ANGÉLICA
Y EL VENDEDOR DE LIBROS
Después de estudiar la carrera de Bellas Artes y de no conseguir ningún buen empleo ni tampoco vender más de tres o cuatro cuadros en un año, Angélica se planteó que debía dedicarse a otra actividad más fructífera; pues, entre otras cosas, llevaba ya cuatro años de relaciones con Alfonso y ambos querían dar un paso adelante en su madurar como pareja.
Su novio, Alfonso, había estudiado cocina y,
aunque según ella era el mejor cocinero del mundo, el caso es que, por el
momento, todos los trabajillos que le salían sólo eran temporales o hasta de
camarero en un Catering especializado en fiestas sociales, como bodas y
primeras comuniones.
Angélica, apurando sus pocos ahorrillos y
pidiendo ayuda a todos sus familiares, alquiló un pequeño local y se decidió a
poner una tiendecita con detallitos para regalo y recuerdos turísticos.
Pero, pasados unos meses, ella veía que apenas cubría gastos y que así no podía salir adelante, pues tenía todo su tiempo ocupado seis días a la semana y no sacaba nada en limpio para vivir dignamente.
Estando sin saber qué hacer, conoció a Ramiro, un cliente que llegó una tarde buscando un detalle para regalar a una amiga. Él era vendedor de libros y, teniendo en cuenta su mucha sicología de calle, enseguida logró conseguir que la chica le contara los problemas en que estaba inmersa y la situación de intranquilidad por la que estaba pasando.
Entonces Ramiro se atrevió y le dio algunos
consejos:
Uno: que no vale estar dedicada a algo que no le proporcionara eso que ella buscaba encontrar.
Dos: que los proyectos está bien programarlos, pero si los objetivos no se cumplen, siempre se pueden corregir o hasta dejarse; pues la vida, si es vida de verdad, siempre está abierta.
Tres: que, a veces, antes de renunciar a un proyecto o meta, hay que observarlo detenidamente y ver si lo que hace falta es cambiar de estrategia, no abandonar ese objetivo.
En este punto, Angélica pidió que se lo aclarara…
A lo que Ramiro le dijo:
- Mira, cambiar de estrategia quiere decir
dejar de hacer las cosas tal como las has hecho hasta ahora: eso es “cambiar de
estrategia”.
- ¿Cómo qué?
- Pues, por ejemplo ¿cómo vendes?, ¿con qué
horario?, ¿a qué precios?
- Yo hago lo que todo el mundo: coloco las
cosas en el escaparate, espero que la gente entre, atiendo amablemente a mis
posibles compradores, y en el horario normal, poniendo los precios que más o
menos las otras tiendas de regalos tienen… ¿Qué otra cosa puedo hacer?
- Ahí está la clave: tienes que dejar de hacer
eso.
- Y, ¿entonces?
- Verás, si quieres ser una vendedora eficaz,
hazlo. Tienes que cambiar siquiera un par de cosas:
Primero, olvídate de que la gente venga a ti.
Eso vale si te conformas con “despachar”, pero si lo que quieres es vender,
eres tú quien tienes que ir a buscar la clientela… ¡ofreciéndole tu mercancía!,
no esperando que te la pidan…
Y
segundo, no te centres en los precios, céntrate en tus artículos: que sean
diferentes, los más originales, los mejores.
- ¿Y eso cómo lo hago?
- Mira, me has caído bien… Te voy a invitar a
que me acompañes, si te apetece, claro, a alguna de mis ventas personalizadas…
- Pues creo que te voy a coger la palabra –le contestó
ella, haciendo un acto de fe en aquel hombre, casi desconocido para ella, pero
que le parecía buena persona y le abría los ojos a una nueva realidad–. Dime
cuando y… ¡ese día ni abro la tiendecita y te acompaño…! Aunque ¿y qué tengo
que hacer yo?
- Mira, si puedes mañana sábado, tengo una
reunión demostrativa con libros de cuentos, a la que me puedes acompañar.
Verás, hasta creo que me vendrá muy bien venir acompañado de una mujer…
- ¿Y eso?
- Sí, porque el lugar de esta venta
personalizada no es ni más ni menos que en una casa, donde me espera un grupo
de mujeres…
- ¿Cierto?
- Sí, te
comento: la reunión la concerté, hace unos días, con unas madres que estaban en
la puerta de un colegio esperando a sus hijos. Ahí las conocí y ahí les ofrecí
regalarles una mañana de cuentos, sin ningún compromiso por parte de ninguna de
ellas…
- Vaya, qué técnica…
- Sí, es lo que yo le llamo “venta activa” o
“personalizada”, pues lo que hago es provocar que la posible venta se realice…,
cuando antes nadie se había ni planteado comprar nada… Es el vendedor, o la
vendedora, quien inicia la relación ¡provocándola!, ¿lo entiendes?
- Perfectamente. Y hasta debe ser divertido
¿cierto?
- Completamente, así cada día es una aventura
fortuita. Pero te digo una cosa: funciona.
- Bueno, ya lo comprobaré mañana…
- Eso, eso, te espero.
Al otro día, Angélica puso un rotulo en su
tiendecita: «POR RAZONES DE ÍNDOLE PERSONAL, HOY SÓLO ATENDERÉ POR LA TARDE». Luego,
fue a su cita con aquel vendedor de libros…
El lugar era una vivienda chalet de dos plantas. Muy acogedora. Ahí estuvieron varias madres y algún padre, acompañados de su tan querida gente menuda sedienta de oír lindas historias.
Ramiro, con mucho arte, les contó-leyó tres cuentos… Las criaturitas atendían con ojos de pregunta. Y al final, felices, aplaudieron.
Luego, les presentó las colecciones de cuentos. Y, en poco más de una hora, vendería siete colecciones de diez libros cada una.
Al salir, Ramiro le dijo a la chica:
- ¿Qué te ha parecido?, ¿crees que tú podrías
hacer esto?
- Esto mismo… –contestó ella–, ¿con mis artículos de regalo o con tus libros?
- Eso depende de ti. Las dos cosas puedes hacer, o incluso ambas cosas a un mismo tiempo, ¿por qué no? Puede haber ambientes donde sea posible vender tus detallitos junto a unos libros. Igual que hoy lo hemos hecho con los niños, se puede hacer con los adultos: a todo el mundo le gusta que le cuenten historias, que le despierten la curiosidad sobre distintos temas: hay libros de cocina y dietética, de historia y de geografía, de arte y de viajes, existen novelas de amor y relatos eróticos… Y, dependiendo del lugar o las personas a las que te dirijas, puedes también invitarlas a que adquieran alguno de esos detalles decorativos o pequeñas joyitas de las que tienes en tu tienda.
- ¿Tú crees?
- Y ¿qué es lo que está mal?, ¿acaso a quien le
gusta un libro de decoración no le puede interesar uno de esos lindos espejos
que tú tienes para vender?, ¿y a la señora que le gustan las historias
románticas… no le pueden interesar unos gemelos para su pareja?
- Pues sí…
- La cuestión es que ¡tienes que escoger a tu
clientela! Y… ¿sabes dónde está?
- Eso digo yo…
- Pues donde hay gente, ahí está la clientela,
tu clientela: en la calle, en el mercado, en las academias de peluquería o de
idiomas o de las que preparan oposiciones, y en los centros de ocio, en las
asociaciones de mujeres o en las barriales… En todas partes hay personas
interesadas en disfrutar de la vida… ¡y eso es lo que todos los vendedores y
vendedoras ofrecemos! ¿O no?
- Sí, claro que sí…
Se despidieron. Quedaron en que otro día seguirían hablando tranquilamente.
Por la tarde, Angélica fue a su tiendecita.
Llegó unos minutos antes que otros días, pero ya había un par de jóvenes en la
puerta esperando que abriera. Y ya, no paró hasta la hora de cerrar. Curiosamente,
esa tarde fue más gente que nunca a comprar… ¡de todo!
Cansada y satisfecha, yendo ya para su casa montada en su bicicleta, iba pensando: no desarrollo mi ingenio artístico, tampoco consigo tan buenos ingresos en la tienda, aun echando tantas horas ahí, incluidos los sábados. ¿Y qué hago yo abriendo todos los días y a todas horas?...
José-María Fedriani
(“El futuro en tus manos”)