UTOPÍAS POSIBLES
Hay quien nunca encontró un
trébol de cuatro hojas. Hay quienes piensan que es imposible hallarlos, que no
existen. Sin embargo, quienes los han encontrado, saben que existen. Incluso
hay personas que han sabido encontrar varios en un mismo día. Y... ¿qué es lo
que hay que hacer para encontrarlos?
¡Muy fácil! Hay que buscarlos. Difícilmente encontrará alguno quien no
los busque.
sino que es el resultado
positivo de una acción positiva.
No llega en razón a la
casualidad, sino que es causalidad.
La suerte del arquero que
acierta (dando con su flecha en el centro de la diana)..., no es tal suerte. Es
el resultado de un esfuerzo: de un entrenamiento, de un aprendizaje, de una
concentración y, en última instancia, de algunas otras causalidades
consecuentes...
Pero..., bueno. Quizás,
acaso, tal vez, puede ser... que la suerte exista.
Bien, si es que la suerte
existe, podríamos decir que Bonifacio tuvo suerte en la vida. Sus padres eran
unos trabajadores, pero pudieron darle estudios a sus hijos, a Bonifacio y a
Ana. Y luego, las coyunturas laborables les fueron favorables. Sobre todo a
Bonifacio que, en unos años, se convirtió en una persona exitosa como
economista y asesor empresarial; por lo que, siendo aún relativamente joven,
consiguió atesorar todo un capital, un buen patrimonio. Además, como había
recibido una educación basada en ideas firmes como creyente, con unos buenos
principios éticos y solidarios bastantes sólidos, pues estaba bien considerado
y era apreciado desde muchos ámbitos de la sociedad.
Empezando a triunfar en su
vida laboral, había conocido a Irene, una inteligente y linda chica muy
valiosa, con muchas inquietudes sociales, y también muy aficionada a la vida
sana y armónica con todo lo natural.
Tanto que, después de acabar su carrera de sociología, Irene quiso algo
más y realizó los estudios para hacerse trabajadora social. Dejó sus clases en
un Colegio y se puso a trabajar en una ONG de acogida a inmigrantes; para
dedicarse, sobre todo, a dar apoyo a los niños, hijas e hijos de estas personas
a las que atendía la ONG. Según ella, sobraban burocracias, pero también era un
trabajo que le daba muchas satisfacciones.
Bueno, Bonifacio e Irene se
conocieron, se gustaron, conectaron, se hicieron novios. Todo ¡un flechazo!. Y,
en unos meses, se casaron. Tuvieron tres hijos, buscados y queridos. Fueron
alegría para ellos y para sus abuelas y abuelo.
Y hablando de abuelas..., la
madre de Irene, estaba viuda, era un poco excéntrica y aficionada al juego. El
caso es que, como la lotería es una cuestión matemática, estadísticamente las
posibilidades de acertar son mayores para quienes juegan más... Y, así, en una
de estas, a doña Irene le tocó un primer premio en la lotería. Fue lo único que
le faltaba para dedicarse a viajar por todo el mundo... y a comprar obras de
artes por todas partes donde iba...
Habría que decir que no se lo
gastó todo, en estos afanes, porque tuvo un accidente que la llevó a estar
postrada unos meses en una silla de ruedas y a morir, posteriormente, quizá
porque no quedó bien del todo, o porque le faltó la ilusión por vivir.
Los quehaceres, profesionales
y familiares, iban bien. La economía, magnífica. Los hijos crecían, sin dejar
de necesitar de atención y cuidado. Bonifacio estaba demasiado ocupado. Pero no
menos lo estaba Irene, aún teniendo ayuda en casa.
Sus vidas, a veces, parecía
que se les escapaban de su control...
Una noche, después de ir al
teatro y cenar con unos amigos, de vuelta a casa..., surgió la pregunta ¿y...
somos felices así?, ¿qué estamos haciendo con nuestras vidas?, ¿se nos estará
escapando, acaso, lo más importante?
Quizá este fue un momento
determinante de sus vidas. Irene y
Bonifacio, a partir de este día, empezaron a pensar que, a lo mejor tenían que
hacer algo por a romper son su estresante situación...
Decididos como estaban, se
prometieron poner solución al “laberinto” de esta vida en la que estaban
metidos y, aunque era una vida llena de privilegios, ellos no se sentían ni a
gusto ni tan realizados como personas.
Sin dejar pasar la semana,
buscaron un día libre...; o mejor dicho, buscaron la forma de tener un día
libre y se fueron a pasear por una playa solitaria...
Ahí, sin posibles
interrupciones, charlando largamente, llegaron a clarificar,
consensuadamente, qué es lo que querían:
encontrar la felicidad desde la armonía con la naturaleza. Sí, la
felicidad de vivir conforme a la naturaleza, que diría Epicuro.
Y esto ¿cómo?, pues cambiando
radicalmente su estilo de vida. Ahora tenían que buscar el lugar idóneo...,
según una lista de prioridades que fueron haciendo esa misma tarde. Y, desde luego, les tocaba hacer partícipes a
sus hijos; y luego, comunicarlo, también,
al resto de la familia, en sus trabajos,
a sus amistades...
Bueno, pero cada cosa a su
tiempo, ordenadamente. Sin prisas, pero tampoco dejando pasar demasiado tiempo.
La decisión estaba tomada.
Sólo unas semanas y había
aparecido el sitio ideal... Con una casa grande, que pudiera estar abierta a
los sus amigos y a los amigos de sus amigos. Con espacio suficiente para
convertirse en lugar de encuentros y tertulias; donde también se pudiesen dar
ocasiones para la reflexión compartida, la oración participativa, la búsqueda
consensuada de valores para la vida de nuestro siglo...
Paralelamente, “LA UTOPÍA”
(que sería el nombre que darían a la finca) sería un espacio de acogida para
trabajadores campesinos, sin importar la nacionalidad de los mismos; sin
pretender obtener unos excesivos beneficios, pero sin poner en riesgo la
estabilidad del proyecto: no explotar a la gente, sino obtener beneficio para
todos sin perjudicar a nadie. La idea era montar una especie de cooperativa
agrícola; sin ceder la propiedad de la tierra, de la hacienda, pero organizada
por y para los trabajadores, con el compromiso de ayuda mutua entre unos y
otros.
Después de tan sólo unos
meses, la hacienda “La Utopía” estaba en marcha. Estaba cruzada por un riachuelo, a un lado
estaba la casa de la familia; al otro lado, estaban las tierras de labor y,
subiendo hacia la montaña, había un edificio de planta baja, tipo rancho, que
serviría como lugar de acogida para quienes llegaran; y, además, ya se estaban construyendo
diversas casas para las familias de las trabajadoras y los trabajadores.
También ya se habían venido a vivir y trabajar un buen número de personas, de
entre las cuales había muchos inmigrantes de varios países del Sur, aunque no
sólo vinieron extranjeros, pues también había personal autóctono. A la par que
venían estas personas a trabajar, ya se habían ubicado, por la hacienda, caballos,
un rebaño de ovejas y cabras, algunos gallos y un centenar de
gallinas.
La organización de trabajo,
estuvo pensada y programada de la siguiente manera:
Habría como dos áreas de
producción y consumo. La una zona que quedaba detrás de la casa central de
finca “La Utopía”. La otra, más extensa, la que estaba al cruzar el río, hasta
la montaña.
Aproximadamente el 20% del
tiempo de horas de trabajo, estarían al servicio de la hacienda, considerando
una jornada laboral de 35 horas semanales, o sea: 7 horas a la semana estarían
al servicio de los patronos; mientras que las otras 28 horas serían para
trabajar su tierra o huerto comunitario, al servicio de todos los obreros y sus
familias: podían consumir o comercializar todos los rendimientos de la tierra o
productos. El huerto era para ellas y ellos, si bien la propiedad no podía
pasar a manos de otros.
Irene y Bonifacio, vieron (y
así estuvieron) rodeados de sus hijos y (con el paso de los años) cada vez de
más y más amigos; viejos amigos, nuevos amigos, fueron viendo, y
experimentando, que la vida es una dignidad a la que no debemos renunciar, y
que es para vivirla con gozo, compartiéndola con otras personas y haciendo el
bien a cada quién... pues sólo siendo útiles nos acercamos a la felicidad.
No podemos creernos que
nuestro mundo es perfecto; pero el mejorarlo... depende de todos. De cada una,
de cada uno, de nosotras y nosotros.
(De mi libro de relatos y
leyendas “DESDE EL ALFÉIZAR”)