SENTIRES…
La
vida se hace de sentimientos, de momentos de alegría y de tristeza, de
esperanzas y de ganas de alcanzar algo, de sentires…
Sentir es percibir alguna sensación a través de los sentidos, provenga de un estímulo externo o del propio cuerpo.
Sentir
es, así, llenar la vida de alma. Porque el ánimo es lo que nos aviva la
existencia, lo que nos despierta para que descubramos a la propia realidad de
ser.
¿Qué
sería de nosotros sin esos momentos de ilusión, de encantamiento… por
encontrarnos y mantener, siquiera unos instantes de acercamiento a ese ser (o a
esas personas) que, en ese momento de nuestra existencia, nos es imprescindible
para seguir chispeando vida?
Sensaciones
únicas que nos dan ganas de vivir o que nos desgarran el alma hasta tal punto
que pueden llegar a derrumbar los más firmes principios morales e incluso muchas
de nuestras creencias.
Pero,
hablando de sentimientos, de esas “sensaciones” que acompañan toda nuestra
existencia…
Creo
que es muy importante aprender a distinguir entre deseo, ilusión, querer,
cariño, amistad y amor:
La
amigabilidad es una capacidad humana para vivir la amistad, afabilidad en las
relaciones inter-personales. Es un don cultivable que no siempre es innato,
pero que todo el mundo tiene la posibilidad de irlo incluyendo en su “manera de
ser”.
Amistad
es más que camaradería, más que compañerismo, más que ser “conocidos de toda la
vida! Amistad es un vínculo que permanece, aunque pasen los años “sin mantener
contacto” (pero sí se mantiene “la sintonía”, la de siempre).
Como
dice Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito” (en el coloquio con el zorro):
se crean unos “vínculos” que hacen que esa relación se convierta en tener
“necesidad de la otra persona, la una de la otra”, (en reciprocidad, sin
obligaciones), porque “Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti
único en el mundo...”
De
igual manera el amor, alcanza la categoría de “manera de ser” que dura toda la
vida. Normalmente es algo que se aprende en el hogar, con las vivencias
cotidianas con las personas más cercanas. Y la capacidad de amar no es algo que
se puede desarrollar fácilmente sin haberla experimentado. Porque el amor es un movimiento “hacia fuera”,
es saber entregarse a los otros. No, no es lo mismo amar que desear o querer.
Amar
es una opción, más que una emoción, más que un encantamiento. Amar es más un compromiso que un sentimiento.
En
la tarea de amar hay que alcanzar el llegar a ser felices, muy felices,
teniendo la capacidad de hacer felices a quienes nos rodean.
Pero
no siempre logramos “hacerlo todo tan bien”, como seres caducos y llenos de
limitaciones que somos.
También
en la capacidad de entrega que, porque somos humanos, siempre estará limitada;
pues lo infinito no es cualidad terrenal.
Cuantas
veces quien se entrega por entero a una causa (de cualquier índole:
empresarial, solidaria, altruista, etc.) puede parecer que está obviando otros
compromisos. Y puede haber (por ejemplo) esposas que se sientan abandonadas
porque su pareja parece que está más pendiente de lo que sucede en el mundo que
lo que está aconteciendo en casa. Cuando, a lo mejor, es el soñar con un futuro
mejor para todos que incluya, y en primer lugar, a su familia lo que le lleva a
abandonar ciertas tareas domésticas.
O
también, cuantas veces una mujer casada, enamorada, deja de atender a su marido
para entregarse totalmente a sus hijos. Y ese amor gratuito (entrega total y
muy desinteresada) no ha de enfadar al padre de esos sus hijos, pues lo único
que le demuestra es la gran capacidad de amor que tiene esa mujer que vive tan
pendiente de esas criaturas. Algo que hace, quizás, con más dedicación por
tratarse de los hijos de ese hombre que ella tanto ama.
Y
es que nuestra realidad, como si de un tablero de ajedrez se tratara, tiene
unos límites, pues no tiene más cuadros que los que están marcados. Y, además,
unos son blancos y otros negros. En el taoísmo la eterna dualidad del universo
se fundamenta en el concepto “yin y yang”; que, si bien puede entenderse como
los principios complementarios de feminidad y masculinidad, o de la tierra y el
cielo, o de la oscuridad y la luz, también puede interpretarse como el
enfrentamiento permanente que existe dentro de cada persona entre lo que se
tiene y lo que se desea, lo que se disfruta y se padece, lo que se asume y lo
que nos gustaría no recibir nunca…
Como
ya ha quedado dicho, en tantas ocasiones, toda persona normal necesita
relacionarse con otras, tan diversas como sus diferentes facetas de la vida.
Y,
de pronto, en cualquier momento y circunstancia, ¡puede surgir la chispa! Que
de paso a un enamoramiento, a una amistad, a una relación que dure toda una
vida…
O, también, puede aparecer el encantamiento, hasta el delirio; sin que eso signifique que haya un propósito de continuar luego nada…
Hay
personas que, nada más conocerlas (quizá hasta tan sólo al verlas una primera
vez) nos hacen brotar, aún sin pretenderlo, un cierto afecto de cariño. Y surge
el “encantamiento”. Yo digo que son como brotes de emoción, que surgen al ver
esa belleza suya (física, intelectual o espiritual) que nos atrae y emociona…
Y
ante esta experiencia súbita, podemos callar o desear manifestarla de la manera
que tengamos a nuestro alcance. En nuestra cultura siempre existió una manera
genuina de hacerlo: con el piropo. Sí, piropear es como sacarnos, súbitamente,
un trozo de alma que se hace palabra para saltar gozosa y graciosa, a través de
la garganta.
No
hay que temer los sentimientos, son parte de la nuestra existencia humana, que
es rica en matices, no una carrera de obstáculos y trampas para dificultarnos alcanzar
la armonía.
Un
“encantamiento” puede llegar como una “tabla de salvación” de una vida
desilusionada… Y no es amor, es eso: ni más ni menos: “ilusión de vivir”, chispa
que aviva el ánimo.
Dice
el saber popular aquello de “no somos de piedra”. Y bien dicho está, porque aquello
que está vivo se anima con los elementos vivos que le aportan energía. Así
pues, el encantamiento puede despertar el deseo, y el deseo siempre lleva al
querer, al desear, al necesitar…
Lo
cual no es amor, pues amar es querer el bien de la persona amada, no buscar
satisfacer un apetito del ser “amante”…
Por otro lado está el deseo sexual: todas y todos somos animales sexuados. Y lo somos de pies a cabeza. Razonable o instintivamente. Porque el eros es puro impulso carnal, tantas veces incontrolable, tan unido al íntimo deseo de hacer trascender la vida… Y nos llega o surge, tantas veces, sin haberlo razonado; pues no sólo el pensamiento decide las sensaciones de nuestro cuerpo…
Nos
dejaremos llevar por nuestros instintivos deseos o no, seremos capaces de
imponer lo razonable a lo apetecible o la fuerza primigenia que nos sale de
adentro ganará la batalla… Quizá dependa de nuestro auto-control, de la fuerza
de nuestras normas morales, de la autoridad del miedo sobre nuestras ansias de
libertad; o, tal vez, acaso, quizás sólo dependa de las circunstancias en las
que nos encontremos.
Un
elemento extraño que, a veces, aparece en muchas relaciones (no sólo de amor en
pareja, también de amistad y camaradería) es el de los celos. Mal asunto que
merece ser tratado con extensión, pues es asunto enfermizo en el que mucha
gente cae, aún sin darse cuenta; pero que hace mucho mal en nuestras vidas
inter-relacionables. Ante cualquier “brote”, aún pasajero de este infantil
instinto de posesión, bueno será siempre
hacer uso de la razón.
Unos
sentires pueden llevarnos a otros, o no. Es evidente, ¿quién no conoce o hasta
tiene experiencias personales de ello? Pues de un encantamiento puede surgir el
deseo y un (no siempre buscado) enamoramiento. O una buena relación de amistad
que dure para toda la vida. Como de una relación amorosa también se puede pasar
al odio o al desprecio…
El
amor en pareja requerirá tres elementos esenciales: la mutua atracción física
(es el deseo), el caudal afectivo (es el cariño) y tener unos ideales en común
(para hacer posible un proyecto de vida “a dos”).
En
la amistad, es necesario tener dos motivos de comunión: el entendimiento mutuo
(en complementariedad) y el caudal de la afectividad.
Mientras
que en el encantamiento, quizá sólo es suficiente un elemento: el atractivo;
que puede darse por muy diversos motivos y que, además de no ser único, tampoco
tiene por qué ser siempre el mismo. Una veces será la belleza física de esa
persona, otras su pensamiento o inteligencia, tal vez su simpatía arrolladora,
su afabilidad, acaso su capacidad de liderazgo o su sorprendente actitud ante
la vida, su testimonio de integridad personal, su generosidad sin medidas, etc.
etc.
Siempre
¡algo que atrae, que encanta! (sin más razón que la admitir que es así, aún
inexplicablemente).
Amor,
amistad, encantamiento y sexo están abiertos a múltiples manifestaciones. Y
cada relación entre dos o más personas puede y debe ser diferente, pues
diferentes somos todos y cada uno de los seres humanos.
Entonces, ¿quién puede
decir que es correcto o malo lo que hace felices a algunas o a muchas
personas?, ¿quién puede decir que no a la vida que es siempre novedosa y generosa?
La
vida es el don más preciado que tenemos. Pero nos toca hacerlo realidad cada
día. Más confiando que temiendo que, si así lo queremos, es andadura de Felicidad.
Muy buena aclaración de conceptos, aunque yo... cuando hay alguien que me encanta, creo que me enamoro del tirón.
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