INVITADO
A CLASE
(Capítulo
7 del libro “GRANDES REGALOS”)
Habían pasado ya unos meses
desde el día de su jubilación. Pero era conocido que, de alguna manera, el
viejo profesor seguía en contacto con muchos de sus antiguos alumnos…
El profesor que le había
relevado en el puesto, no encontraba suficiente motivación en la clase. No
sabía lo que pasaba, o tal vez lo que sucedía era que había como un abismo que
salvar… entre lo que eran las clases de su antecesor y la manera como él las
impartía.
Así es que, seguramente
queriendo buscar un acercamiento a su alumnado, al que no lograba llegar como
él quisiera, se le ocurrió invitar a su antecesor para que le hablara de algo
que les ayudara a mejorar su motivación…
El día acordado llegó. Al
entrar en clase el nuevo profesor titular junto al viejo profesor, ya jubilado,
en clase se produce un ligero rumor, luego una alumna inicia un aplauso y
luego, toda el aula se vuelca en una larga ovación. Por fin callan y el joven
profesor, invita a los alumnos a escuchar, con atención, como si fuera por
última vez, las palabras de Don Adalberto.
Empezó así:
- Buenos días. Agradezco esta
oportunidad que me da Don Luis para dar mi última clase, para exponeros un tema
fuera del programa curricular de este curso. Y os voy a hablar de “¿Para qué?”
Sí. ¿Para qué? Yo, con mis 65
años, casi 66, lo considero fundamental. Y pienso que para vosotras y vosotros,
ahora que sois jóvenes, que estáis en, como se dice, la flor de la vida,
también ha de ser fundamental. Y quiero comenzar haciéndoos unas preguntas. No
para que me las respondáis ahora, sino para que os las respondáis…
personalmente. Eso sí, cuanto antes.
Pregunto: ¿para qué estudiáis?,
¿lo sabéis?
Más: ¿para qué vivís?, ¿lo tenéis definido?
Sí, filosofando, siempre se
nos dice: “Es importante saber de dónde venimos y a donde vamos”. Pero no lo es
menos saber: para qué estamos aquí y ahora. Vivir sabiendo para qué hemos
nacido, para qué existimos.
La verdad es que,
fundamentalmente, eso es lo que os va a llevar a ser, durante toda la vida,
unas personas felices o desgraciadas. No el dinero o el poder que logréis, no
las casas o coches que lleguéis a tener, ni las chicas guapas o los tíos
espléndidos que os llevéis al huerto…, sino si vuestros días tienen razón de
ser: ¡un ¿para qué?!
Seguramente más del ochenta
por ciento de la población del mundo no lo sabe. Y, muy posiblemente, no ha
descubierto “la clave” de la felicidad: saber para qué están viviendo.
Toda la clase queda en
silencio. Nadie habla nada. El profesor se acerca a la pizarra y escribe: ¿PARA
QUÉ?
Nadie dice una palabra, los
jóvenes están expectantes…
Después de no más de un
minuto, aunque pareciera que había pasado un largo rato, una chica desde el
fondo del aula, pregunta:
- Eso digo yo ¿para qué todo
esto?
- Pues eso depende casi
exclusivamente de ti (responde el anciano profesor). Y me dirás… ¿cómo puedo
saber yo “para qué” estoy en este mundo, en este espacio y tiempo…?, ¿qué
sentido tiene mi vida?
- Pues sí, eso mismo
(responde la joven).
- Magnífico. Perdona, que no
lo recuerdo ahora ¿cuál es tu nombre?
- Natalia.
- Magnífico, Natalia. La
inquietud de responder a esa pregunta te puede llevar a cambiar el rumbo de tu
vida. Porque sólo si te lo preguntas buscarás la respuesta. Y mientras no
tengas la respuesta, andarás perdida…, como Alicia (*) en el País de las
Maravillas: si no sabes a dónde vas, igual da para donde camines…
Te voy a explicar, os voy a
explicar a todos, por si a alguien más le interesa, que espero que así sea,
cómo conocer la respuesta a esa pregunta: ¿para qué?
Lo primero que habréis que
hacer es indagar, escudriñar dentro de vuestra mente. Se trata de que miréis,
observéis, veáis dónde están las pautas de vuestra “filosofía de vida”. Dicho
de otro modo ¿qué es lo que os gusta de esas personas que os gustan?
Pensad: hay personas que os
resultan desagradables, repelentes, nada más oír sus nombres. Quizá en esa
lista podrían estar Nerón o Atila, Stalin o Hitler, Idi-Amín o Saddan-Husseín.
Pues yo os invito a mirando a vuestro fuero interior, penséis en personajes que
os resulten gratos, atractivos, admirables. Buscad esas personas, o si queréis
personajes ficticios, que os resulten atractivos, cercanas o lejanas que
admiráis, que os han impactado por algo… ¿Acaso estén en esa lista inventores,
descubridores, escritores famosos, gente que supo entregar su vida por causas justas,
que aportaron alguna cosa realmente importante para la humanidad, quizá
vuestros padres…?
No se trata de que
investiguéis ni rebusquéis mucho: con esos diez o doce nombres que os surjan
inicialmente es suficiente. No nombro a nadie para no influir en vuestros
pensamientos.
Venga, haced la lista.
Dejó de hablar y, con gestos,
invitó al alumnado a desarrollar el ejercicio.
- ¿Lo hacemos, ahora?,
preguntaron dos jóvenes, casi a coro.
- Sí. Una lista, una relación
de nombres, tal como os vayan surgiendo de la mente. Luego, si queréis, las
numeráis por orden de preferencia.
Guardando silencio un buen
rato, esperó a que chicas y chicos fuesen haciendo su enumeración. El joven
profesor, también sacó un bloc y se puso a hacer su lista…
Al cabo de un rato, y
observando las posturas de unos y de otros, fue deduciendo que ya iban acabando
la tarea.
Cuando ya le pareció que
todos estaban esperando, poniéndose en medio, preguntó:
- ¿Ya?
- Sí, contestaron bastantes.
- Bien, añadió: este juego es
nada intrascendente. Porque, a partir de lo que vais a descubrir hoy, en estos
momentos, vuestras vidas pueden valer más.
Atendedme. Tenéis unos
nombres: ¿Cómo cuales?
- Gandhi, Cristóbal Colón,
Einstein…
- Jesucristo, Luther King,
Madre Teresa de Calcuta…
- Buda, Platón, Marie Curie,
Tarzán…
- Perfecto, no hace falta que
me los digáis todos. Pero sí que los miréis detenidamente:
Esas son, seguramente, las
personas o personajes que han creado grandes sensaciones en vuestras vidas.
Algo tienen, o han tenido, que no os ha pasado desapercibido, sino que os
impresionó, que os llamó mucho la atención de ellas o ellos ¿cierto?
Pues bien, por favor, ahora,
analizad un poco ¿qué fue eso que os impactó y nunca habéis olvidado?, ¿qué
valores se pueden desprender de ello?
¿De Gandhi?, ¿quizás el
pacifismo?, ¿de Cristóbal Colón…, su tesón, su determinación?, de Albert
Einstein, de Marie Curie, de Isaac Newton…, ¿acaso su constancia en el estudio y el
trabajo?, ¿Y de Jesucristo, o de Luther King…, su mensaje de liberación y amor?
¿Qué es lo que más valoráis
de vuestros personajes elegidos?
Y aquí no tenéis que tener
prisas, porque os estáis descubriendo a vosotras, a vosotros mismos. Esas cosas
que valorasteis y seguramente seguís valorando de quienes habéis escrito… ¡son
vuestros valores! Es lo que puede indicaros el camino de una vida con sentido.
Si valoráis la paz, la determinación, el trabajo cabal que da frutos, la solidaridad,
la lucha por la justicia… ¡esos son vuestros ¿para-qué?! Y van a ser, para toda
vuestra vida, lo que os puede orientar ¡para hacer o dejar de hacer esto o lo
de más allá! Para vivir sabiendo para qué habéis nacido, para qué estáis aquí,
para qué estudiáis y por dónde ha de ir vuestro futuro.
Luego, cuando lleguéis a
vuestra casa, volved a mirar esto que habéis escrito…, ordenad esos valores:
primero lo que consideréis más valioso, luego lo segundo… Ordenad vuestra
“escala de valores” ¿qué está antes?, ¿qué es menos importante? Así estaréis
“definiendo” vuestra profunda personalidad; no para lo que os han educado, sino
para lo que sentís la llamada vital.
Y, a continuación,
preguntaos, sinceramente ¿cómo puedo yo llegar a ser esa persona que me gustaría
ser, ese ser que yo ya admiro y me haría feliz tener dentro de mí?
A lo mejor, hay cosas que
tenéis que plantearos cambiar. O lo mismo no son tantas… ¡pero tenéis que
saberlo! ¡¿Qué es lo que vais a hacer por lograr vuestra propia felicidad?!
Estaba don Adalberto con la
frase en la boca cuando tocaron el timbre: era hora de finalizar la clase.
Bien, dijo, sólo dos palabras
más: muchas gracias. Ha sido un placer haber impartido y compartido, esta clase
de hoy, con un grupo tan estupendo de jóvenes capaces de alcanzar sus objetivos
en la vida.
La clase, entera, de pié,
volvió a aplaudir. El viejo profesor, ya emocionado, también se sentía muy
feliz.
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(*) “Alicia en el País de las
Maravillas”, famosa obra de Charles Lutwidge Dodson (conocido como Lewis
Carroll).