jueves, 24 de septiembre de 2015

CONQUISTAR…



Otro concepto discutible.

En Lisboa, en el Barrio de Belem, hay un Monumento (impresionante y de gran belleza, por cierto) a los Descubridores.




El monumento tiene aspecto de nave que se adentra en el río. Construido en 1960, para celebrar el quinto centenario de la muerte del príncipe Enrique el Navegante. Aparecen veintiún personajes históricos relacionados con los descubrimientos.





Pero… el Monumento a los Descubridores, desde luego, representa todo un concepto de cultura que, nos parezca bien o no, en este siglo XXI, bien podría ser ocasión para cuestionarnos algunas cosas.


No es mi intención juzgar la historia. Escrita está y está llena de hechos reales inmutables.

Pero volviendo al concepto que ilustra el monumento: ¿a qué me vengo a referir?

Lo que vemos, con admiración y fotografiamos…

Es una valoración del imperialismo, reconocimiento de un hecho histórico que siempre ha sido aceptado, valorado y elogiado como si realmente se tratara de algo muy digno de admiración y hasta de alabanzas…





Algo que, desde que éramos niños, se nos hizo valorar, en la educación-instrucción que recibíamos.

Pero hoy, yo me planteo (y abro mi pregunta a quienes me leen): ¿hasta dónde son plausibles un tipo de actuaciones como éstas?

Pues conquistar… ¿qué entendemos por conquistar?

Según mi diccionario se trata de «Adquirir algo por la fuerza de las armas»; también de «Ganar la voluntad de una persona o atraerla a un partido u opinión»; o lo que es lo mismo: lograr cambiar el pensamiento, la opinión y hasta la voluntad de otra persona. ¿Cómo es ese convencimiento?


                             

Y cuando hablamos de la seducción amorosa, ¿qué se entiende por “conquistar”?, ¿acaso robar el corazón? Pero (insisto en mi duda conceptual), ¿y robar es, también, un valor de nuestra cultura?

Conquistar…,  un concepto discutible, desde luego. Y ¿es aceptable en nuestros esquemas culturales de hoy, algo que tan poco o nada tiene que ver con el valor supremo de la libertad?


¿Es, acaso, un acto de justicia el sometimiento, a base de la fuerza de las armas y, en el mejor de los casos, del engaño?



No quiero tampoco juzgar a quienes se dejan seducir, de tal manera que sus sentimientos son ganados o “conquistados” y llegan a “rendirse”… ante el “usurpador”, u “osada bandida”, capaz de adueñarse de la propia libertad; pues dicen que “en el amor y la guerra todo vale”. Pero sí dejo aquí, abierto, el tema.



Junto al monumento está, forjada en hierro, “la rosa de los vientos”… Quizás es un canto a que, a veces, tantas veces, ¡hay que echar a volar muchas viejas “valoraciones” y transformarlas a nuestros nuevos valores!



sábado, 19 de septiembre de 2015

VIAJANDO...



                       LISBOA
Hacían cinco décadas que no iba yo a Lisboa. Además, se daba el caso de que, tanto mi mujer como una de mis hijas, la tenían aún como “asignatura pendiente”.  Así que, por fin, en los últimos días de vacaciones, hemos viajado allí y yo he “re-conocido” esta espléndida ciudad, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos (en 1200 a.C. ya existía un puerto comercial fenicio), situada en tan privilegiado enclave ribereño, en el estuario del río Tajo.






















Lisboa, paralelamente a la también maravillosa ciudad de Roma, está construida sobre siete colinas, custodiando en ellas las joyas más preciosas de la arquitectura portuguesa.

Lisboa es una ciudad de muchos contrastes, con sus barrios muy propios del siglo XXI, con ambientes cosmopolitas, a la vez de otros muy populares y castizos, casi rurales.






















Desde la Baixa Lisboa (que fue construida sobre las ruinas de la antigua ciudad, destruida en el terremoto de de 1755) que es, gracias al su replanteamiento urbanístico del Marqués de Pombal, una ejemplaridad arquitectónica, de calles en cuadrícula y edificios de tres pisos, que hacen pensar en una ciudad de cine: todos sus edificios mantienen unas dimensiones constantes, formando manzanas de igual tamaño que permiten el trazado de amplias avenidas peatonales rodeadas de bellas y llamativas fachadas alicatadas de azulejos con vivos colores. Es como el corazón de la ciudad, donde podemos encontrar tiendas, teatros, cines y restaurantes; además de concentrar la mayoría de monumentos de la ciudad.














Es de destacar la Plaza del Comercio (Praça do Comércio), a la que se accede através  Arco Triunfal da Rua Augusta; avanzando al sur, se llega a las orillas del Tajo, donde se pueden ver unos escalones de mármol, que era por donde desembarcaban las visitas ilustres, en otros tiempos. En el centro de la plaza se erige la estatua ecuestre de D. José I.










Otro lugar emblemático es la Praza de D. Pedro IV, o do Rossio. El piso de la plaza está constituido por miles de piedras blancas y negras que forman un mosaico de bonitos dibujos ondulados. En el centro de la plaza se encuentra la estatua de D. Pedro IV, primer emperador de Brasil, rodeado de cuatro mujeres que alegorizan la justicia, sabiduría, fuerza y moderación.

De entre los edificios que la rodean de estilo neoclásico pombalino, destaca el teatro D.Maria II construida en la década de los 40 por el arquitecto italiano Fortunato.






La Praça da Figueira es otra preciosa plaza, situada junto a la plaza del Rossio. Enmedio de la plaza, la estatua ecuestre del rey Juan I.




La Praça dos Restauradores fue construida para conmemorar la liberación de la nación, en 1640, de los 60 años de dominio español. La plaza se encuentra delimitada por elegantes edificios de los siglos XIX y principios del XX.









Impresionante es el monumento erigido al Marqués de Pombal,   situado en la rotonda donde finaliza la Avenida da Liberdade; consta de una gran columna, en la que en su cúspide se represento al marqués de Pombal acompañado de un león, símbolo de todo su poder, y en el pedestal aparecen esculpidas alegorías relacionadas con su obra y vida: reforma agraria, universidad de Coimbra, reformas tras el terremoto de 1755, etc.















Y no se acaban las calles y plazas dignas de ser recorridas... 

















Conviene no pasar de largo y subir al Elevador de Santa Justa o elevador do Carmo. El mirador al que se accede por una escalera helicoidal permite admirar una panorámica de la ciudad con el Castillo de San Jorge, la plaza del Rossio y el barrio de la Baixa Lisboa. 























































Grandes oportunidades para andar, pisando suelo lisboeta o yendo en tranvía... ¡hay tantas cosas que conocer! 

Y... ¿por qué no ir, también, de compras?











La Catedral de Lisboa Sé tiene  mezcla de diferentes estilos; la fachada presidida por un gran rosetón tiene dos robustos campanarios de estilo románico, mientras que el interior guarda numerosos elementos del gótico.























El barrio de Alfama es el más antiguo de Lisboa, de origen árabe, ha sobrevivido a los dos terremotos que han sacudido la ciudad y se encuentra aposentado sobre una de las colinas lisboetas. Los tranvías amarelos lo recorren de arriba a abajo por sus estrechas y vericueteadas callecitas descubriendo las estupendas vistas que ofrece a sus visitantes del río Tajo.





El castillo de San Jorge, situado en la cima de la colina, nos muestra sus imponentes murallas desde las plazas de la Baixa Lisboa y desde el barrio alto, adornando graciosamente la silueta de los amaneceres lisboetas. 











La vista desde el mirador, es estupenda, pudiéndose ver la mayor parte de la Lisboa histórica.


El Barrio Alto, asentado sobre la colina opuesta a Alfama, está lleno de estrechas calles laberínticas e interminables escaleras llenas de tiendecitas, bares y restaurantes.







En el Parque Eduardo VII, se pueden visitar la Estufa fría y la Estufa caliente, jardines botánicos llenos de plantas exóticas y animales tropicales.


Belém:


Capítulo aparte es el barrio de Belém, al oeste del centro de Lisboa y a sus afueras fue el principal puerto donde los marinos como el Vasco de Gama zarparon en sus viajes a las indias. Durante esta época, Belém era una villa independiente de Lisboa y ahora es uno de los más prósperos barrios de la capital.

En las cercanías está el Palacio Nacional de Belém, donde, oficialmente, vive el Presidente de la República portuguesa.

Entre el centro histórico de la ciudad y el barrio de Belém se encuentra uno de los símbolos de la ciudad: el Puente 25 de Abril que cruza el estuario del río Tajo, con una longitud de dos kilómetros. Construido en 1960 y llamado Puente Salazar, en honor al dictador que ordeno su construcción, pero cambió su nombre por el de 25 de Abril, día en que comenzó la Revolución de los Claveles y se restauró la democracia en Portugal.








La torre de Belém, situada en la desembocadura del río Tajo, con sus cinco pisos, es el más representativo ejemplo de arquitectura manuelina. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1983.











El Monasterio de los Jerónimos(o Santa María de Belém), también de estilo manuelino, fue construido (S. XV) para conmemorar el regreso de América de Vasco de Gama.




El Monumento a los Descubridores, construido en 1960 a pocos pasos de la Torre de Belém junto al Tajo, conmemora los 500 años de la muerte de D. Henrique el Navegante. Mide 52 metros de altura y tiene forma de carabela. Don Henrique el Navegante, en la proa alza una carabela en las manos y en dos filas descendientes a cada lado del monumento están esculpidas las figuras de los héroes portugueses ligados a los Descubrimientos.


(*) Otro día me centraré en hablar de algunas, varias cosas, que me ha sugerido este magnífico monumento; en esta segunda visita que yo, recientemente, le he hecho…