MARGARITA
Y SUS CABALLOS
Margarita vivía, desde niña,
con sus padres justo junto a mar. Sí, vivía todo el año en contacto permanente
con la arena y el agua azul, con la brisa marina y rumor de las olas...; pues
sus padres tenían un restaurante y un hostal en la playa.
Los padres, Juan y
Gloria, habían tenido, durante su
juventud, una vida muy movida, de muchos viajes y mucha actividad; pero llegó
un momento en que, después de un problema grave de salud de ella, decidieron
cambiar de estilo de vida. Liquidaron sus negocios y compraron esta finquita en
la costa: aunque tenía algo de arbolado, no era finca de cultivo; el dueño
anterior se había dedicado a la cría caballar.
Al comprar el terreno no
sabían exactamente a qué se iban a dedicar, pero lo que sí estaba claro era que
a Gloria le encantaba el mar y a Juan leer y escribir... Pero como los días son
largos y hay algo en que dedicar las horas, además de que el caserón era
tremendo, pensaron lo de poner algo de restauración y dedicar algunas
habitaciones para acogida de huéspedes..., con lo cual resolver la tercera
necesidad vital de Juan: la de relacionarse con la gente, la de hablar...
En la época de más turismo,
Margarita siempre ayudó o como camarera o en el arreglo de las habitaciones;
pero como era muy inteligente, sus padres lo querían y las circunstancias se lo
permitían, ella estudió Filosofía, mientras iba a clases de Danza, cada semana,
y por aprovechar las horas libres que pasaba en la ciudad, también realizó un
curso de Masaje; luego hizo Arte
Dramático.
A montar a caballo, Margarita
había aprendido a montar sola; bueno con las orientaciones de su madre que ella
si que aprendió en una Escuela de Equitación cuando era jovencita. Por cierto
que, durante años la llamaron Lady Godiva, por lo reivindicativa que era y por
lo partidaria y defensiva que era del nudismo, de disfrutar integralmente del
aire, del sol, de todo lo que la madre Naturaleza nos regala...
Inicialmente, los padres de
Margarita vendieron bastantes de los caballos que había en la finca, pero con
los años, habían ido naciendo nuevos potrillos que mantuvieron. De entre todos,
hubo una yegua blanca que fue la que cautivó a Margarita y se la quedó para
ella...
Así es que, llena de
satisfacciones y viviendo rodeada de un entorno de lo más natural, vivía
Margarita con sus padres. Cada mañana, madre e hija, se iban a la playa a hacer
gimnasia aeróbica. Luego, muchas veces, las dos montaban a caballo, paseando
por la orilla del mar...; aunque, poco a poco, la madre, tuvo que ir reduciendo
el tiempo de sus trotadas.
Margarita, como era muy activa, y además le apetecía
montar más tiempo de lo que lo hacía con su madre, empezó a organizar paseos a
caballo por la playa con los turistas y también daba algunos masajes a los
clientes que se lo solicitaban. Y como
lo hacía muy bien, sus masajes se hicieron famosos y había gente que iba allá
buscando “esos masajes maravillosos que da la chica de los caballos”. Esto la
mantenía entretenida y gozaba de un muy buen estado físico y psíquico.
Un día, Margarita se despertó
pensando que le gustaría hacer algo diferente.
Se había dormido con los ojos
cargados de estrellas, ya que la noche anterior había estado mirando al cielo
con su madre. Había sido una noche clara de noviembre, de esas que lucen las
estrellas a millones... Y había conversado con su madre: ella le había ido
contando las tantas ilusiones de su vida, de cómo unas se habían hecho
realidad, de cómo otras nunca fueron posibles, por las circunstancias, por los
miedos, por su enfermedad...
Ahora, esta mañana, Margarita
tenía ganas de correr, de gritar, de trotar y galopar hasta perderse en la
distancia...
Y así lo hizo. Dejó una nota
diciéndole a su madre que se adelantaba en su paseo por la playa, se puso su mono
blanco y cogió su blanca yegua. Se dirigió, trotando despacio, hasta los
acantilados. Ahí se paró, se sentó sobre una roca y estuvo observando cómo el
sol, palmo a palmo, se elevaba y distanciaba del horizonte, mientras la yegua
parecía que, en solidaridad, escuchara las olas del mar...
Luego, sin quitarse la ropa,
se acercó al agua, se lanzó, gritó, se metió hacia dentro peleándose con las
olas, nadó decidida hasta sentirse perdida entre las olas, viéndose parte del
mar, o quizás sintiéndose un delfín...
Después de un largo rato que,
en absoluto, podía ser consciente de cuanto tiempo había sido, salió del agua
y, así, mojada, se montó en su yegua que le esperaba en la orilla.
Galopó y galopó. Con su ropa
mojada pegada al cuerpo como la misma piel, sentía la brisa que le abrazaba...
No pensaba, se sentía feliz, pletórica, llena de vida... Pero, a su vez, pensaba en la charla con su
madre la noche anterior: “Sí, tienes que tener claro lo que quieres en la vida
para que cada uno de tus días te llenen de gozo, para que nunca te falten las
ganas de vivir...”
Llegó hasta las ruinas, las
bordeó, regresó el camino desandado... Pero antes de dirigirse a la casa, se
echó en la arena... Volvía a pensar: “los tiempos han cambiado, pero hoy existe
mucha gente, sobre todo mujeres que, aunque legalmente tengan voz y voto pero
sus vidas son de sumisión o miedo y, aunque muchas veces trabajan más que los
varones, pocas veces alcanzan una calidad de vida suficientemente digna..., de
acuerdo al esfuerzo que realizan cada día para salir adelante...”
Así quedó dormida. Y soñó...
Soñó que hacía algo por
mejorar la sociedad en que vivía... Se
imaginaba que era Lady Godiva, que reivindicaba la justicia para la gente...
Y se preguntaba cómo... Y lo iba viendo claro: Ahora impartía clases, estaba de profesora en
una especie de Granja Escuela. Sus alumnas y alumnos eran madres solteras,
mujeres maltratadas, con sus hijas e hijos... Ella, junto a su madre, regentaba
el Centro...
Al despertar estaba como iluminada. Tenía muchas ideas claras...
Se dirigió a su casa, le contó a sus padres el sueño, que por el
camino había ido madurando como un proyecto posible y realizable...
A los dos les gustó la idea...
Y, entonces, ella dijo:
-
¿Y
por qué no?
-
Pues
no hay motivos para decirte que no...
-
Entonces...
¿nos lanzamos?
-
Venga,
nos lanzamos.
-
¿De
verdad me ayudaríais?
-
Claro,
la idea es perfecta (añadió Gloria).
Y como, en verdad lo tenían todo para poder
hacer realidad este sueño; que, de alguna manera, la idea tenía mucho que ver
con los sueños no realizados de su madre..., pues ¡la pusieron en marcha!.
Ello les dio muchas razones para ser felices cada día, mientras
hacían el bien a muchas personas que merecían vivir de una manera mejor.
Estaban haciendo realidad un sueño.... El de ser felices haciendo
felices a los demás.
José-María Fedriani
(del libro "DESDE EL ALFÉIZAR")