viernes, 12 de agosto de 2011

NO VALE RENDIRSE A LA ENFERMEDAD

PARA  GANAR 

LA  PARTIDA  DE  LA  VIDA



Fiz llegó a su finca, en el campo, y se encontró con la triste imagen de que aquel inmenso laurel..., que había visto sembrar y crecer... estaba enfermo.

Se quedó mirándolo...  y, recordando el poema de Pablo Neruda, dijo:
Te conozco, te amo,
te vi nacer, madera.
Por eso, si te toco,
me respondes
como un cuerpo querido...
Pero sus ojos le mostraban un triste panorama:

Ahora estaba medio seco, mostrando muchas ramas como enfermas, sin su habitual intenso color verde oscuro..., con gran cantidad de hojas caídas, secas, en el suelo..., aún siendo un árbol de hojas perennes. Incluso se apreciaban cantidad de parásitos por bastantes de sus ramas.

Su mirada se entristeció... Éste, su querido árbol, siempre considerado como agraciado por ser tan beneficioso (tal que, tanto los griegos como los romanos, lo consideraban hasta sagrado y, por ello, coronaban a los emperadores, a los mejores atletas, a los poetas...); ahora parecía llegar a sus últimos días...

No. No podía ser. Su mente le empujó a despertar, con coraje,  de su baúl de recuerdos y añoranzas... Un laurel... ¡nunca puede estar decadente!, pensó. Y le ardieron, desde su adentro, las ganas de luchar por salvar, de su decrépito estado,  a aquel tan querido ser vivo.

Sin dejar pasar la jornada, fue y consultó a unos y a otros, a gente con más conocimientos y sabedores de técnicas agrícolas. Unos le aconsejaron echarle algún producto anti-parásitos, y hubo quienes le recomendaron incluso prenderle fuego a las ramas, para así hacer desaparecer el daño...

También preguntó, a gente con experiencias similares, por los riesgos, por las posibles consecuencias negativas... y todos reconocieron que ninguna de estas fórmulas le garantizaban el éxito.

No, no y no. Ni hablar. Se negaba a aceptar tan dura realidad. Él no quería renunciar a seguir viendo a su árbol crecer y dar sus frutos y disfrutar de su olor y de su sombra...

Todavía, Fiz anduvo unos días pensando y buscando otras opiniones, quizá alguna solución.

Por fin, conversando con una anciana, nonagenaria pero muy llena de lucidez, encontró una respuesta que le pareció, ciertamente, iluminadora...:

- Yo lo que haría (le dijo aquella mujer), es lo que vi hacer a mi madre, una vez que sus macetas enfermaron: sacó las plantas, las limpió, saneándolas todo lo que pudo, les quitó las hojas, ramas y raíces más dañadas, y echando tierra nueva con buenos nutrientes, las volvió a sembrar. Todas sus plantas volvieron a reverdecer y a florecer; llenando su patio de colorido y perfumes.

Así, Fiz, cogió su azada, el  pico y la pala, y se puso a cavar alrededor del su árbol. Tardó varios días, pero consiguió dejar al descubierto todas las raíces. El árbol cayó a un lado. Y Fiz continuó escarbando un poco más. Luego, cortó las raíces dañadas y podridas; limpió, con mucha paciencia, las ramas más estropeadas, limpiando de todo el daño, una a una, todas las ramas y las hojas... Muchas cayeron. El olor, en el ambiente,  era bien intenso y Fiz no pudo reprimir sus añoranzas, quedándose un buen rato pensando en ¡tantas cosas!, tantos recuerdos de su infancia y juventud, tantas experiencias bonitas vividas en torno del viejo laurel que ahora yacía a su lado... 

Retomando fuerzas, retiró toda la tierra vieja y trajo buena tierra nueva, a la que añadió minerales y materia orgánica no viva, así como otros diversos nutrientes...

Luego, acercándose a la copa, amarró las ramas más altas a unas maromas gruesas y, con la ayuda de unos caballos, lo fue enderezando. Una vez que estuvo erecto, rellenó todo el hoyo con la tierra preparada...; la apisonó, de nuevo con la ayuda de los mismos caballos y regó todo el rededor, echando abundantes cubos de agua..., pero sin prisas, dando suficiente tiempo para que la tierra los fuese absorbiendo.

Así, lo mismo en los días siguientes... A la vez que le iba hablando al árbol y cantándole hermosos himnos a la vida.

Como era de esperar, día a día, el noble árbol fue como desperezando sus ramas... Y, después de unas semanas, había recobrado la vida y el esplendor en su color, empezaron a salir nuevos brotes y capullos...

Aquel árbol había revivido. La casa de Fiz estaba como en otros tiempos, remozada con el lindo laurel delante de su fachada.

Una vez más, quedó demostrado que, si se confía, si se le deja..., LA VIDA GANA SIEMPRE.





Al respecto, aquí pongo un enlace
de una interesante conferencia del experto
Dr. Fermín Moriano,
sobre la Nueva Medicina Germánica
del Dr. Ryke Geerd Hamer:

http://vimeo.com/album/1653047  

2 comentarios:

  1. Es una forma bonita de ver los problemas de la vida, ante ese problema hay dos solucciones, lo facil es dejar el arbol que muera, lo mas complicado es luchar para intentar ganar la partida y afortunadamente y con teson la ganaste. un abrazo

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  2. Me ha gustado mucho tu relato y su buena aplicación para la vida.
    Gracias.

    Pásate por mi blog el día 27 de Junio, lunes, hay un premio a la amistad,con motivo de mis 60 años, deseo sea de tu agrado.
    Con ternura
    Sor.Cecilia

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