El profesor don Luis Eugenio era muy buena persona... Además de impartir su materia de Lengua y Literatura Española, le gustaba preguntar a sus alumnos por cosas de la vida, y también por cómo les iba en otras asignaturas... Pues él que tenía vocación de educador más que de enseñante, entendía que era magnífica la oportunidad que tenía, cada curso, de ayudar a aquellos grupos de gente joven que ponían ante sus manos, a ser personas cabales, no sólo unos receptores de conocimientos.
Así,
descubrió la gran carencia y necesidad de aprendizaje de sus alumnos respecto a
la asignatura de Inglés, y supo que su compañero Melendo, el profesor de dicha
asignatura, utilizaba su hora de clase más que para enseñar el idioma de
William Shakespeare, para desahogarse de sus problemas mentales o personales, y
filosofaba largamente sobre el sentido de la vida, sobre la existencia de Dios
o de posible vida en otros planetas... Todo muy interesante… para hablarlo en
una tertulia en la cafetería o acaso en la Sala de Profesores; pero no para
suplantar la materia que tocaba y en la que los alumnos esperaban ir
avanzando.
Entonces,
don Luis Eugenio, sensible a la preocupación de sus discípulos, aprovechaba
para aclararles muchas de sus dudas. Así, sin darse cuenta, aunque cada día
sacaba su programa adelante, pero sus clases de Lengua Castellana y Literatura,
se convertían prácticamente en Lengua Extranjera, en inglés.
Los
alumnos, que tenían muchas lagunas en la asignatura que debiera impartirles don
Melendo, aprovechaban cualquier excusa para desviar el tema que, cada día,
iniciaba en su clase don Luis, y le planteaban alguna que otra duda de Ingles,
materia que, por alguna razón, despertaba más interés en los alumnos que el
estudio su propia lengua materna... y sobre todo de la Literatura que apenas si
dio tiempo de empezar a conocer a algunos autores.
Pero...
el bueno de don Luis, no queriendo castigar a sus alumnos por un pecado que les
era ajeno..., queriendo aprobar al mayor número posible de alumnos, les fue
aprobando la Lengua Española con distintos trabajos para realizar en casa. Con
respecto a la Literatura, una semana antes de los exámenes, les dijo que
estudiaran a fondo a Luis de Góngora, que era el tema que iba a poner en el
examen y que hicieran un resumen del personaje, que les dejó consultar mientras
hacían el ejercicio...
Aquel
año, los alumnos aprobaron todos el Inglés y también Lengua y Literatura.
El
Departamento de Lengua Extranjera no entendió cómo aquel curso había logrado
aquel buen nivel de conocimientos en lengua inglesa...
Paralelamente,
D. Luis Eugenio, al entregar las notas, se preguntó (para sí): ¿pero qué he
hecho?, pues... mis alumnos no aprendieron mi materia; mientras que el
irresponsable de don Melendo consiguió un buen nivel en su asignatura... sin
haberlo trabajado.
Para
él, el tema de la justicia era algo que lo vivía muy visceralmente; pero había
ocasiones, como ésta, en las que se cuestionaba si estaba siendo justo con su
alumnado y consigo mismo… Aunque, en lo más profundo de su corazón, albergaba
la ilusión de que, en su clase, habría chicas y chicos (siquiera algunos) que
sí se interesarían por la Lengua y la Literatura españolas.
Pero
también es verdad que casi que le importaba menos su “materia” que el
desarrollar ciertas actitudes éticas en el alumnado. Y esto lo demostraba más
con gestos que con palabras, pero convencido de que sus actitudes quedarían
grabadas en la mente de toda la juventud que pasara por sus aulas.
Aquí
un ejemplo:
En
torno a navidades, cada año, algunos editores le enviaban unos cheques como
regalo, correspondientes a lo que ellos consideraban las comisiones por los
libros que él había recomendado a sus alumnos. Él, con este dinero, lo que
hacía era comprar material escolar, que luego regalaba a su discipulado;
considerando que esa cantidad de dinero no era suya, sino de quienes habían
pagado por los libros algo más de lo que deberían haber abonado.
Realmente
era algo que a todos (tanto a las chicas como a los chicos) les gustaba y,
aunque pudiera parecer que nadie percibía la importancia de aquel hermoso
gesto, no era así. Un día, una de las alumnas, se puso de pie, se le acercó y
le preguntó (ante la admirada y curiosa mirada de todas sus compañeras y
compañeros) por qué hacía aquello.
Él,
entonces, aprovechó, y dijo:
-
Aprendí, desde pequeño, que hay que ser justo en lo mucho y en lo poco. Si yo
no hice nada para recibir ese dinero, algo que ha representado un sacrificio
para vuestros padres, no es justo que yo me quede con él.
-
Vale –contestó la chica–, pero si ese dinero se lo regalan las editoriales es
suyo…
-
Bueno… –continuó el profesor: en la vida lo importante es sentirse bien con lo
que se hace. Y para acabar hoy la clase, os voy a contar algo que me sucedió,
no hace mucho, pero que nunca he comentado aquí. Hoy creo que os ayudará a
comprender mi actitud ante vosotros, que es la misma que me gusta tener ante
cualquier circunstancia que me presenta la vida:
El
caso es que, como posiblemente ya sabéis, a mí me gusta escribir y, en una ocasión…
Presenté
un trabajo literario a un concurso. Estaba muy satisfecho de mi novela, por
tres razones: Porque me parecía que planteaba un tema de suma actualidad, como
era el de ¿qué hacer con la gente violenta, con los criminales, con los
guerrilleros... sin aplicar la pena de muerte? Y ello lo hacía a través de una
historia tan inverosímil, tan original, que sabía que gustaría. Además el
escrito me había salido con una fluidez y tan fácil de entender que yo
esperaba... por lo menos un accésit.
Efectivamente
mi novela fue seleccionada. Pero resultaba que otra persona había presentado a
concurso otro trabajo práctica-mente igual. Era una verdadera copia de mi
narración.
Después
de mucho conversar, hasta discutir, el tribunal decidió llevarlo a un “careo”,
para ver quién era realmente el padre de aquel trabajo.
Tenía
que superar una prueba para demostrar que aquel escrito era mío.
La
prueba consistió en que me dieron a leer un texto... y yo debía decir si era o
no parte de mi escrito...
El
caso es que llegó un momento en que hasta dudé, porque había muchas expresiones
que eran mías: “en un mundo que rebosa, por todas partes, demasiadas realidades
podridas”, “esta es la hora de generar
una alternativa decisiva para el destino de la persona humana... “, “ya no más
desprecios a la vida...”
Pero
luego, también había otras frases muy pesimistas y tan desgarradoramente negativas que me hicieron
ver que aquello no era mío. Yo no podía haber dicho nunca algo así como “hemos
logrado la perfección del mal”, o “gente así mejor que no hubiese nacido
nunca”.
-
“No señores, lo siento, pero este texto que me están dando ustedes a leer es
sólo una parodia de mi escrito” –fue lo que dije.
Al
salir de la sala, vi a uno de mis alumnos, que estaba sentado en uno de los
asientos de atrás. Luego hice por verlo y me lo encontré en uno de los
pasillos. Tenía curiosidad de saber qué opinaba y le pregunté. Él fue
contundente; me dijo así: “no, no es suyo ese escrito. Es negativo. El
protagonista es un fullero... Eso no puede haberlo escrito usted.”
Efectivamente,
la prueba había sido una especie de trampa..., en la que el otro supuesto autor
cayó, pues lo reconoció como suyo; cuando en realidad había sido todo un amaño
del tribunal sobre el original, precisamente para descubrir la verdad.
Así
fue como, rodeada de polémica y apareciendo en los medios antes de ser
publicada, mi obra “La Isla Podrida” consiguió el primer Premio de Novela
“Europa de los Pueblos”.
En
ese momento toda la clase se puso de pié y le aplaudió.
El
profesor (algo emocionado) concluyó diciendo:
-
Esto lo que hizo fue reafirmarme en mi convicción: la verdad siempre triunfa
sobre la falsedad y el engaño. Y que no hay que temer a la gente tramposa, sino
buscar la compañía de esas personas que saben ser sinceras, también consigo
mismas. Muchas gracias por escucharme y ¡hasta la semana que viene!
Y
sí, seguramente, el profesor acabó logrando que todo su alumnado (si bien sin
llegar a conocer la vida y obra de muchos de los que bien supieron utilizar la
lengua de Cervantes…) sí que guardaría un buen sabor del curso con don Luis
Eugenio y hasta es posible que estuviera abierto a profundizar, algún día, en
el conocimiento de su materia que, seguro, nunca sería odiosa para ellos.
Extraído de mi libro “ALGO MÁS (relatos
alternativos)”