domingo, 20 de julio de 2014

ATARDECERES EN SANCTI PETRI (CHICLANA)


        
 
CAE LA TARDE
(JUNTO AL MAR)





Cae la tarde.

El sol, para despedirse

de este día único

saca su traje de gala

y se viste de naranja.

 
 
 
 
 


El quiere, así, decirnos

que hoy ha sido fiesta

en su corazón ardiente.

Y por eso, se nos ha dado,

generosamente, entero

para iluminar nuestras horas,

para darnos su calor

y su energía sostenible,

como una madre…

 
 
 
 


Ahora es el momento de su adiós.

Y lo quiere celebrar

con su sonrisa abierta,

cruzando con su manto

el horizonte entero.





Ya deja de abrazarnos

y besarnos; que la noche

no es para él, que prudente

deja paso a la luna que, llena,

blanca como el nácar y la espuma

está a punto de llegar…

(desde el oriente)

más tímida, más serena;

también llena de luz

(luz que él también le regala,

galante, cada jornada).

 
 
 
 
 


Cae la tarde, decididamente

es la hora de olvidar

los afanes cotidianos,

de entregar el pensamiento

al Creador del Cosmos

y Padre de la Vida;





porque todo este don

de cincuenta mil segundos

llenos de luz fecundadora

es el más genuino regalo

del que gozamos, siempre gratis

(que no superfluamente)

todos los seres vivientes

del este planeta Tierra.

  
 
 
 


Cae la tarde

y el corazón me late

(lo siento) con más pulsaciones

de las que lo hace habitualmente:

su apariencia, excelente,

encantadoramente hermosa,

fugazmente libertina,

me hace sentir la soledad.

El sol se nos escapa,

me deja solo, aquí,

ya, una vez más…
 
 
 
 


Al igual que tantos días,

cuando ya va a caer el sol,

me dirijo hacia la playa,

como atraído por su imán

de aroma positivo a mar salado,

de brisa fresca y renovada,

de batir de olas azules

y frangible espuma blanca…   

 
 
 
 


Necesito caminar por la orilla

y sentir como sube por mi cuerpo

el calor que aún conserva la arena

que fue acariciada, todo el día,

por los rayos ardientes del sol.





 

En mi andar descalzo

por la playa, poco a poco,

mis pies van recibiendo

el frescor de las olas que llegan

y me mojan, como en un juego…,

como queriendo hacerme despertar

del sueño, acaso absurdo, 

por el que estoy a punto de adentrarme;

porque, aun sin quererlo,

la mente se me escapa

y mi imaginación sale a volar…

  
 
 
 


Cae la tarde.

Veo ya sucumbir el sol, a lo lejos.

Me detengo, en mi caminar,

y miro al horizonte, absorto,

como queriendo encontrarla…

mi imaginación me regala

su imagen, la veo tan claramente:

viene desnuda, con su piel mojada,

con el pelo suelto sobre sus hombros;

me mira, y sonriéndome, me dice

“¡he vuelto, estoy aquí, contigo!”.

  
 
 


Se ha acercado a mí, puedo

tocarla, la siento tan real

que la abrazo y le pido que se quede

toda la noche conmigo…

 
 
 
 


Luego me siento en la arena húmeda,

cierro los ojos, mientras escucho

como las olas van y vienen;

me siento libre pero acompañado

por la fémina-musa de mis sueños…

 
 
 
 
 


Percibo mi existencia sosegada,

abrazado a su cuerpo enamorado.

Abro, de nuevo mis ojos emocionados,

para ver como el sol se esconde,

imperturbable, tras el horizonte;

despidiéndose, incansable, hasta

un (seguro) nuevo día.

 
 
 
 
 


Las nubes, una vez más

(y esta vez, como ayer, como siempre,

de un modo diferente) tiñen

el inmenso cielo de mil

prodigiosas tonalidades rojizas,

anaranjadas, violáceas y hasta blancas.
 
 
 
 


Quedamos solos, ella y yo,

sobre la arena, tibia y mojada.

Por detrás de nuestras cabezas

aparece la luna.





 
Mi mirada, otra vez, de nuevo,

se confunde: cielo, mar, arena, ella…

Y quedo, así, adormecido

(y no sé cuánto tiempo, eterno tiempo).

Sube la marea y moja mi cuerpo.

  
 
 


Al despertar, la realidad

me arranca de mi éxtasis enamorado.

Veo que ella no está, ¿quizás…?
 
 
 

            La he tenido cerca, he escuchado su voz,

mientras paseábamos cogidos de la mano,

he percibido su aroma meloso de jazmines,

he notado su abrazo apretado

que no era atadura, he sentido

su existencia vibrante junto a la mía;

pero no sé… (lo dudo todo).

  
 
 


 
Unas gaviotas vienen a decirme,

aún sin palabras, que la hora

de acabar con todo

está llegando, que la noche

es para retirarse y descansar.

Y me retiro lleno de gozo y taciturno,

de sutil complacencia y de añoranza.

 
 
 
 
 


Cayó la larde. Hace rato es de noche.

Ahora, la luna es la que brilla

Y, calladamente, me llena los ojos

de la emoción ilusionada

de creer que su luz es signo evidente

de que el sol sigue iluminando,

desde otro lugar, quizás alejado

pero tan real como esta playa.






 

Y por eso, puedo pensar, esperanzado,

que mañana volverá… certeramente.

 

(JMF – julio 2014)

4 comentarios:

  1. José María he disfrutado uuuff de tus fotos que hablan y nos sentir a solas donde lograste recordar mi brillo del mar y sacar una sonrisa asi como llenarme de paz uuffff me ha encatado y unos versos que llegan al alma lleno espuma y alegría salina

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  2. Una preciosidad, Comparto la fascinacion del atardecer,
    puesta de sol, la luna en sus fases, como un milagro diario
    en todos los horizontes posibles.
    Al alcance de todo por igual, da vida a quien lo observe.
    . Lo singular es poder expresar y compartirlo.

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  3. Muchas Gracias José María,por esas hermosas fotos de esos atardeceres que llenan el alma de pura inspiración y hace volar nuestra imaginación.......soy artesana y de vez en cuando necesito de lo que el sol con su calor puede lograr nacer en mí.
    Deseo agradecerte por ser seguidor de mi blog http://deko-creaciones.blogspot.com/. Dios te bendiga y un abeazo a la distancia desde Perú.

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