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lunes, 30 de junio de 2014

COSTUMBRE Y HERMOSURA


TRAJES PARA LAS NOVIAS

Siglos atrás (sobre todo desde el período medio de la época victoriana, segunda mitad del siglo XIX), dónde los moralismos y los prejuicios fueron tan considerados, a la mujer se la valoraba por sus dos “aspectos importantes”:
 

1º) Ser madre (y saber cuidar de sus hijos y su hogar) y

2º) Ser virgen (“virtud” fundamental para mujer honrada).

Sólo la Virgen María podía ser las dos cosas al mismo tiempo. Para el resto de las mujeres, habían de optar por una de las dos cosas, o por una detrás de la otra.


Así, el ideal, y valorable, era que llegasen a ser madres y que, mientras no accedieran al estado de “bien casadas” (paso previo imprescindible para poder ser madres), lo primordial en ellas era que conservaran su virginidad.

De ahí, con estos criterios tan puritanos, la importancia de llegar al altar luciendo un traje blanco (signo de pureza y virginidad); atuendo que nunca podrían lucir aquellas que ya habían “conocido varón” antes de contraer Matrimonio.

Las cosas, muchas cosas y planteamientos han cambiado. También el pensamiento de la sociedad “ha evolucionado” y aquellos “valores” de décadas pasadas, han pasado a ser entendidas como ñoñerías.

Pero la tradición, en lo que a los trajes blancos para las novias (acompañada del negocio de los vestidos), ha seguido permaneciendo; incluso. Seguramente, hasta se ha fomentado más y más. Y muchas mujeres, no precisamente virtuosas en lo de conservar su “tesorito” para el que hubiese de ser su marido, es “algo pasado de moda”.

Hay que valorar que ha quedado superada la visión “machista” del uso del sexo, desde la que al Matrimonio él debía llegar “con experiencia”; (pues “cuanto más golfo, más interesante”). Pero es que, además, todo el mundo sabía que “el que no se la corría de soltero se la correría luego de casado”...

Mientras, a ella, le tocaba ser virtuosa, cándida, púdica (tanto que  casi pareciera que no tenía derecho a conocer su propio cuerpo). Y, así, durante las relaciones (el salir a “conocerse”, durante el noviazgo) ella sabría decir aquello de “no me toques, que soy mocita y pierdo”).

Nada que ver con las relaciones de hoy (después de que la mujer ha ido logrando alcanzar (no sin esfuerzos) muchos espacios en la sociedad que estaban reservados sólo para los varones y de que han buscado ser libres con lo que quieran hacer con sus cuerpos…).

Pero, de todos modos… ¡hay cosas que no me pegan demasiado! ¿Qué sentido tienen (ya metidos en la segunda década del siglo XXI), seguir con “tradiciones” tan poco “funcionales”?
 
Bueno, lo acepto: sinceramente, creo que yo no entiendo, del todo por lo menos (aún haciendo un gran esfuerzo de pensar, por un momento, sólo desde el mi hemisferio derecho), en qué consiste la sutil experiencia del traje blanco.

¿Por qué gusta tanto, a mayoría de las mujeres, el vestirse de novia…? ¿Acaso será el encanto de saberse portadoras de la pureza del amor?

 
Quizá los hombres sepamos amar tanto o más que ellas… pero, seguramente, nos falta saber hacerlo con la total sublime pureza que lo convierte en don divino.
 
 
Por eso, ante la hermosura de una mujer vestida de blanco, sólo se me ocurre decir: amén, así sea, amén.


Modelo: Cristina López Japón

Fotografías: José-María Fedriani Grupo Foto-Sevilla)


lunes, 23 de junio de 2014

PARA VIVIR MÁS VÁLIDAMENTE...



PENSAR  MÁS  CON            EL  HEMISFERIO  OLVIDADO

         
Creo, sinceramente, que es importante aprender a pensar más con el hemisferio cerebral derecho. La vida, si la pensamos sólo en función de la eficacia, de la efectividad, de la lógica matemática... es sólo media vida. Se nos escapa el medio mundo de la creatividad, de la poesía, de la fantasía y la capacidad de asombro...

 
Cuando en un “universo armónico” comienzan a valorarse más unas cosas que otras, ese “estar” se desajusta...

 
 
Cuando en el cuerpo humano (realidad totalmente armónica, en principio) hay supremacía de un miembro sobre otro, o si damos valor a unas partes de nuestro cuerpo mientras menospreciamos a otras..., llegarán los desajustes.
 
 

Centrándonos en la mente, en los pensamientos, igualmente se dará esta aberración: si valoramos únicamente a una parte de lo que pensamos, minusvalorando a otra..., empezamos a desajustar lo que debería estar bien acomodado.
 

Me explico: 
 
De los dos hemisferios que tenemos en nuestros cerebros, es seguro que es tan importante el uno como el otro.
 
Igual que en nuestra sociedad hay personas de distinto sexo y ambas tienen el mismo valor (si bien, a veces, los “portadores” de un sexo acaben idiotizándose por pensar que tienen supremacía...).
 
Nuestros dos hemisferios comparten funciones importantes, pero hay otras que son específicas de cada uno de ellos. Así cada uno tiene más habilidad para ciertas funciones. Y como, muchas veces, hemos buscado la eficacia en nuestras acciones, los resultados tangibles, lo que se ve más..., hemos valorado más lo concreto y dejado a un lado lo más indefinido.

                  
 
Si vamos por la vida, siempre, buscando solamente lo efectivo, lo más concreto, lo productivo, podemos acabar olvidando muchos de los valores más humanos y también las experiencias más bonitas de la vida.

El porqué de ¡tantas cosas! puede tener su explicación en cómo hemos estado “utilizando” nuestro cerebro durante siglos: atendiendo lo que regía nuestra mano derecha (desde el hemisferio izquierdo) y desobedeciendo las otras tantas cosas... que relacionábamos con el lado izquierdo de  nuestro cuerpo (controlado por nuestro hemisferio derecho): el talento musical y las tantas actividades artísticas,  el cariño y la delicadeza, la capacidad de contemplar, de admirar, de escuchar...
 

Pero además, por otra parte, las acciones controladas por nuestro hemisferio derecho, han sido “roles” atribuidos más a la mujer (seguramente porque la mayoría de las mujeres, por genética y por educación) han sido (y han estado) mejor capacitadas para ello...
 
Cosas igualmente necesarias y útiles, o fundamentales (diría yo) para nuestro vivir nuestra existencia con alegría y calidad.

 


Pero ¿qué hemos estado haciendo?
 
Hemos ido olvidando... ¿lo mejor de la vida?

Quizá. Por lo menos lo tan importante.

 


(tomado del libro de poesía por el equilibrio de género,  “EL HEMISFERIO OLVIDADO”, en el que colaboro con Blanca G. Reillo)

 

domingo, 15 de junio de 2014

SI NUESTRAS ABUELAS LEVANTARAN LA CABEZA...


   


PANTALONES  

Y  PANTALONCITOS

Decían los antiguos aquello de “llevar los pantalones”, como signo de masculinidad; aunque, a veces, a los que aparentaban ser unos peleles, se les preguntaba: “Y en tu casa ¿quién lleva puesto los pantalones?”. Con lo que se podía deducir que, en ocasiones, la prenda también la cogían ellas por su cuenta…
 
 
 
 
 
 
Han pasado muchas cosas, en el transcurso de las últimas décadas (por no decir a lo largo de todo un siglo). Actualmente, ni ya las mujeres están (como norma general) metidas en sus casas, ni los hombres vemos en ellas el rol de antaño, queriéndolas sólo como una amante esposa y como la madre (o posible madre) de nuestros hijos.
 
 
 
 
Ahora, felizmente, las mujeres son tan activas profesionalmente como cualquier varón. Y, en muchas ocasiones, hasta nos superan en muchas actividades de la vida en sociedad.
 
  
 
 
Es correcto que se pida la igualdad (en tantos ámbitos que, creo, no hace falta reseñar), incluso en la manera de vestir, ¿por qué no? La ropa es (o al menos suele serlo casi siempre) un signo externo de una manera de pensar.
 
 
 
 
 
Así las cosas, lo cierto es que ahora los pantalones, y llevarlos “bien puestos” no tiene por qué ser nada propio de hombres (de los varones).
 
 
 
 
 
Creo que hay que comprender muy bien que la comodidad es un imperativo del mundo actual. Y para el día a día, las faldas no han de ser muy cómodas. Pero es que, además ¿por qué no? Unos pantalones llevados con estilo, pueden resultar tan atractivos como cualquier elegante vestido.
                   



Y si alguien lo duda…, aunque a muchas de nuestras abuelas… todo esto les pareciera un dislate total…




Pues, ¡a la vista está, si salimos a la calle…!, que las mejores “posturas” son las de ellas ¿o no?
 




Yo invito a ver, imaginar… y callar (por favor, que el concierto ha empezado).