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jueves, 8 de mayo de 2014

ACLARACIONES ETIMOLÓGICAS



SENTIRES…
 
  
 

La vida se hace de sentimientos, de momentos de alegría y de tristeza, de esperanzas y de ganas de alcanzar algo, de sentires…

Sentir es percibir alguna sensación a través de los sentidos, provenga de un estímulo externo o del propio cuerpo.
 
Sentir es, así, llenar la vida de alma. Porque el ánimo es lo que nos aviva la existencia, lo que nos despierta para que descubramos a la propia realidad de ser.

¿Qué sería de nosotros sin esos momentos de ilusión, de encantamiento… por encontrarnos y mantener, siquiera unos instantes de acercamiento a ese ser (o a esas personas) que, en ese momento de nuestra existencia, nos es imprescindible para seguir chispeando vida?

Sensaciones únicas que nos dan ganas de vivir o que nos desgarran el alma hasta tal punto que pueden llegar a derrumbar los más firmes principios morales e incluso muchas de nuestras creencias.

Pero, hablando de sentimientos, de esas “sensaciones” que acompañan toda nuestra existencia…

Creo que es muy importante aprender a distinguir entre deseo, ilusión, querer, cariño, amistad y amor:


















La amigabilidad es una capacidad humana para vivir la amistad, afabilidad en las relaciones inter-personales. Es un don cultivable que no siempre es innato, pero que todo el mundo tiene la posibilidad de irlo incluyendo en su “manera de ser”.

Amistad es más que camaradería, más que compañerismo, más que ser “conocidos de toda la vida! Amistad es un vínculo que permanece, aunque pasen los años “sin mantener contacto” (pero sí se mantiene “la sintonía”, la de siempre).
 


Como dice Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito” (en el coloquio con el zorro): se crean unos “vínculos” que hacen que esa relación se convierta en tener “necesidad de la otra persona, la una de la otra”, (en reciprocidad, sin obligaciones), porque “Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...”
 

De igual manera el amor, alcanza la categoría de “manera de ser” que dura toda la vida. Normalmente es algo que se aprende en el hogar, con las vivencias cotidianas con las personas más cercanas. Y la capacidad de amar no es algo que se puede desarrollar fácilmente sin haberla experimentado.  Porque el amor es un movimiento “hacia fuera”, es saber entregarse a los otros. No, no es lo mismo amar que desear o querer.

Amar es una opción, más que una emoción, más que un encantamiento.  Amar es más un compromiso que un sentimiento.

En la tarea de amar hay que alcanzar el llegar a ser felices, muy felices, teniendo la capacidad de hacer felices a quienes nos rodean.

Pero no siempre logramos “hacerlo todo tan bien”, como seres caducos y llenos de limitaciones que somos.

También en la capacidad de entrega que, porque somos humanos, siempre estará limitada; pues lo infinito no es cualidad terrenal.

Cuantas veces quien se entrega por entero a una causa (de cualquier índole: empresarial, solidaria, altruista, etc.) puede parecer que está obviando otros compromisos. Y puede haber (por ejemplo) esposas que se sientan abandonadas porque su pareja parece que está más pendiente de lo que sucede en el mundo que lo que está aconteciendo en casa. Cuando, a lo mejor, es el soñar con un futuro mejor para todos que incluya, y en primer lugar, a su familia lo que le lleva a abandonar ciertas tareas domésticas.

O también, cuantas veces una mujer casada, enamorada, deja de atender a su marido para entregarse totalmente a sus hijos. Y ese amor gratuito (entrega total y muy desinteresada) no ha de enfadar al padre de esos sus hijos, pues lo único que le demuestra es la gran capacidad de amor que tiene esa mujer que vive tan pendiente de esas criaturas. Algo que hace, quizás, con más dedicación por tratarse de los hijos de ese hombre que ella tanto ama.
                        

Y es que nuestra realidad, como si de un tablero de ajedrez se tratara, tiene unos límites, pues no tiene más cuadros que los que están marcados. Y, además, unos son blancos y otros negros. En el taoísmo la eterna dualidad del universo se fundamenta en el concepto “yin y yang”; que, si bien puede entenderse como los principios complementarios de feminidad y masculinidad, o de la tierra y el cielo, o de la oscuridad y la luz, también puede interpretarse como el enfrentamiento permanente que existe dentro de cada persona entre lo que se tiene y lo que se desea, lo que se disfruta y se padece, lo que se asume y lo que nos gustaría no recibir nunca…

Como ya ha quedado dicho, en tantas ocasiones, toda persona normal necesita relacionarse con otras, tan diversas como sus diferentes facetas de la vida.


Y, de pronto, en cualquier momento y circunstancia, ¡puede surgir la chispa! Que de paso a un enamoramiento, a una amistad, a una relación que dure toda una vida…

O, también, puede aparecer el encantamiento, hasta el delirio; sin que eso signifique que haya un propósito de continuar luego nada…


                   

Hay personas que, nada más conocerlas (quizá hasta tan sólo al verlas una primera vez) nos hacen brotar, aún sin pretenderlo, un cierto afecto de cariño. Y surge el “encantamiento”. Yo digo que son como brotes de emoción, que surgen al ver esa belleza suya (física, intelectual o espiritual) que nos atrae y emociona…

Y ante esta experiencia súbita, podemos callar o desear manifestarla de la manera que tengamos a nuestro alcance. En nuestra cultura siempre existió una manera genuina de hacerlo: con el piropo. Sí, piropear es como sacarnos, súbitamente, un trozo de alma que se hace palabra para saltar gozosa y graciosa, a través de la garganta.

No hay que temer los sentimientos, son parte de la nuestra existencia humana, que es rica en matices, no una carrera de obstáculos y trampas para dificultarnos alcanzar la armonía.

Un “encantamiento” puede llegar como una “tabla de salvación” de una vida desilusionada… Y no es amor, es eso: ni más ni menos: “ilusión de vivir”, chispa que aviva el ánimo.    
               
         
     
Dice el saber popular aquello de “no somos de piedra”. Y bien dicho está, porque aquello que está vivo se anima con los elementos vivos que le aportan energía. Así pues, el encantamiento puede despertar el deseo, y el deseo siempre lleva al querer, al desear, al necesitar…

Lo cual no es amor, pues amar es querer el bien de la persona amada, no buscar satisfacer un apetito del ser “amante”…












Por otro lado está el deseo sexual: todas y todos somos animales sexuados. Y lo somos de pies a cabeza. Razonable o instintivamente. Porque el eros es puro impulso carnal, tantas veces incontrolable, tan unido al íntimo deseo de hacer trascender la vida… Y nos llega o surge, tantas veces, sin haberlo razonado; pues no sólo el pensamiento decide las sensaciones de nuestro cuerpo…

Nos dejaremos llevar por nuestros instintivos deseos o no, seremos capaces de imponer lo razonable a lo apetecible o la fuerza primigenia que nos sale de adentro ganará la batalla… Quizá dependa de nuestro auto-control, de la fuerza de nuestras normas morales, de la autoridad del miedo sobre nuestras ansias de libertad; o, tal vez, acaso, quizás sólo dependa de las circunstancias en las que nos encontremos.

Un elemento extraño que, a veces, aparece en muchas relaciones (no sólo de amor en pareja, también de amistad y camaradería) es el de los celos. Mal asunto que merece ser tratado con extensión, pues es asunto enfermizo en el que mucha gente cae, aún sin darse cuenta; pero que hace mucho mal en nuestras vidas inter-relacionables. Ante cualquier “brote”, aún pasajero de este infantil instinto de posesión,  bueno será siempre hacer uso de la razón.

 
Unos sentires pueden llevarnos a otros, o no. Es evidente, ¿quién no conoce o hasta tiene experiencias personales de ello? Pues de un encantamiento puede surgir el deseo y un (no siempre buscado) enamoramiento. O una buena relación de amistad que dure para toda la vida. Como de una relación amorosa también se puede pasar al odio o al desprecio…





El amor en pareja requerirá tres elementos esenciales: la mutua atracción física (es el deseo), el caudal afectivo (es el cariño) y tener unos ideales en común (para hacer posible un proyecto de vida “a dos”).
 


En la amistad, es necesario tener dos motivos de comunión: el entendimiento mutuo (en complementariedad) y el caudal de la afectividad.
























Mientras que en el encantamiento, quizá sólo es suficiente un elemento: el atractivo; que puede darse por muy diversos motivos y que, además de no ser único, tampoco tiene por qué ser siempre el mismo. Una veces será la belleza física de esa persona, otras su pensamiento o inteligencia, tal vez su simpatía arrolladora, su afabilidad, acaso su capacidad de liderazgo o su sorprendente actitud ante la vida, su testimonio de integridad personal, su generosidad sin medidas, etc. etc.

Siempre ¡algo que atrae, que encanta! (sin más razón que la admitir que es así, aún inexplicablemente).
 


Amor, amistad, encantamiento y sexo están abiertos a múltiples manifestaciones. Y cada relación entre dos o más personas puede y debe ser diferente, pues diferentes somos todos y cada uno de los seres humanos.
 

 
Entonces, ¿quién puede decir que es correcto o malo lo que hace felices a algunas o a muchas personas?, ¿quién puede decir que no a la vida que es  siempre novedosa y generosa?

La vida es el don más preciado que tenemos. Pero nos toca hacerlo realidad cada día. Más confiando que temiendo que, si así lo queremos, es andadura de Felicidad.

 
 

 

1 comentario:

  1. Muy buena aclaración de conceptos, aunque yo... cuando hay alguien que me encanta, creo que me enamoro del tirón.

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