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lunes, 27 de diciembre de 2010

UN CUENTO "CLAVE"

AFÚ, EL DELFIN SOÑADOR



Esta es, fundamentalmente, la historia de un Delfín. Pero como yo no soy pez, mejor os dejo que sea él quien os cuente lo que le sucedió.


 
- Como no sabéis nada de mí, os voy a contar la aventura de mi vida; mejor dicho: la más grande aventura de mi vida.

Viajábamos en un buque carguero de 82 metros de eslora; e íbamos echados en unos depósitos, una especie de urnas llenas de agua, como tanques inmensos de 20 y hasta 40 pies, creo que les dan el nombre de containers.

Por la información que teníamos a la vista, sabíamos que íbamos destinados a unos acuarios y delfinarios de importantes ciudades europeas y americanas.

Pero... no íbamos de turismo; estábamos como secuestrados. Éramos presa de algún empresario sin escrúpulos que estaba arrebatándonos la vida para hacer sus negocios...

A mí, me cazaron en el Mediterráneo, mi agua natal, junto a otros muchos peces.  Estando a punto de cumplir los 9 años.

En el buque éste, viajábamos cientos de seres vivientes del mar de diversos aspectos,  especies, tamaños... Genuina y tremenda  diversidad.

Siempre me gustó viajar yendo detrás de los barcos. Para mí eran como la imagen, el símbolo,  de la libertad: la libertad de poder cruzar mares y océanos, de poder conocer el mundo entero.  Lo que nunca pensé es que un día (este día) me encontraría prisionero, privado de mi libertad, en uno de ellos.


Una mañana, que me desperté “filósofo”, me puse a pensar sobre mi realidad, sobre los 4 puntos cardinales de mi ser delfín. Me dije:

- Como todo en el mundo... mi ser “ocupa” un espacio geográfico... Como todo espacio geográfico tiene unas “latitudes” que lo sitúan dentro de la realidad, en el mundo donde está: un Norte, un Sur, un Este y un Oeste...

Al Sur está mi propia realidad, estoy “yo”. Con todo el peso de mi  concreta y primera verdad: soy un cuerpo-continente que encierra todo un conjunto de cosas: mis cualidades, todo mi aspecto más bueno, como también mis defectos y lo peor de mí: mis sueños, mis ilusiones y mis esperanzas; mis cansancios, mis desánimos y mis derrotismos; mis energías vitales, mis capacidades, mis valores;  mis carencias, mis necesidades,  mis vacíos;  mis mejores proyectos, mis ganas incesantes de trabajar por mejorarme y  colaborar en la mejora de todo lo que me rodea..., junto a mis desganas, a la mi tentación de “pasar de todo” y desinteresarme de cualquier asunto que pueda hacerme cambiar o comprometerme...

Al Norte está ese inagotable Ser Superior que... inapelablemente yo siento, sé de su realidad y su presencia en mi vida... Pero, desde mi libertad, puedo percibirlo y aceptarlo..., o puedo decirle que no, que no le necesito.

Es probable que, quizá (aún viviendo esta realidad que no quiero aceptar, que me da miedo pensar a dónde me lleva...), yo le diga que sí; porque, evidentemente, me vitaliza, me gusta, me entusiasma, me apasiona, me empuja a ser más quien soy... Lo quiero presente en mi vida. Pero, también, desde luego, puedo rechazarlo y negarme a su Realidad; porque sé que, tantas veces, me dice... todo eso que no quiero escuchar, porque me haría avanzar... pero también me obligará a optar y eso..., a veces,  lo temo...

Al Este y al Oeste, a mi diestra o derecha y a mi izquierda o siniestra, a un lado y al otro...,  están las otros tantos seres vivos del mar con quienes me relaciono, en todo momento, situación y circunstancia...; también en esta que padezco...  

De igual modo,  puedo negar esta realidad, pero es lo mismo: seguirán estando acompañándome, contigua o lejanamente, más o menos cerca,  pero siempre a mis lados...

En una de mis latitudes, van quienes me ayudan, quienes me  animan y apoyan a avanzar, a buscar futuros, a arriesgar, a lanzarme a vivir más, a atreverme a ser más auténtico. Porque están ahí como ángeles, llenándome de entusiasmo para llevar a cabo todo eso para lo que, si quiero, podré. Son seres siempre ¡positivos!. Son la alegría de mis días, mi mejor compañía...

Al otro lado están quienes me dificultan mi avanzar por la vida, quienes me desaniman, quienes me ahogan, quienes me matan toda ilusión y las ganas de ser quien de verdad soy y puedo llegar a ser en plenitud. Son los “aguafiestas” de mi historia personal. Unas veces me atan, me amarran, otras me cargan de pesadas rémoras que no sirven para nada, sólo estorban... Son quienes me molestan en todo momento; yo lo sé, pero es que, inevitablemente, siempre están ahí...

Pero no he de mirar a quienes me quitan energía, sino a quienes me aportan cosas positivas que me ayudan a mejorar...

  
- Así que, siguiendo el consejo que un día me diera mi abuela, busqué darle sentido a mi momento presente, y aproveché para sacar algo de provecho de las circunstancias, como es el conocer cosas de los demás seres con los que me trataba... Todo el mundo tiene alguna cosa bonita que contar ¿por qué no escucharla con atención?

Ahí, en el carguero, de todos modos, conocí al muy presumido Atún, al Salacio de mirada fría, a las coquetas Pescadillas, al Pez Gallo y al romántico Pez Luna, a los provocativos Hemirango y Pez Espada, al receloso Pez Erizo... ¡cientos de peces!

Hice lo indecible, pero hubo cosas que no me gustaron nada. Algunos ¡qué poco valiosos me parecieron!

Pero sí, sobre todo, busqué y me fijé en lo positivo. E hice mis interacciones, de este modo: logré algo de amistad con la Doncella, siempre desbordando dulzura y con una Dorada y con un simpático Payaso (siendo consciente de que las verdaderas amistades sólo son el fruto o resultado de haber vivido juntos muchas experiencias...); pero, aquí, aún con poco tiempo de habernos tratado, aún sin conocernos del todo cómo éramos, si nos comprendíamos, nos acompañábamos, compartíamos el miedo y el dolor, celebrábamos juntos las pequeñas alegrías de vernos y sentirnos cerca...

             
 Pero, sobre todo, tuve la oportunidad de escuchar a algunos sabios peces (como el León Marino, el tan analista Pulpo  y también la maternal Cigala) y de observar el comportamiento de otros más callados pero, así mismo, geniales maestros de la vida (como la Tortuga, el Boquerón y la Sardina, o el Pez Mariposa).

Por ejemplo, me pareció increíble la fuerza y valentía del León Marino, aquella mañana que todas y todos andábamos tan aleta-caidos.

El ambiente en los tanques-pecera era muy triste. Y el caso es que la tristeza se contagia. Y la tristeza se transforma en miedo. Y el miedo lleva a la desesperanza. Y la desesperanza es la puerta que lleva a perder las ganas de vivir. Y sin ilusión por la vida... ya sólo queda la extinción, la muerte.
                                              

Un lloro colectivo nos hacía vivir una extraña solidaridad en los aquellos habitáculos de agua salada.

Y fue entonces cuando, superando todo obstáculo, gritó desde el container dónde estaba, con voz ronca y severa, el León Marino:
  
           
 - “Por favor, no nos rindamos. No podemos perder las esperanza. Si queremos ser libres, pensemos en libertad, soñemos en libertad, centrémonos en desearla, todas y todos juntos... ¡atrevámonos a sentir el gozo de ser libres...! Lo peor que puede pasarnos es que nunca lo logremos, pero al menos no estaremos todo el tiempo sufriendo la desdicha que nos ha tocado. Pero es que, además ¿por qué no vamos a superar esta situación?. ¿Acaso no hemos pasado todas y todos por situaciones difíciles en nuestras vidas?”

Hubo un silencio abismal. No fue mucho tiempo, pero sentimos como el eco de aquella voz ronca entraba en nuestros sesos...

El silencio lo rompió el Pez Martillo (una criatura que para mí no me había resultado nada grata hasta ese momento; pues, por su misma presencia, me daba miedo, pensando que le gustaría machacar a todo animal viviente...), se manifestó así: “Mejor que llorar, concentrémonos en desear nuestro bienestar, en imaginarnos que volvemos a ser lo que éramos...”

Poco a poco, fuimos cambiando el sentir, y las lágrimas fueron transformándose en caras sonrientes, y el temor en ganas de vivir, en esperanza...

Y ¿por qué no? (llegué a pensar yo, en ese momento).

El Pez Martillo seguía arengándonos:

- “Unamos nuestras aletas pectorales con las de quienes están a nuestros lados..., pero, sobre todo, unámonos con nuestras mentes, pensemos, todas y todos, en lo que deseamos... ¡queremos vivir dignamente, en libertad!.

Volvió a escucharse al León Marino:

- “Creámonoslo. Que si lo queremos, si lo deseamos profundamente, con todas nuestras branquias, con todas nuestras aletas bien alineadas, lo podremos. La libertad no es nuestra aún, pero puede serlo. Hemos de conquistarla, día a día, marea a marea, momento a momento.  Así es como nos iremos haciendo dignos y dueños de ella... Por favor, creámonoslo”.

Y acabó la Corvina, siempre con su claridad de pensamiento:


- “Venga, querer es poder. Como tantas cosas, es algo a lograr... Pero, también, pidámoslo, con fuerza y confianza al Universo; quizá nos escuche... No vale perder la esperanza. Ahora menos que nunca. Ella nos salvará”.
 
- Aquella noche, de madrugada, todo cambió el rumbo de mi vida, de nuestras vidas. Aún no me puedo explicar lo que realmente pasó..., pero nos encontramos todos en medio de las frías aguas de un océano...


Escuché que un grupo de ecologistas nos habían liberado, lanzándonos por la borda al agua; otros comentaban que había sido por los intereses de unos comerciantes, dedicados a la acuariofilia, que no querían competencia en el sector; incluso oí decir que el barco se había hundido...


En realidad, no me importaba, el caso es que ¡yo estaba libre!

  
Ahora los mis sueños casi olvidados, las ilusiones de mis anteriores años de vida, volvían a presentarse vivos aquí en mi mente...

¿Qué es lo que yo quiero hacer con mi vida? (volví, desde lo más hondo de mí, a preguntarme).

Podré dejarme llevar, aún siendo libre, como cuando estaba en el tanque-pecera... o plantearme un objetivo y unas metas... e ir por ellas...

Ahora estaba libre. Pero, a su vez, esta situación imprevista me empujaba a tomar opciones... Y yo no sabía que hacer, ni qué dirección-camino o latitud tomar. Estaba rodeado de cientos, quizá de miles de peces... de tan diferentes razas, formas, colores... Pero ¿con quién identificarme? O quizá... la cuestión era que yo no tenía porqué identificarme con nadie; simplemente ser... ¡eso, ser yo mismo!


La importante es el futuro, no el pasado. Incluso, en todo caso, aún es más importante el momento presente. Es lo que tengo...

Aproveché para intercambiar ideas, opiniones, criterios con otros tantos peces que estaban ahí como yo, también con nuevas especies que estaba ahora identificando en medio de estas aguas oceánicas...

Haciéndome consciente, podría estar aprendiendo cosas para la vida...

En estas últimas semanas, con esta experiencia en cautividad, algunas y algunos peces me habían dejado muchas huellas... Incluso me estaba dando cuenta de que yo ahora era como mejor... y más consciente.

En este viaje en barco he sufrido, hasta he tenido miedo, pero también he aprendido muchas cosas. Una cosa muy curiosa que he sabido es que, mientras, en el mar, nosotros, medimos el tiempo por las mareas, en tierra, los humanos lo miden mirando al sol...

Cuando lo escuche, la idea me hizo pensar mucho,  y la imaginación me hizo una jugada increíble: soñé que yo era un ser humano... El caso es que, desde ese día, a la hora del atardecer, muchas veces, me habían dado ganas de ir a algún lugar donde ver como el sol se esconde en el horizonte, a la vez que cambia de color (cambia él y cambia todo lo que está a su alcance...). Era otra cosa que ahora podría experimentar... 

Así que, cuando empezó a atardecer... Afú aleteó y chapoteó varias veces. Una colonia de patos surcaba el cielo que estaba cambiando de color... Se sentía feliz... Otros peces le miraban, en complicidad y complacencia...



- ¡Qué bonita es la vida en libertad! (gritó).

En medio del océano, ahí por dónde habían sido liberados, pero como desorientados y perdidos, estuvieron durante varias mareas, también algunos atardeceres... Seguían conversando, diciendo cosas, compartiendo experiencias y los nuevos planteamientos... Quien más y quien menos,  se encontraba (como nuestro Delfín) fuera de su ambiente.

Con la actitud de buscar ser mejor, de conocer todo lo bueno que le fuese posible para intentar hacerlo suyo, Afú fue encontrando muchas cualidades que le gustaban...

Hasta esperar el nuevo día, bajaba a la profundidad a cada rato y se ponía a meditar, así,  sobre las vivencias compartidas:

- De la Sardina,  me gustó su lealtad a su raza; aún sabiendo que su destino era morir joven, no huía, no vivía escondida por miedo a ser devorada por un pez mayor, sino que gozaba de vivir libre su momento presente... sintiéndose agradecida a la vida, disfrutando del placer de sentir acariciado su esbelto cuerpo por el agua...





Del plateado Boquerón, tan frágil y con un cuerpo tan pequeño y con tan poco peso,  escuché una de las frases más bonitas que he oído en mi vida: “estamos dónde estamos, si hay que vivir se vive, si hay que morir se muere, pero siembre con alegría; que con buen humor se llega más dignamente”.

Del pequeño Camarón aprendí que en la vida hay que “estar despierto”, que si no... las corrientes de agua le podían arrastrar, a cualquier parte, sin quererlo...

Escuchando al Bonito, comprendí que el valor de los seres vivos no está en tener un cuerpo esbelto o unos bonitos ojos brillantes, sino en cómo afrontar la realidad de vivir cotidianamente dando color y sabor a las relaciones, siendo útil a los demás. Me encantó su planteamiento de vida: “encontrar felicidad en el servicio a los demás”.

Lo que, a su modo, tan espontáneamente, subrayara una Anchoa: “eso, eso, se trata ¡de dar sabor!

Es realmente bonito...  Sí, ¡eso es lo que yo quiero para mí!

No tan grato me resultó conocer al Pez Cirujano, así él se quedó en lucir sus bellos colores de acatúrido, pero me demostró una tremenda dureza de corazón y, por lo que me contó,  era muy capaz  de producir dolorosas heridas a quién él considerase... ¡Qué pena ser así, ir por la vida haciendo sufrir a otros seres!

Ni tampoco me agradó nada el Pez Piedra, siempre tan falso y engañoso... Con esa manera “ventajera” de estar en la vida...

Y no me ha gustado, en absoluto la Medusa, un ser tirano, celoso y altanero. Demasiado “chismosa” y charlatana. Mejor olvidarla.

Desordenado, indeciso y terco, me pareció el Besugo. Siendo así, se le escaparán muchas oportunidades en la vida. Siempre en plan “pasota”,  indiferente a la realidad que le rodeaba; pensando más en lo que no era..., en que lo posible siempre es imposible...

Pero ahí volví a darme cuenta de algo clave: ¿para qué perder tiempo pensando en lo que no me gusta? ¿No es mejor pensar en positivo, mirar lo que pueden aportarte las ricas experiencias...? Mejor me fijo en lo bueno que he encontrado...

Así seguí intentando aprehender lo bueno que había conocido...:





La genialidad negociadora del Caballito de mar, ¡qué buena cosa es!

La claridad de pensamiento de la Corvina, la reina de los mares, tan persuasiva y tan valiosa para su grupo.

Y pensando en el grupo, ¡qué habilidad la del Jurel, para armonizar las relaciones, con su actitud  de cercanía y de respeto hacia las características y peculiaridades de los demás!, ¡cómo me gustaría conseguir ser yo así de solidario, constructivo, próximo!

Qué buena es también la Estrella de Mar, dispuesta a compartirlo todo, a ofrecer el don de la Amistad, tan desinteresadamente...

Del Pez Limón, tan luchador, tan decidido a buscar lo que quiere, a la vez que tan capacitado para el cambio cuando es necesario. Me ha encantado su manera de actuar, siempre cumplidor, con voluntad y determinación para hacer las cosas lo mejor posible.  Creo que es mucho lo que tengo que aprehender de él.

De la Morena me ha encantado su fidelidad a sus principios, su honestidad, su afán por actuar siempre con base en verdad y justicia. Nunca le voy a olvidar, porque he comprendido bien que la honestidad tiñe la vida de confianza, de sinceridad, de verdad.  

Y junto a este valor ¡qué cosa tan importante la Integridad,  que tanto  me ha gustado del Lenguado. Es verdad, es muy importante ser lo que decimos que somos. Me gusta.

Sin dejar de valorar la espontaneidad del Calamar. Tan estratega, tan buen comunicador  hasta persuasivo y con esa capacidad de contagiar entusiasmo.

El ejemplo callado de la Tortuga, sin prisas..., esperando con paciencia lo que haya de ser. ¡Es que la paciencia... también es importante!

Impresionante lo que he podido entender del mensaje del Mero. ¡Qué calidad!. ¡Qué capacidad para liderar, para convencer y conmover a la vez, para actuar siempre que es necesario, con firmeza y con cariño...!

Del Esturión quiero aprender a tener claras mis metas, a saber invertir lo mejor de mí mismo para lograr mis objetivos. Sé que eso me hará ser grande como él.

Paralelamente, también me ha encantado el dinamismo innovador del Pez Mariposa, con esa conducta alegre, dando colorido a dónde quiera que va...



       
Y, desde luego, el buen humor del Pez Payaso. Rebosante de actividad, de simpatía, facilitando siempre la convivencia. Sí, con buen humor se sabe hacer mejor frente a la vida. Si consigo hacer mío algo de este pez, creo que seré una gozada para mis amigos.

Ah, también me ha cautivado la calidad del Atún. Tan responsable, siempre dispuesto y capaz de cumplir con sus compromisos, asumiendo las consecuencias. Así genera confianza, algo tan importante para conseguir estabilidad en nuestras relaciones. ¡Tengo que parecerme a él!

Y, por fin, creo que nunca voy a olvidar la lección del Salmón, su lealtad. Muy capaz de adaptarse a las circunstancias; pero, ante todo, impertérrito hasta hacer, a cabalidad, aquello con lo que se compromete, hasta cumplir su misión; aún con mil dificultades. Comprometido hasta su espina por defender aquello en lo que cree y en quienes cree. Es,  siempre,  un buen amigo. 

Sí. Es como si hubiese estado haciendo un “master” de aprehender a ser, a ser yo mismo, pero creciendo a mejor...

Y, pensando sobre estas experiencias tan enriquecedoras, me quedé dormido.
  

Amaneció otro día. Era gris como de otoño, me asomé a la superficie y vi que llovía sobre el mar.

- Tenía aún mucho que pensar... eran tantas las experiencias vividas en tan poco espacio de tiempo..., que necesitaba pararme y meditar... Y hacerme plenamente consciente de lo que estaba sucediendo...

Por un momento, pensativo, me quedé, hasta tal punto, concentrado en las ideas que rondaban mi cabeza... que no me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor.

Pero ¡ay!, de pronto, un grito, detrás de mí, me hizo salir de mi ensimismamiento:

- ¡Desperdiguémonos!, ¡estamos en peligro!, ¡vienen seis tiburones a estribor!


- ¿Estribor? ¿pero si ya no estamos embarcados?, ¿qué han querido decir?. Bueno, mejor me espabilo... y escapo de ésta.

Así fue como me encontré nadando lo más rápido que podía; con mis aletas desentrenadas, pero con la suficiente lucidez como para saber que no era momento para seguir con mis reflexiones...

En estos momentos, de lo que se trataba era de escapar, de salvar la piel.

Después de nadar un buen espacio de tiempo que ni sabría como medir, de hacerlo de un lado para otro, me encontré con una Merluza de un precioso color gris plateado. Le pregunté:

-         Oye, me puedes decir, por favor, ¿dónde estamos?
-         Estamos en aguas oceánicas... Yo  le llamo el océano frío...
-         Ah, vale.

- Bueno, en realidad... lo más importante es que estoy vivo y ¡soy libre!
Claro que (como me dijo la Langosta, recién caímos al océano), “sólo es libre de verdad quien sabe a dónde va”.


En ese momento, me puse a recordar y meditar cuantas cosas había ido escuchando de unas y otras criaturas marinas...

Tenía en mi subglobosa y prolongada cabeza tantas ideas... que necesitaba poner orden en ellas. Quizá, si lo hiciera...

Tenía que profundizar, mirar mi energía y realidad interior. De pronto me vino a la mente una pregunta que no supe responderme ¿Quién soy yo?


Era algo que quizá con tanto ir y venir..., pues nunca me había parado a meditar. ¿Quién, por qué, para qué...?

Y, también, tenía que pensar serenamente ¿qué es lo que yo quiero en mi vida?, ¿qué me va da dar sentido para el resto de mi navegar?

Bajando a lo más profundo... me encontré con el “Templo del Mar”. Yo había oído hablar de ese lugar, pero no tenía ni idea, ni de donde quedaba,  ni de qué se trataba.


Ahí, ante tanta grandiosidad, yo me quedé absorto.

Aquel templo submarino tenía como cuatro vidrieras. En ellas, aparecían cuatro fórmulas para la vida.
   


Yo las leí... despacio, memorizándolas. Lo que ponía en ellas era:


BUSCA: la verdad, el amor, la paz, la comprensión, la cordialidad.


CULTIVA: la bondad, la amistad, la sabiduría, el servicio, las buenas maneras, el carácter.


APRECIA: la honradez, la justicia, el valor, el honor, la alegría.


DEFIENDE: la familia del corazón, los cercanos que lo merecen, los débiles e indefensos.

Comprendí que da igual ser Besugo que Corbina, Jurel o Róbalo. Chema, Bacalao o Bonito, Mojarra, Salmón o Lenguado, Ballena o Boquerón... Supe que todos somos hijos del mismo Agua que nos ha dado la vida y nos quiere a todas y todos felices. Y que, si todos los seres del mar tenemos metas en común, ¿por qué no ayudarnos? Ayudarnos ¡siempre!.

Y también, pensando en mí mismo, intentando contestarme las preguntas por las que bajé a las profundidades del océano...  

Salí a la superficie a respirar ampliamente.


Ahora, respecto a lo que le pedía a la vida, tres eran las cosas que tenía claras:

-         Volver al Mediterráneo.
-         Conseguir tener un grupo de amigos con el que compartirlo todo, una vida digna de delfín, vamos.
-         Encontrar a mi alma gemela.

- Me lo repetía una y otra vez, como queriendo memorizarlo para siempre, mientras miraba aquel atardecer, y una vez más estuve pensando que yo quería hacer en la vida algo diferente... algo más importante. Recordé lo que me había dicho la Tortuga el día que le conté mis preocupaciones: “Necesitas aprender a amarte mucho a ti mismo... para, desde ti, poder aprender a amar a la otra parte del mundo, la que queda fuera de tí...”

Bien,  me parecía que todo era compatible y hasta complementario:  amarme y valorarme, compartir la vida, amar a una joven delfina que sea mi complemento...





Sí. Ya me parecía que hasta sentía a mi alma gemela, adivinaba que la iba a encontrar. Con ella jugaría, uniríamos nuestros hocicos y entrelazaríamos nuestras aletas.
                                          
   


Al llegar el amanecer pensé:

Yo voy... junto a ti.
Ahora me siento el ser más feliz del planeta:
estoy yendo...  hacia ese mar, en que sé que hallaré
a la delfina de mis sueños, mi alma gemela.

Tú, mi alma gemela,
que me comprendes y yo te entiendo,
porque sabemos comunicarnos...
aún sin hablarnos, aún sin mirarnos, aún sin tocarnos...
Nos amamos.
No impedimos, ni siquiera limitamos
que, cada uno, sea como es y siga su curso...
Como las olas del mar.
Cada una diferente, yendo y volviendo a venir,
coordinadas, armónicamente...
Todas, cada una, es ella misma...
Compenetradas hacen que el mar esté manifestando
la armonía total de la Creación.
Junto a ti, siendo quienes, en verdad, somos.
Nadando, siempre hacia nuestra felicidad:
es junto a ti, mi alma gemela, como sé
que avanzaré de verdad,
que voy a lograr alcanzar la Meta que busco...


Los deseó con tanta fuerza que sus sueños ya mismo se estaban haciendo realidad. Los deseó y los buscó con tesón.

Pero, bueno, os dejo que sea él quien siga relatándoos su historia:

- Nadaba y nadaba, sin descansar nunca más de los justamente necesario e imprescindible...



              







Por encima de las corrientes oceánicas, empecé a percibir otro tipo de agua...

Ya estaba llegando al Mediterráneo. Lo sentía, lo olía, lo notaba como besándome la piel...

Todavía me queda hacer un esfuerzo más. Estaba al borde del agotamiento físico, pero quería entrar en mi Mare Nostrum azul de aguas cálidas e inviernos dulces, llegar ya ¡a mi agua!

Crucé raudo la Liguria, el Tirreno, el Jónico...

Ya lo lograba, estaba ahí.  Aún brillaba el sol, ya vestido de azafrán.



Pensé (creo que diciéndolo a gritos): Para maravillarte, tienes que estar consciente.

Y... antes del ocaso, estuve queriendo reencontrarme con mis rincones más queridos y con algunas cabezas conocidas, mirando de un lado a otro, disfrutando ¡como un delfín en el agua!

De pronto, repentinamente, mi mirada se quedó fija, yo absorto...
Era tan hermosa...


Tenía algo especial, muy especial...

Y mirándola detenidamente, descubrí qué era eso tan especial...

-         Perdona que te haya mirado así... pero es que eres el ser más lindo que en mi vida vi...
-         ... ¿...?
-         Nada más verte...
-         Bueno, yo también pienso que tú... puedes ser ese ser especial que yo andaba esperando encontrar algún día...

Se miraron mutuamente, sin decir palabra.

Luego, ambos, sintieron ese TE QUIERO que no necesitó ni abrir sus picudos hocicos.





Era evidente que, ni él ni ella,  nunca habían sentido algo así.

Por fin, Afú, dijo:

-         Quizá pienses... Yo TE AMO.
 
Sus corazones dieron, al unísono, un vuelco; como lo hace toda el agua que va como amarrada en una misma ola. Un vuelco total: ¡era maravilloso!

     
-         ¿Quieres venir conmigo?

-         ¿A...?

-         A luchar por la aventura de la vida.

-         Claro. Me sentiría tan dichosa de que hiciésemos ese recorrido juntos...

 
Era todo. Estaba vivo. En su mar, cerca de hallar a su grupo-familia del corazón y junto a ella.



         José-María Fedriani (en “Claves de Vida”)