LA FUENTE QUE
NO TENÍA AGUA
Había una indicación (vieja
indicación de décadas pasadas, que algún edil decidió colocar allí, para
facilitar la localización de aquella maravilla natural) que decía: “Fuente de
agua saludable”.
Y, desde hacía mucho tiempo,
una ingente cantidad de vecinos de la localidad y de las cercanías de la zona,
había ido hasta allí, con cántaros tinajas primero, luego con cantimploras,
damajuanas, garrafas; por fin con bidones de aluminio o plástico...
La fuente había servido,
también, casi por un siglo, de lugar de encuentro y convivencia de lugareños y
gente de la comarca. Podría señalarse que hasta había parejas que allá se
habían consolidado como familia, junto al caño de agua fresca de la “Fuente de
agua saludable”.
Aunque llegó un momento en que,
aquel manantial, se fue agotando y la fuente ya apenas daba agua, sólo algún
rato al despuntar el alba; hasta que, por fin, dejó totalmente de dar agua.
Pero la gente, como si nada,
siguiendo la fuerza de la costumbre, siguió yendo a ella, cada día, con sus
envases vacíos... esperando esa agua que nunca llegaba...
Algo cambió, la cosa pasó a ser
diferente: ahora los más jóvenes ya no iban por agua a la fuente. Aunque,
fundamentalmente, tampoco se notaba mucho, pues las personas mayores sí que
seguían..., como esperando un milagro; o quizás seguían haciendo lo mismo por
no romper su rutina acostumbrada de ir a la fuente, diariamente.
Una mañana, Carmina, una mujer
que, cada día, iba con su madre a la fuente, le dijo a su hija:
- Oye, Emili, hoy la abuela no
se encuentra con ánimo... ¿por qué no me acompañas tú a la fuente?
A lo que la chica contestó:
- Pero mamá ¿qué sentido tiene
ir a la fuente, si ya hace meses que ahí no cae una gota de agua?
- Mira, tú no lo entiendes,
pero es una costumbre y todo el mundo espera que vayamos los demás, para
vernos, charlar, comentar cosas, intercambiar opiniones...
- Vale, pero si me aburro me
vuelvo ¿eh?
- Vale...
Por el camino, madre e hija
fueron conversando sobre algunas cosas, relacionadas con el sentido de las
costumbres y también sobre las razones por las que vivir. La verdad es que
aquel rato les resultó enriquecedor a las dos mujeres, que no siempre habían
hablado de otras cosas que no fuesen las cosas y menesteres de la vida
cotidiana.
Al llegar a la fuente, al
parecer tan absurdamente para la joven Emilia, allí había unas veinte personas
que, de pie o sentadas, reunidas en varios corros, charlaban amigablemente,
mientras sostenían, muchas de ellas, su recipiente, más o menos grande.
A chica casi le dieron ganas de
reír; pero, quizá por la inevitable sorpresa, más bien no pudo hacerlo. Era
increíble ¿cómo podía ser verdad aquello que veían sus ojos?
Luego, junto a su madre, se
incorporó a uno de los círculos de gente y también acompañó a los saludos que
hacía su madre. No pudo atender la conversación que no le interesaba, pero sí
que tuvo su mente activa y ocupada. Y hasta llegó a algunas conclusiones, como:
-
Aquella
gente le gustaba ir allí. No hacían ningún mal a nadie y era bien barato.
-
Además,
se sentían con el deber moral de ir, pues había otras personas que contaban con
la asistencia de cada una y cada uno de ellas o ellos.
-
Era
absurdo plantearles que lo que hacían no tenía sentido.
-
Porque,
además, ella estaba viendo que, para ellas y ellos, sí que tenía sentido.
-
Pero,
además, y ya pensando en su realidad personal y en la de tantos otros jóvenes
del pueblo, aquella podía ser... ¡era una oportunidad! para ella y otros...:
Sí, la “costumbre” había creado
un espacio de concentración excelente ¿por qué no aprovechar aquello...?, como
¿para qué?
Ya por el camino de regreso a
casa y luego en casa, mientras colaboraba en los quehaceres domésticos, y
después de comer, no dejó de darle vueltas a su cabeza..., hasta que, al final
(como suele suceder cuando se piensa) llegó la luz: ¡lo tenía! Siempre había
pensado, se había dicho a sí misma, que no quería quedarse toda la vida
haciendo las cuatro mismas cosas que hacía todos los días, como recoger fruta
para luego preparar las mermeladas, barrer y fregar el piso de la casa, hacer
las camas o lavar y planchar..., esperando que le callera del cielo una
estrella...
Aquella misma tarde-noche,
Emilia, asumiendo el liderazgo del grupo (que, desde luego tenía), convocó a
sus tres mejores amigas: Estefanía, Nicia y Nadia, y también a su amigo Juan
Diego.
Les hizo pasar al cuarto del
fondo de la casa, les invitó a que se pusieran cómodos y les dijo:
- Esta mañana estuve en la
fuente.
- Y ¿qué hacías allí?, se
apresuró a preguntarle Juan Diego.
- Pues...
- No, mejor dinos..., no nos habrás llamado para
decirnos... (añadió Nadia).
- Sí, esa es la razón.
- Bueno, pues entonces, como ha
dicho Juan ¿qué hacías allí?
- Pues la verdad es que
sorprenderme.
- Si no te explicas mejor...
Y mostrando seguridad en lo que
decía, con voz clara se dirigió a sus amigos con estas palabras:
- Mirad: tanto Estefanía como
Juan Diego os pasáis la vida en la granja y la huerta de vuestros padres...
¿haciendo qué? No me digáis que os ilusiona coger y clasificar huevos o sembrar
papas o recoger lechugas...
- Pues la verdad es que no,
dijo Estefanía.
- No, no, desde luego, añadió
Juan Diego.
Luego, dirigiéndose a su
segunda amiga:
- Y tú, Nicia, ¿te hace mucha
ilusión estar ahí con tu madre en la tienda, todo el día, esperando que llegue
alguien a comprar... un bote de miel, o mermelada, o media docena de tortas de
aceite...?
- Bueno (contestó) pero... es que
e si no ¿que voy a hacer? Así por lo menos me distraigo un poco y charlo con la
gente...; no es mucha la que llega, pero ¿y si no?
- OK, vale. Y... (poniendo su
mirada en la última del grupo), dime Nadia: llevas años haciendo cremitas con
áloe vera; pero, aparte de vendérnosla a las amigas y, una vez al año ir a la
feria de Puebloblanco o poner tu chiringuito en la plaza de San Juan en la
semana cultural... ¿qué?
- Nada, hija, esperar ¡que
venga un príncipe azul que me entregue su amor y me lleve en su blanco corcel
hasta su castillo..., dónde haya muchas perdices y seamos muy muy felices!
- Ja, ja, ja (rieron en grupo).
Continuó:
- Y yo, ¿sabéis lo que yo,
Emilia López Menacho, hago cada día? Pues ayudarle a mi madre y a mi abuela a
hacer las mermeladas que luego levamos a la madre de Estefanía y a unas pocas
tiendas más de la comarca. Y punto.
- Vale (respondió impulsivamente
Nicia). El panorama es muy triste... Y ¿qué nos quieres decir con todo esto?
- Pues que, si seguimos haciendo
siempre lo mismo, los resultados serán muy posiblemente los mismos.
- A ver, explícate (dijo
entonces Juan Diego).
- Pues es muy fácil, casi una
perogrullada: si siempre hacemos lo que hemos hecho y como lo hemos hecho
siempre, siempre obtendremos lo que siempre hemos obtenido, y de la misma
manera. Ni siquiera del mago de Aladino hace “sus milagros”..., si no hay nadie que, previamente, ¡frote bien
su lámpara!
Todos se quedaron callados. Con
ese tan acertado comentario, sí que les había dejado boquiabiertos.
Y, rompiendo el silencio,
continuó:
- Pero es que esto nos implica
tanto..., que será lo que hará que podamos ser felices o desgraciados; porque
de lo más importante en la vida es conseguir lo que queremos y ello es lo que
nos llevará a disfrutarlo, a hacer de la vida una fiesta.
- Eso que dices es muy bonito,
amiga (le dijo Estefanía); pero ¿qué garantía podemos tener de que vamos a
acertar y vamos a ser felices haciendo eso que queremos?, porque también nos
podemos equivocar ¿no?
- Claro: si cuanto haces no te
llena de felicidad, mejor déjalo y dedícate a ora cosa; pero nunca sabrás si te equivocas si no haces
nada; esa sí que es una equivocación.
- Vale, entiendo.
- Estupendo. Pues, después de
esto, os comento lo que he pensado. Mi propuesta es la siguiente: Organizarnos,
crear una especie de cooperativa entre los cinco, abierta a más gente..., si el
invento funciona.
- ¿Una cooperativa?, ¿para qué?
(preguntó Nadia).
- Pues para ofrecer, daos
cuenta, que el mercado ya lo tenemos puesto...
- ¿El mercado?, ¿qué mercado?
- Sí, perdonadme si no os he
aclarado: estoy pensando en todo el personal que diariamente acude a la Fuente
de agua saludable a encontrarse..., pero donde no hay nada.
Y es ahí donde yo he pensado
que podríamos acudir; no a por agua que no hay, sino a ofrecer: si queréis agua
embotellada, pero también frutas y verduras de la huerta, huevos de gallina
recién puestos, cremas de áloe, miel y mermeladas...
La fuente es un lugar de
encuentro, ideal para ofrecer ¡todo lo que tenemos!
Si vemos que esto marcha,
podemos ir incluyendo otras cosas y otros servicios, que todos conocemos a más
gente joven preparada para peluquería, para dar masajes, para crear regalos
artesanos de madera o cerámica, para hacer retratos al natural, etcétera,
etcétera.
- Oye, esto es muy lindo (dijo
Nadia).
- ¡Qué buena idea!, añadió
Estefanía.
- Pues yo no lo veo claro,
increpó Juan Diego.
- ¿Qué es lo que no ves claro?,
repuso Estefanía.
Así estuvieron, charlando,
debatiendo, viendo pros y contras, hasta la madrugada.
Por fin llegó un momento en que
Emilia dijo:
- Bueno, creo que ya estamos
embotados ¿qué os parece si nos vamos a la cama... y, con la ayuda de la
almohada, reposamos todas estas ideas?
- De acuerdo, dijo alguien.
- De acuerdo, repitieron los
demás.
- Hasta mañana, chicos, gracias
por venir, escuchar y aportar...
- ¡Gracias a ti, amiga!
Al día siguiente, y al
siguiente del siguiente, y a los otros que vinieron detrás, no les faltó su
afán. Estaban empeñados en hacerlo bien, y les tocó ir dando pasos necesarios e
importantes. Era mucho el trabajo, las gestiones que hacer, las oficinas a las
que tuvieron que ir, para resolver papeleos y permisos... Pero el trabajo unido
a la ilusión es siempre satisfactorio. Los cinco jóvenes estaban muy entregados
a su proyecto y toda la dedicación, era una aventura única que les llenaba de
gozo con sentido.
Era
fundamental el carácter y la visión de Emilia. Ella tenía unos valores o
aptitudes muy válidas para esta tarea, era indiscutible:
Emilia tenía madera de líder, sabía enfocase en cambiar lo
cambiable, no gastaba su energía quejándose por las circunstancias negativas.
Creía que, confiando en sí misma y con determinación, podría transformar la realidad. Como le decía
su abuela y ella lo había aprendido bien
“quien no sabe para dónde va, puede llegar a donde no quiere”, por eso
ella siempre se empeñaba en elegir, no en dejar que otros decidan su vida por
ella. Se sentía dueña de su vida, no aceptaba pensar que su felicidad o
bienestar estuviese en las manos de otras voluntades.
Sabía y creía que la vida es servicio; que es apoyar a otros a
encontrar lo mejor de sí mismos. Y ella disfrutaba el regalo de dar de lo mejor
de sí misma, sin esperar recompensas determinadas. Compartir sus sueños era
para ella un regalo a sus amigos, y con su bien hacer, ella era capaz de
ilusionar a otras personas, con entusiasmo; una vez más lo estaba haciendo.
Además, tenía mucha fe en la
vida, sin miedo a cambiar, porque tenía la experiencia de que, para crecer,
siempre hay cambiar algo. En la vida o se crece o se encoje...O se es más o se
es menos. Y, lo creía fervientemente, ¡siempre es mejor crecer!
Emilia sabía lo que quería ahora e iba teniendo bastante clara su
meta en la vida. Es más, estaba segura
de que aquello que deseaba lo iba a lograr; entre otras cosas porque, en muchas
ocasiones, ella se lo había demostrado a sí misma.
Estaba convencida de que los resultados positivos dependían de
ella y su pequeño equipo. Que, para ello, había que dar unos pasos no siempre
fáciles, pero estaba decidida a
convertir su ilusión en realidad.
Además, también sabía escuchar,
antes de hablar, solía ocuparse en saber la opinión de las otras personas. Y
cuando la gente no hablaba, también sabía escuchar sus silencios. Era un don
personal que la hacía única para sus amigas y amigos.
Y como, ahora como nunca, sabía lo que quería y tenía
fuerza y tesón para acometer el liderazgo de la empresa en la que estaban
empeñados, aquello tenía que salir bien.
Aunque,
por supuesto, también era imprescindible la cooperación de los cinco, como
grupo. Y, todos a una, estaban esforzándose porque la iniciativa saliera para
adelante.
Así
es que...
En poco más de un mes, los
cinco jóvenes estaban yendo a la fuente a ofrecer y vender frutas y
verduras, zumos y refrescos, huevos de
granja, tortas de aceite y mermeladas sin conservantes...
Y ¡vaya si tuvieron éxito!
Pocos días eran los que le sobraban los productos que llevaban.
No pasó muchos meses hasta que,
ya constituidos como Cooperativa, fueron incluyendo a otras personas.
Aquello fue aumentando. La
cooperativa de jóvenes y, luego, no tan jóvenes, fue incluyendo más cosas y
servicios. Cada día, y alternativamente o periódicamente, aparecían vendedores
y personas interesadas en comprar cosas o disfrutar de todo cuanto allí se
ofrecía..., desde distintos lugares de la comarca.
La idea de Emilia había dado
sus frutos.
Al final, en Estella Nueva no
hubo fuente, pero sí un mercado, un lugar de encuentros y mercadeo digno de
ponerse como ejemplo en otros muchos lugares.
Curiosamente, la fuente que no
tenía agua... ¡se convirtió en un manantial de vida!
(del libro “EL FUTURO EN MIS MANOS”)