Al
dedicarnos al descubrimiento profundo de nuestra personalidad y tomar
conciencia de nuestra propia realidad, en la búsqueda del propio enriquecimiento
personal, seguramente encontraremos ciertos miedos que, además de
injustificados, nos paralizan.
Con
esta historia, invito a pensar sobre la vida de tantas personas que tienen
miedo a crecer, a aprender a ser libres. Ojalá que, si en ella, encontramos
algo que nos toca de cerca, nos haga ver una luz nueva para avanzar en la
andadura de la vida, más decididamente, sin temores.
PASO AL FRENTE
SIN TEMORES
Braulio Patricio había nacido
en una familia bien, como “entre algodones” que se dice. Su padre, que había
heredado de su padre y, a la vez, éste de su abuelo, una inmensa fortuna, que
incluía un patrimonio de millones, invertidos en fincas y acciones de diversas
empresas..., había sido siempre un hombre escrupulosamente ordenado y muy
exigente consigo mismo y con los demás. Pero eso sí, muy enamorado de su
familia, hasta excesivamente celoso de todo lo correspondiente a los Castillo
de San Martín.
Su padre, don Patricio, con
muchas influencias, siempre le ayudó a todo y en todo:
En los estudios, siempre tuvo
profesores de apoyo; lo mismo, en los exámenes, siempre envió buenos regalos a
los catedráticos, etc. , etc.
A la hora de conseguir un
trabajo, las puertas siempre las encontró abiertas antes de llamar...
De este modo, Braulio nunca
tuvo problemas graves que resolver,
tampoco la posibilidad de equivocarse al tomar una decisión..., ni
(paralelamente) las oportunidades de
demostrar su valía...
Lo que estuvo haciendo, toda su
vida, fue obedecer:
-
Braulio,
tienes que ir a tal sitio... y Braulio iba.
-
Braulio,
tienes que estudiar esta carrera..., la misma que tu padre... Y Braulio estudió
Derecho y también Dirección de Empresas.
-
Braulio
Patricio, la opción política correcta es ésta... Y ésta la religiosa... Y
Braulio votó siempre a “los de siempre” e iba a misa todos los domingos y
fiestas de guardar.
-
Braulio,
tienes edad de casarte... y tienes que casarte con tal persona..., con Blanca
Castellanos... y tienes que tener 3 hijos... Y Braulio se casó, y se casó con
Blanquita vestida de blanco...
-
Braulio,
tienes que... Y Braulio, sin dudarlo,
estuvo ahí...
Así, siguiendo el “carril” de
lo “establecido”... llegó a su cumple cuarenta y dos años. Sin problemas, sin
riesgos ni temores.
Pero nadie se libra, siquiera
una vez en la vida, de tener que verle
la cara a su destino...
Y un día, quizá el día que
menos se lo podía esperar, Braulio tuvo que enfrentarse a la vida real, tuvo
que tomar una decisión inesquivable.
La cosa fue como sigue: Braulio
Patricio, que era el primogénito de la familia Castillo de San Martín y
Carrizosa tenía dos hermanas: la una, después de estudiar Medicina, se fue
de misionera a Senegal; y la más
pequeña, que estudió Bellas Artes, se puso al mundo por montera y se fugó con
una compañera de estudios a París.
De la hermana María de los
Ángeles, desde África, recibía puntualmente una carta cada mes, a la que
contestaba con la ayuda de su esposa y a la que constantemente le mandaba
ayudas para resolver problemillas de la misión. Pero la pequeña, Ana Guiomar, nunca escribía, ni llamaba, ni
había cómo saber nada de ella...
Y el problema surge cuando
Martha Santa Clara, la amiga y compañera
de Ana Guiomar se mete en un lío de drogas...
Cuando ésta se da cuenta, no se
le ocurre otra cosa que romper con su amiga y huir a dónde su hermana: coge
cuatro cosas, las mete en una maleta y se va al Senegal.
Llega a Tambacounda destrozada y al borde de una depresión. Su
hermana María de los Ángeles la acoge con cariño y amor solidario y la ayuda a
sobreponerse. Tiene la suerte de que en Senegal encuentra, además de un país
donde la música y la danza están siempre presentes, una tierra dónde se
favorece el arte y la cultura; que posee muy diversas estructuras para la
promoción y el desarrollo de los artistas. Así, como bastantes Centros
Culturales, multitud de galerías de arte
e importantes museos como los de Dakar y Saint-Louis. Y, hasta se realiza, cada
dos años, un importante encuentro con
artistas de todo el continente africano.
Ahí Ana se encuentra feliz,
incluso se entusiasma con algún senegalés. Total, que, sin pensarlo mucho, se busca una vivienda y se establece;
provisionalmente, pero se establece. Viviendo en unas condiciones muy pobres,
muy “a lo bohemia”, que dirá ella...
Braulio empieza a tener
noticias de estos acontecimientos, por parte de su hermana María de los Ángeles
y piensa que debe hacer algo, pero su
padre (que ya está mayor y achacoso) le prohíbe que lo haga, con el siguiente
razonamiento:
-
Ella se
fue de casa, pues de casa ya no es. Si quiere ser Castillo de San Martín, pues
que venga aquí y nos lo diga...
Braulio no sabe qué hacer... Lo
comenta en casa, delante de su esposa y sus hijas. Su mujer, como era habitual,
no opina nada...
La mayor de sus hijas, Clara
Eugenia, que sueña con ser periodista, le dice:
-
Papi,
déjame ir al Senegal...
-
¿Pero
hija...?
-
Papi,
ya tengo casi veinte años...
En realidad, su hija tenía
razón: ya era una mujer... El verdadero problema era él, que con 42 años, en
algunos aspectos, aún era un adolescente...
Ahora tiene que decidir. Quizá
con veintitantos años de retraso, se tiene que enfrentar a la realidad que
tiene delante, y decir algo.
Tiene que, por una vez en la
vida, tomar una determinación. Puede decir que no, como diría su padre; puede
acceder..., pero ¿y cuántas complicaciones no les va a traer este viaje?
Pero es que... se trata de su
hermana y de su hija. Las dos son sangre de su sangre, Castillo de San Martín de siempre y para
siempre...
Su silencio lo rompe la voz de
su hija:
-
Papi...,
Papi...., Braulio
-
¿Qué...,
dime qué?
-
Pues...
qué ¿qué si me dejas viajar a ver a las titas...?
-
Bueno,
no sé..., déjame pensarlo 24 horas.
-
Vale...
Braulio esa noche no pudo
conciliar el sueño... En la madrugada, se levantó y se puso a leer un poco. No
se concentraba... Por fin optó por coger la Biblia, la abrió sin buscar nada en
concreto y encontró un pasaje del Libro de Job, que dice:
“Al acostarme, digo: ¿Cuándo
llegará el día?. Al levantarme: ¿Cuándo será de noche? Y hasta el crepúsculo
estoy ahíto de inquietudes.”
Lo sintió como suyo, y siguió
leyendo: “Mis días han sido más raudos que lanzaderas, han desaparecido al
acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo...”
Y siguió leyendo y leyendo,
como queriendo encontrar una pista... hasta llegar a los versos que dicen:
“Dejarás
la pena en el olvido,
como
aguas que pasaron la recordarás.
Y más
radiante que el mediodía surgirá tu existencia,
como la
mañana será la oscuridad.
Vivirás
seguro, pues tendrás esperanza...”
Quizá el texto no tenía nada
que ver con lo que él estaba viviendo; pero, en ese momento, Braulio tenía una
idea clara en su mente: su vida, una gran parte de su vida, había pasado... sin
penas ni gloria, que dice la gente: sin miedos..., pero sin aventuras, sin
sufrimientos..., pero sin gozos.
Y todo ¿por qué?
Sus hermanas..., la una quiso
ser misionera, y lo fue; la otra romper con todo y arrostrarlo todo...
abriéndose a las sorpresas que la vida ofrece. Y ahora su más querido tesoro,
su hija Clarita, le reivindicaba su derecho a elegir por sí misma. Como una
mujer, con derecho a equivocarse; pero también a acertar... ¿Quién era él para
impedirle..., para empujarla a vivir una existencia como la de él...?, ¿pero
por qué motivo?
Ya casi amanecía... Se tomó una
infusión de manzanilla y se fue a la cama.
Ahí durmió plácidamente.
Por la mañana, era un hombre
nuevo. En cierto modo, gracias a su
hija; que le había enseñado algo que nunca le habían dicho ni en el Colegio, ni
en las Universidades, ni siquiera sus propios padres.
Ahora sabía... que la vida sólo
se vive una vez. Habrá otra vida, vale; él lo creía. Pero esta vida es sólo
una. Y es para vivirla lo más plenamente posible. Quizá hasta pueda ser una
ofensa al Creador no hacerlo...
Cuando se encontró con su Clara
Eugenia, se quedó mirándola.
Ella dijo:
-
¿Qué
pasa papi..., dormiste bien?
-
Te
quiero, hija, ven a mis brazos.
-
Papi...
¡me asustas!, ¿qué pasa?
-
Nada,
tesoro, que te quiero mucho....
Y sin dejarla decir nada,
añadió:
-
¿Cuándo
saldrías de viaje?, ¿qué necesitas...?
-
¡Papi!, yo
también te quiero mucho, ¡te
quiero todo!
Pasaron unas semanas y la chica
viajó a Senegal, dónde se encontraría con sus tías y con un mundo totalmente
desconocido para ella, dónde lograría tener una enorme cantidad de experiencias
increíbles y dónde también descubriría que la vida hay que vivirla en presente
de indicativo: nadie puede hacerlo por una misma, por sí mismo.
Y, volviendo a la realidad de
Braulio, nuestro personaje... ¿sabéis que pasó?
Pues que dejó de consultarlo
todo... y aprendió a pensar y a decidir. A partir de ahí, cambiaron muchas
pequeñas cosas... que le hicieron variar el rumbo de su vida:
Dejó de pensar en el qué dirán,
para centrarse en qué era lo que verdaderamente quería hacer; dejó de trabajar
para seguir atesorando y le vio sentido a hacer cosas creativas que ayuden a que
el mundo pueda ser mejor a partir de mañana;
dejó de darle tanta importancia a su apellido, para pensar en su
gente...; y, sobre todo, se creyó que la mejor parte de su vida ¡estaba todavía
por delante!.
(del libro "Claves de Vida")
Hola. Jose
ResponderEliminarQue tengas un feliz día
También decirte que no se que pasa pero tengo problemas para ver algunos de los blogs, incluido el mío que lo mismo lo veo que no, abecés me faltan cosas en la entrada es un lío
Un abrazo
Hola José María.
ResponderEliminarImportantísimo lo que hizo este señor de nombre tan peculiar: pensar en el qué dirán y dedicarse a lo que verdaderamente merece la pena.
Unos abrazos de una recién llegada.
Efectivamente, valorar más lo esencial que las opiniones de la gente. Bien venida a nuestra casa común, Towanda.
Eliminarpara enriquecer nuestra vida tenemos que vivir experiencias nuevas,pero a veces por comodidad o cobardía,nos acomodamos y dejamos que todo siga su curso como si tal cosa...
ResponderEliminarUn saludo
Tenemos derecho a confundirnos solos, a escuchar, si, pero saber decidir con riego de equivocarse. un abrazp
ResponderEliminarPor supuesto tenemos derecho a equivocarnos... ¡y hasta a tropezar varias veces con la misma piedra! Lo cual no quiere decir que sea lo mejor.
EliminarSER para el HACER: tomar decisiones para la vida. Un a brazo. Carlos
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