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viernes, 28 de febrero de 2014

FALSAS VERDADES


 ¿QUÉ ES VERDAD?

 
La forma de expresarse, del mismo modo que la manera de moverse, conllevan un mensaje complementario que, tantas veces, ratifica o invalida lo dicho. Por eso, pienso, es importante no sólo lo que se dice sino también cómo se dice.

Algo que, a mi entender, quita valor a un discurso o información, cuando se utilizan demasiadas “frases hechas” como aquellas con las que, alguna vez, hemos jugado a redactar nuestro discurso como: “No es indispensable argumentar el peso y la significación de estos problemas…”, “Por otra parte, y dados los condicionamientos actuales…”, “implica el proceso de reestructuración y modernización…”, “radica en una elaboración cuidadosa y sistemática de las estrategias adecuadas…”, “de los elementos generadores…”, “Por último, y como definitivo elemento esclarecedor, cabe añadir que…”; pues, con ello, cualquiera puede comprender que lo que se dice es pura retórica que no expresa ningún profundo ni real mensaje, por parte de quien habla.
 

Tampoco dan valor a un mensaje, discurso o información el uso de las esas típicas frases que, a veces se ponen “de moda” y todo el mundo las repite, aunque no vengan a cuento. Así, por ejemplo, hace unas décadas, mucha gente decía aquello de “esto…”. Más recientemente hemos escuchado, demasiadas veces, a partir de que una “famosilla” lo lanzada en televisión, aquello de “para nada”;  y ahora, desde que un político empezó a utilizarlo, ha quedado instituida la moda de decir “la verdad es que sí” para anteponerlo a cualquier afirmación, o “la verdad es que no” antes de cualquier negación.

Y yo me pregunto y os pregunto: ¿quiere decir que “eso que se dice” puede ser algo tan verdad como falsedad?, o es que, básicamente, pensamos que la veracidad no goza de crédito suficiente.

Es un apostillamiento absurdo que, desde mi punto de vista, lo único que logra es hacernos dudar de cuanto esa persona expresa en sus discursos… Quizás pienso en aquello de que, como la misma palabra dice: “apostilla y miento”. Porque si lo que se dice no tiene más fuerza que la de la palabra, sin que nunca se vean las obras que confirman que es verdad lo que se dice o promete…  

No hay que decir tanto “la verdad es que…”, sino demostrar con obras, no con buenas razones que lo que se dice es certeza, a cabalidad.
 

Si esto lo trasladamos a la “cara dura” de una gran parte de nuestra clase política que con sus discursos dicen lo que no hacen, de la misma manera que (como norma general) las siglas de sus partidos tampoco significan lo que realmente son (¿populares?, ¿obreros?, ¿demócratas?, ¿unidos?, etc.) Y ¡la gente acaba sin creer nada de nada!

 

Cuando se nos dice que nunca se superará la cifra de 4 millones de parados”, que “estamos creciendo” en macroeconomía, que “la verdad es que ya hemos salido de la crisis”, que “no habrá más subidas de impuestos” o que “no es verdad que los políticos sean unos corruptos” y que “la transparencia es ya una realidad”… ¿qué os parece que piensa la mayoría de la población que escucha estos mensajes?

Por lo menos dudará, muy seriamente, sobre si puede o no puede ser verdad. Yo pienso la conocida frase de quien decía aquello de “la verdad es que yo sólo digo mentiras”. ¿Y…?, ¿es posible creerle?


Ya la veracidad no es “creíble” suficientemente; nadie cree a nadie ni a nada, todo se pone en tela de juicio, aquí ya todo el mundo se vuelve incrédulo.

Personalmente, puedo constatar por mi experiencia en el mundo de las ventas que, hoy por hoy, la incredulidad y la desconfianza está establecida en muchas de nuestras relaciones cotidianas. Y, así, se da el caso de que cuando alguien quiere vender su producto, basta con que diga “es lo mejor del mercado” para que todo el mundo lo dude…

Porque cuando a la gente se le engaña repetidamente, lógico es que deje de creer lo que se le dice, aunque sea después de reiterar cada afirmación con un “la verdad es que sí”.

 

JUNTO AL MAR...

 
 

         LA AVENTURA            DE IR A LA PLAYA
 

 
Ir a playa

es siempre una aventura

y siempre es positiva;

aunque sea largo el camino

o nos entre arena en los zapatos.

 

Porque es abrirse al sol

y al contacto real

con el aire, el agua

y la brisa del mar.

 
 
 


Y también es, desde luego,

aceptar ser

lo que se es:

aprehender a amar

el propio cuerpo

y hasta reconocer

que hay belleza

en cuanto no está acorde

con los cánones ya clásicos

de la estética o el arte.

 

Mirando al mar, enseguida

vemos que, sorprendentemente,

no hay dos olas iguales;

ni tampoco, siquiera,

el rítmico movimiento de las olas

llega, nunca, a ser rutina,

ni el mecánico sonido

de unos golpes provocados.

Es, quizás, como el latido,

ritmo vital de un corazón;

nunca la respuesta tecnocrática

a una programada fórmula matemática

que alguien pensó

e impuso sin más.

 
 
 


Mirando al nuestro propio

y a los otros cuerpos,

es hermoso descubrir

que lo más hermoso está

en lo plural

de todo lo que es tan natural.

 

¡Tanto coleto diferente!

en todo, y todos hermosos:

senos exuberantes y carnosos,

pechos pequeños, tetas diminutas;

unos vientres planos y otros obesos;

sexos peludos o pubis depilados

que hacen imaginar

locas pasiones no frenadas,

entregas totales para carnal placer

y también tiernos deseos amorosos

y afectos delicadamente íntimos,

regalados sin más prisa

que ser grata complacencia...

 
 
 
 


Variedad plural, así mismo,

en las espaldas y las nalgas:

hombros robustos

que inspiran segura fortaleza

y también redondos y suaves

que trasladan mi mente

a un baño de sensual masaje

o a un sutil abrazo

acompañando el ritmo armónico

de una dulce melodía...

E igualmente bellos aparecen 
 
esos culos hermosos

que evocan las costas del Caribe

o aquellos otros que se notan

trabajados, labrados hasta domados

de educación física y deporte.

 



La playa...

¡qué conjunto tan completo

de placeres

en relación con todos

los que son nuestros sentidos

despiertos a colores, olores,

sabores, caricias, rumores y sonidos.

 

Es tremenda la ofrenda

que nos hace, cada vez

que elegimos vivir una jornada

o, acaso, dedicar un rato...

para, descanzando nuestros piés

y quitándonos el ropaje

de andar por las urbanas calles

que nos llevan a los tantos

quehaceres cotidianos,

meternos en ese espacio único

de arena y sol,

de agua y brisa...

que es ¡la playa!

 

                   (en ADN)










jueves, 20 de febrero de 2014

PASEANDO POR SEVILLA


 





















RE-CONOCER SEVILLA



Pasear, conocer, reconocer Sevilla… es grata aventura de la que nadie debe privarse. Porque, efectivamente, conocer, reconocer Sevilla... es más que leer un libro  o aprender   unas palabras, unas fechas, el nombre de unos arquitectos insignes y los estilos que usaron  en el arte de la construcción.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

Re-conocer Sevilla es ir  bebiendo del inagotable manantial de la historia. Historia que está viva y vibrante por los lugares donde su gente... camina o espera,  canta o piensa en silencio, ríe o llora, espera o hasta desespera,  teme o cree, añora o reza, quiere, olvida, sueña, recuerda...


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

Son miles de calles y avenidas, plazas, plazuelas, callejuelas, callejones, rondas, parques y jardines, paseos y alamedas, glorietas...


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 

La mejor forma de conocerla, de re-conocerla,  es andarla, corretearla, rebuscarla...: edificios históricos, admirables templos, casonas y palacios, conventos, patios íntimos,  corrales de vecinos, increíbles su Alcázar mudéjar y su Catedral cristiana, murallas romanas y árabes, y sus puentes... sobre el río. El río, gran río   de Andalucía; aunque a su paso se queda inmóvil quizá dudando... qué hacer (si seguir  o quedarse...) porque...

 
 















 



















Hay barrios bien antiguos, arrabales y collaciones,  nuevas barriadas, polígonos: Sevilla está viva y crece y se renueva... sin dejar nunca de ser.

























 
Ciudad escogida por tantos y diversos pueblos, lugar donde conviven las edificaciones hechas de piedra y de ladrillo, con las de ladrillos y azulejos,  o con las de hierro y vidrio... 

 





 


 




















Fisonomía única de ciudad mora y judía y cristiana... que grita al Cielo con sus  torres y campanarios y espadañas..., porque es tierra de gente creyente que siempre ha sabido estar pendiente de lo Alto.


 
























 

Sevilla también tiene sus puertas. Pero son puertas abiertas;  que las llaves, desde que el Rey Fernando Santo las rescató,  ya nada cierran: ya no son signo de tesoro que se esconda;  si no ofrenda a toda la humanidad del patrimonio universal aquí asentado   que se abre a los cuatro vientos. Todas las puertas son invitaciones a la comunicación: puerta de Córdoba, puerta a Jerez, puerta de Triana, de la Macarena, del Sol y la Real. Puertas... sin llaves ¡hasta del Cielo!

 



 



 



 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Nacida a las riberas del gran río, reina de Andalucía,  Híspalis, Isvilia, Sevilla..., desde siempre es como un crisol privilegiado  donde, a lo largo de los siglos, se han fundido millares de millares de gentes y culturas. Quizá fue pensada por el Hacedor del Cosmos para que siempre sea el inconmensurable destino de los encuentros donde poder fundir la riqueza de las gentes.

 



















Así, a Sevilla, siempre llegaron extranjeros, fundamentalmente en son de paz, buscando establecer lazos: fenicios, griegos, romanos, cartagineses, árabes, judíos...


 















Y sigue siendo, ahora, irrenunciable lugar de cita y encuentros de inagotables viajeros de toda procedencia: de los ricos países del Norte y de los empobrecidos pueblos del Sur del mundo...


 


















Incomprensiblemente siempre hay espacio espaciado y tiempo intemporal para sus coches de caballos o para dejar paso a un estremecedor desfile procesional o unas anacrónicas carretas de bueyes...

 


 













 
 
Conocer, reconocer Sevilla es... ¡una grata aventura!, sobre todo yendo al amparo y compañía de alguna persona conocedora de sus tesoros. Pues conocer Sevilla no sólo dar pasos, caminar observando su belleza y monumentos; que también es el encuentro con personas con las que ir disfrutando cada espacio: Sevilla, sobre todo tiene un tesoro grande al que nunca jamás terminamos de valorar lo suficiente: su gente, que se siente unida a la su tierra... ¡que sigue viva y vibra!

 
 






























Siglos de esplendor  no impiden seguir observando el silencioso murmullo de la lluvia, o emocionarse por los recuerdos que siguen presentes en aquella esquina, o la azotea de la giralda...  y mirar las  palomas, las múltiples palmeras o las macetas de gitanillas que cuelgan...   O pasear sin más destino que ir oyendo el sonido del agua de las fuentes, o dejarse ir gozando del aroma y el color renovado en los jardines, o saboreando el olor incomparable, siempre nuevo, de los naranjos en flor, en primavera.


 
 





































 

Ojalá que siempre tengamos la vida por lo esencial y lo más sublime de lo que hemos de gozar en todo trance... Si la ciudad es hermosa, es... ¡para disfrutarla!

 
                                                                  José – María  Fedriani