CUMPLIENDO DÍAS
A
veces, tantas veces, la tragedia de la muerte se nos asoma… y hasta se nos mete
en nuestras casas, en nuestras vidas.
Y empiezan los interrogantes: ¿por qué…?, ¿qué pasa después…?, ¿hay otra vida después de esta vida mortal y caduca?, ¿cómo es el más allá?
O,
como hay quienes dicen (con mucha base científica) ¿la muerte realmente no
existe…, pues somos energía y la energía nunca muere, sino que se transforma?
Vale,
no lo discuto, tampoco tengo tantos conocimientos de física cuántica. Pero,
bien, la realidad es que, querámoslo o
no, nos toca.
Morimos
porque tenemos que morir, ya bien sea como consecuencia de un accidente, de una
enfermedad, de que los años llegan a agotar a nuestro organismo y, simplemente,
deja de funcionar…
Por
eso, cada mañana, yo doy GRACIAS A LA
VIDA: al abrir los ojos y ver…, caigo en la cuenta de que un día más ¡estoy
vivo!
Yo así
lo he aprehendido. Y así lo celebro cada jornada, no cada doce meses.
No, no
son años los que cumplimos, sino días (lo decía tantas veces mi madre, que
alcanzó los 36.713). Cada jornada es una prueba más superada… Cada ayer, es el
último día de los vividos; cada hoy, el primero y el único del presente.
Son
nada menos que las concreciones de las opciones que tomamos, cada día,
confiando en cuanto nos espera al terminar esta vida pasajera, temporal,
finita... fugaz y muy breve (si la comparamos con la eternidad) que ahora
estamos viviendo aquí en la tierra. Para muchas personas, desde su aceptable
consideración, nuestra vida en esta tierra no es sino como estar en una
antesala, es como una preparación (más larga para unos, más breve para otros, tal vez más difícil o
más dolorosa para algunos). Pero hemos de tener la certeza de que no hemos sido
creados para quedarnos en esta antesala, sino para vivir, de verdad, en otra Vida, que es eterna...
Una
creencia reforzada desde muchas religiones. No hay que pensar en la muerte con
temor: la muerte es un paso a un estado mejor..., mucho mejor que aquí.
La
muerte no es tropezarnos con un paredón donde se acabó todo. Es más bien el
paso a través de esa pared para vislumbrar, ver y vivir algo inimaginable....
La muerte es como la llegada al lugar de destino de un viaje por esta tierra
llena de penalidades, en el que hemos estado preparándonos para llegar a esa
Meta.
Y el
mensaje clave es: que la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la
Verdadera Vida.... La vida no termina nunca, se transforma; y al deshacerse
nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo... Así, la
muerte debe ser esperada con alegría y deseo, no como una forma de huir de esta
vida.
Si
creemos que hay Vida después de esta existencia terrenal, la muerte no es el fin, sino el comienzo de la
Verdadera Vida.
Lo
cual no significa que, pensando en un más allá feliz, nos olvidemos de vivir un
más acá también feliz y gozoso. Ni tampoco dejemos de ser conscientes que, esta
realidad, tiene los días contados (aunque nunca sepamos, de antemano, el
resultado de esa “cuenta”).
Todos
los seres vivos, nacemos, crecemos, nos reproducimos (o no) y morimos. La vida
siempre sigue… repitiendo el ciclo; dejando atrás un pasado, abriéndose a otro
futuro nuevo. Es la ley de la vida. No hay otra.
Pero hay veces, o hay gente
que lo tiene por norma, que optamos por no pensar en la muerte; como que
preferimos no pensar en ciertas cosas de difícil respuesta… y escondemos la
cabeza debajo del ala (o la almohada) para seguir viviendo como Peter Pan
(problema, por cierto, muy extendido en la sociedad actual, post-moderna y
pos-industrial).
Pero, claro, cuando sucede una
tragedia, de tan grandes dimensiones que ningún medio de comunicación deja de
hacerlo presente, surgen esas preguntas, pendientes, sin respuesta: ¿por qué?,
¿a dónde vamos?, ¿qué sentido tiene lo que ahora hacemos?...
Son como aldabonazos que nos
hacen caer en la cuenta de que, inapelablemente, todos nos vamos a morir algún
día. Y es algo que sabemos, que nos podemos dar cuenta con solo hacernos una
revisión médica, de vez en cuando, o al mirarnos al espejo y ver que
envejecemos… aunque no queramos admitirlo.
Podemos huir, pretendiendo escapar yendo hacia
adelante, queriendo no pensarlo, haciendo de la muerte un tema tabú (del que no
se habla nunca y hasta se quiere ocultar a los niños), hasta que muere un ser
querido o nos tenemos que enfrentar ante una de esas noticias que hacen mella
hasta en los corazones más insensibles.
A mí, más que tener
miedo a la muerte, lo que en realidad me “preocupa” (y me apenaría mucho) es el
que me llegue la muerte sin haber vivido lo que debiera; sin haber hecho lo que
debiera, sin haber realizado, a cabalidad, mi misión en el mundo.
Porque:
Primero: creo que
todos los humanos venimos al mundo con una misión que cumplir. Y esa, que es
nuestra tarea principal, pues si no la realizamos, quedará pendiente…, ya que
nadie puede hacer lo que corresponde a otra persona.
Y también, segundo:
que estamos aquí, en estos años de existencia en la Tierra, para ser felices…,
de la manera que lo entendamos.
Yo creo que es importante tomar conciencia de
que todos morimos; aunque ello no tiene que significar que nuestra vida termina,
incluso son trascender a un más allá; pues siempre seguimos, de alguna manera, aquí
en este mundo, presentes en el corazón y la vida de quienes nos siguen.
Y es, así, como podemos darnos cuenta de qué
es lo realmente importante en esta vida: valorar las relaciones familiares, de
amistad, de compartir en comunidad…
A alguien escuche una vez que, cuando nos
hayamos ido, la gente sólo recordará la
música que hayamos dejado... Por eso, quizá, es clave que nos hagamos, con el
corazón en la mano, la pregunta: ¿de
qué melodía estamos llenando el mundo?
El día que yo me marche para
“el otro barrio”, no quiero, de verdad, ver muchos llantos ni lamentos (estaré,
muy posiblemente con los ojos cerrados y sin gafas, pero no me gusta ver gente
penando). ¡Que disfrute de la vida todo el mundo!, que yo creo que es lo mejor
y único de verdadera valor que poseemos y me gustaría que quienes me han
conocido, sepan conmigo, siempre, dar gracias a la Vida.
En
realidad no importa lo larga o corta que haya sido una existencia terrenal. Lo
auténticamente cierto es que una vida nunca se pierde cuando hay quienes la
recuerdan.
Ojalá
que nuestras vidas dejen siempre buenos recuerdos. Y yo, por mi mismo lo digo:
ojalá que mi vida sea recordada en bien.
Y en mi posible epitafio,
confío en que aparezcan escritas cosas como:
Aquí
yacen algunos restos de JOSÉ-MARÍA
FEDRIANI MARTÍN, una persona que vivió honrando la Vida. Soñó, pero también
vivió. Siempre fue un buscador. A veces se equivocó..., pero siguió buscando. Gozó, lloró, tuvo
miedos, también mucha confianza. Tuvo problemas, pero no se dejó derrotar;
parecía incombustible. Fue muy humano, aunque no siempre fue comprendido. Fue
una persona generosa. Y disfrutó entregándose, en cuerpo y alma, por su familia
y por sus amigas y amigos; a veces hasta por los más desconocidos de la
tierra..., porque siempre creyó que el mundo es una inmensa Comunidad, donde
todos los seres humanos somos como una gran Familia. Sintió que en su vida
tenía una Misión por desarrollar y estuvo dedicado a ello tanto tiempo... que,
a veces, no tuvo espacios ni tiempo para otras muchas cosas. Buscó y optó por
vivir “en familia”; pero, sobre todo, buscó y optó por vivir “en amistad”.
Le
gustó y adoró la Vida y la Naturaleza. Desde el mar hasta el color y el olor de
la flores. Le hubiera gustado hacer otras ¡tantas cosas!, pero tuvo que optar y
renunció a ellas. Pero lo hizo con alegría y Esperanza.
Gracias,
compañero y amigo, Reyes. Gracias, papá, por tu amor y amistad. Gracias,
abuelito, por tus juegos, tus bromas y tus cuentos.
Y esto que sea, en algún lugar
de la Tierra, me da igual el sitio… pero que sea (por favor, es mi último
deseo), si es posible, en el otoño de 2058.