sorprendentemente válido y abierto a todos los tiempos, sino por toda la obra
que la Iglesia cristiana (siguiendo su ejemplo) ha hecho mucho para contribuir
al mejoramiento de la humanidad en tantos ámbitos de la vida.
Siempre con un razonamiento bien
fundamentado:
Por la revelación sabemos que Dios, desde
siempre, desde su eternidad, quiso y quiere una humanidad feliz; que, para
ello, creó al hombre y la mujer (a imagen y semejanza suya) para que fuesen
núcleo de vida comunitaria, con capacidad de lograr una existencia armónica. Y,
confiando en el ser humano, dejó el mundo hasta ahí creado, en sus (nuestras)
manos.
En el momento cumbre de la Historia,
Jesucristo vino proclamando, a todos, para todos, el Mensaje de paz, amor,
justicia, fraternidad, alegría esperanzada. Y, confiando en su discipulado,
dejó ese “Reino comenzado” en manos de una incipiente Comunidad de Iglesia
(que, ahora, pueden ser nuestras manos).
Pero es que, nos invitó a participar del
gran cambio de la Historia, lanzándonos a todos a la mayor de las revoluciones…
al plantear tal cambio de paradigma que hizo que todo se entienda de otro modo.
Así, vino a decir que su Dios, el Dios de la Vida, no opta por la riqueza, sino
por la pobreza; y no por la comodidad y el poderío, sino desde el servicio:
Nadie, hasta entonces, había sabido y
entendido que Dios es feliz siendo pobre, que al venir al mundo hace,
libremente, una opción por la pobreza. Y, así, sin discursos, nos dice que es
desde abajo desde dónde el Mundo puede cambiar a mejor.
Y también que el sufrir, el ser perseguido
por causa del Reino… es el mejor camino para vivir siendo felices. Pero es que,
sorprendentemente, se atrevió a decir que hay que saber perdonar y que, sobre
todo, hay que amar siempre ¡a todo el mundo!
Desde que el mundo es mundo, y desde que la
comunidad de seguidoras y seguidores de Cristo constituyen la Iglesia, han
pasado muchas personas de buena voluntad, haciendo el bien por sistema. Unas
reconocidas en el santoral; junto a otras, tantas, que acaso pasaron más
desapercibidas pero que también hicieron mucho bien en su vida.
La Historia de la humanidad (que marcha
pareja a la “historia de salvación” para el pueblo creyente) no es, ni más ni
menos que la historia de la instauración de la felicidad en todo el orbe. Como
deseo profundo de todo ser humano, como plan salvífico de Dios (desde una
lectura más espiritual). Aunque no siempre se supo leer correctamente.
En esta búsqueda, este trabajo entregado
(tantas veces muy generoso y desinteresado) han estado (siguen estando) muchas
personas. De entre ellas, tenemos un hombre irrepetible como es el de Leónidas
Eduardo Proaño Villalba, conocido como “el obispo de los indios”. Aunque no
esté en los calendarios, este testigo fiel del Evangelio fue y sigue siendo
alguien fundamental para la historia de la humanidad, sobre todo por quienes le
conocieron personalmente o leyeron sus escritos. Y, por eso, sigue siendo, año
tras año, recordado y venerado con alegría, en el Chimborazo, en el Ecuador, en
toda la Comunidad latino-americana.
Desde aquí yo me uno solidariamente a ese
pueblo que (con motivo del vigésimo octavo aniversario de su muerte) pone, en
sus manos, toda la energía posible para aplaudir la obra de Monseñor Proaño y
para seguir haciéndola realidad cada día.