MACHISMOS Y HEMBRISMOS
¿POR QUÉ?
A lo largo de la
historia, en bastantes de los siglos pasados, ha existido mucho de lo que podríamos llamar “machismo”
establecido. Y, tantas veces, cuando se hablaba de las propiedades de los
hombres, se sumaban las mujeres a las tantas cabezas de ganado que
poseyeran…
Ya, ¡gracias a
tantas personas que ha peleado por ello!, las cosas se entienden de otra
manera. Pero ¡ojo!, que las nuevas generaciones no se libran de esta
“cosificación” de la persona.
A veces pienso (por
lo que veo y oigo) que los chicos y chicas de hoy son hasta más machistas que
nuestras abuelas y abuelos; pues entonces (varones y hembras) estaban
“cumpliendo” el rol social que estaba establecido: la mujer era la reina de la
casa, el varón debía aportar los medios económicos.
Ellas eran
procreadoras de la vida, entregadas a la maternidad y la crianza (y el
“matrimonio” las aseguraba con el respaldo legal para contar siempre con la
“garantía” de que no les faltaría nada.
Ellos aportarían el
“patrimonio” (lo económico) para que el orden establecido no quebrara…
Y nadie ponía pegas
a lo que había, a lo era como era.
Con la salida a la
calle de la mujer (quizá, en alguna ocasión, empujada por los intereses
económicos de personajes como John Davison Rockefeller), asumiendo roles de
responsabilidad en la sociedad (que antes sólo estaban destinados a los hombres
y, acaso, de algunas mujeres solteras que no tenían posibles), la mujer logra
la libertad y, con su aportación económica a la familia, la capacidad asertiva
de poder decir NO a ¡tantas cosas!
Pero es que ahora
(inverosímil contradicción para una sociedad como la nuestra, tan supuestamente
avanzada) muchos “machitos” quieren seguir imponiendo sus criterios y deseos a
base, si es necesaria, de la violencia física (¿en qué mundo andamos?) y, a
veces, las relaciones de pareja se convierten en verdaderos campos de batalla
(o, si lo preferís, en canchas de fútbol) dónde unos y otras pelean a diario
para lograr ganar sus batallas (o meterle algún gol… a la parte contraria).
Parece
incomprensible, pero si miramos las estadísticas y los resultados (lo real,
matemáticamente) de la vida compartida en familia, la frágil relación de tantas
parejas de hoy que no dura ni lo que un crédito bancario para adquirir una
vivienda; a veces ni el tiempo que se tarda en la confección de un “álbum de
fotos de la boda”…
La convivencia no
es fácil, pero si cada parte en una relación no está abierta al diálogo y
querer empatizar con quien tiene al lado, el resultado es siempre el desastre.
Porque hay que
saber y creerse que la otra persona, con la que queremos hacer la vida “a dos”
es tan importante y valiosa como yo; que, cada quien, tiene la misma dignidad y
también igualad en derechos y obligaciones.
Desde que un hombre
o una mujer piensan que un “compromiso” de pareja les lleva a ser “dueños” de
la vida de la otra o del otro, mal comenzamos.
En gran parte, ha
quedado superada la visión “machista” del uso del sexo, en aquella dualidad
bien vista de que ellos debían tener mucha “experiencia” en la cama con
“mujeres” en la sombra, pues ellas deberían siempre parecer ser virtuosas,
púdicas, cándidas… Pero seguimos pensando que tenemos derecho a exigir muchas,
demasiadas cosas, a quien decide hacer su vida junto a la nuestra.
Una relación con
celos es una interacción enfermiza. Para un convivir, nunca es bueno tener
“celos”, sí es bueno poner “celo”. No celos, sino celo. La relación de pareja
hay que cuidarla, no vivir “temiendo” a la otra, al otro.
Los celos
presuponen:
1) Creencia de que
la otra persona es una posesión, “algo” que se puede perder (una propiedad no
asegurada).
2) Falta de
seguridad en uno mismo, en una misma; pues quizás haya quien sepa hacer feliz a
mi mujer o marido mejor que lo hago yo….
3) Falta importante
de confianza en la persona amada. Lo cual es una infidelidad en sí misma (pues
la fi-delidad está basada en la fe mutua).
Muchas veces el
aceptar los celos tiene una razón profunda de creer que un compromiso de pareja
es una entrega “en sumisión”; partiendo de una “necesidad” de vivir el amor en
pareja… y, si la una parte ofrece su cariño, la otra se entrega enteramente
(como gota de agua junto a un papel secante).
Y la triste
consecuencia de aceptar estos planteamientos es, como ya he dicho antes,
entender que un “compromiso de amor en pareja” es renunciar a que cada uno deja
de ser dueño de sí y de su vida para convertirse en “posesión” del otro o la
otra. Con la renuncia de la libertad; con la entrega, sin límites, de quien se
es… para pasar a ser “algo” con lo que la otra persona puede jugar, romper,
tirar, dejar a un lado…, cuando le apetezca o sienta que ya utilizó
suficientemente.
Otro día seguiremos
hablando, si os parece.
Espero vuestras
opiniones. Gracias.
Me gustaría que llegáramos a entender y a ejercer que somos complementarios, cada quien con sus virtudes y defectos, con respeto y apoyo mutuo y cada quien en su papel, sin competencias absurdas, ni tergiversaciones y suplantaciones de sexos, que terminan siendo grotescas.
ResponderEliminarMuy diferentes, somos muy diferentes, pero podríamos ser igual de dignos, dando cada uno el máximo dentro de nuestra capacidad y habilidad específica.
Falta, todavía falta mucho, porque la mujer es la principal promotora del machismo.
Digamos basta a este enfrentamiento entre sexos.
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