No sólo se trata
de vivir. Se trata de tener una vida emocionante.
Escuche una vez a un rejoneador (ahora no acierto a ponerle nombre), tras pelear con un toro muy bravo en el plaza: “yo no siento culpa ninguna por arrebatarle la vida al feroz animal, yo siento que le doy sentido a su vida”.
Y pensándolo un poco (aunque aquellas palabras inicialmente me parecieron una barbaridad) creo que, en el fondo, es la pura verdad: se trata de vivir con intensidad. ¿Qué es si no vivir?
Les sucede a las
plantas, a los árboles, a las aves, a todos los animales (desde la hormiga o la
mariposa al águila, el caballo, el venado, el toro…) También, igualmente, a los
humanos.
El
tema del sufrimiento (propio o ajeno) siempre nos pone un poco en
"crisis"; pero yo quiero creer (y ahora es una experiencia que está
llegando a muchos) que está bien que, siquiera de vez en cuando, caigamos en la
cuenta de que somos carne mortal... No morimos porque enfermamos, ¡enfermamos
porque tenemos que morir! (que decía Manuel Unciti). Nacemos, crecemos,
nos reproducimos o no, y morimos. Es la ley de la vida. Sólo El Eterno es
eterno.
Si en nuestro conocimiento estuviera la idea de que nunca vamos a morir… ¿Qué sensación de “otro más” nos daría el despertar cada día?
Sabiendo que
vivimos en la inseguridad, el amanecer se convierte en la experiencia más
bonita del día, descubriendo que tenemos por delante otra oportunidad de
comenzar algo nuevo, de ser feliz haciendo felices a los demás… ¡de vivir!
Lo cual no
impide que, los creyentes en un Dios que sí es eterno, ciertamente mantengamos nuestra
gran esperanza: sabemos que, en el Después, Él nos espera.
Por eso yo, como
aprendí de las palabras que decía mi sabia madre (que superó el siglo de edad),
me quedo con cumplir días... ¡cumplir días!