DE AMORES
Y ODIOS…
Amar (de verdad) es estar siempre dispuesto a dar más de que se recibe. Cuestión no siempre fácil… pues, ¡en tantas ocasiones!, de nuestros gestos de amor, de nuestra entrega (aún desinteresada) esperamos la recompensa de una respuesta amable.
Amar
es una necesidad humana, pero también (desde lo más adentro de nuestro ser) todos
demandamos el sentirnos amados.
Pero
¿es fácil? ¿O toda experiencia de amor puede ir acompañada (igual que le pasa a
las rosas) de espinas, de dolor, de sufrimiento?
Cuando
una persona que amamos actúa de manera muy diferente de cómo lo esperábamos de
ella, nos despierta un cierto sentimiento de rechazo, de animosidad, acaso de
rabia.
En
esas circunstancias, en determinados momentos al menos, esa persona nos puede
resultar “odiosa”. Lo cual no quiere decir que no la amamos.
La
actuación contraria a nuestro pensamiento de mucha gente que no conocemos, no
nos produce ningún sentimiento de repulsión, pues no son nadie en nuestra
vida.
Es
a partir de que nuestro corazón está lleno de amor y esperanza, respecto de
alguna persona…, cuando nos hace despertar ese sentimiento de aborrecimiento,
de odio.
Si
a quien más hemos dedicado nuestra atención, a quien más hemos estado amando y
atendiendo, a quien le hemos querido dar los mejores ejemplos, esperando que
aprenda de ellos, que llegara a ser como nos gustaría que fuese… ¡porque hemos
soñado con que llegaría a ser esa persona maravillosa que nos hemos imaginado
que podría llegar a ser!, pero… pasa el tiempo y no nos responde, y no actúa
como a nosotros nos hubiese gustado ¿qué puede pasar por nuestra mente, qué
sentimiento puede surgir en nuestro corazón?
Seguramente
por eso, el conocido adagio “del amor al odio hay solo un paso” nos testifica
que es una realidad global.
Y
aquí mi pregunta: ¿y del odio al amor…, también sólo nos separa un paso?