El avestruz cree
que no viendo, no vive. El avestruz no sabe… ¡que la historia sigue… y es
peligroso negarse a ver la realidad.
Cuando nos
negamos a ver la realidad, estamos eludiendo el aceptarla; que no quiere decir
que siempre estemos de acuerdo con ella, pero no podemos negarla. Yo creo que
es muy peligroso no reconocer las cosas como son. Es como apuntarnos a
“permanecer en la ignorancia”.
Y si es
importante saber ver nuestro entorno, aún más lo es el saber mirarnos, el
atrever a observar nuestra propia persona, nuestro ser. Tener conciencia de que
nunca voy a saber, realmente, quien soy yo (lo que valgo, mis virtudes y
carencias) si no soy capaz de mirarme, de arrostrar mi propia realidad (desde
el ir observando “esos espejos” en los que me reflejo, diaria, cotidianamente).
Comunicarse eficientemente con
las personas con las que nos relacionamos, con precisión y empatía, y dejando
un poso de imagen positiva ante nuestros interlocutores, es uno de los
cometidos clave en una vida en sociedad.
Se trata de un proceso
complejo, en el que debemos articular habilidades aprendidas y talentos
naturales (como el dominio del lenguaje oral y gestual, el don de la
oportunidad, la adecuada gestión de las emociones, el encanto personal…). Y en
el que hemos de combinar la tolerancia necesaria para aceptar y entender al
otro, con la capacidad de expresar nuestras opiniones o preferencias.
Todo esto tiene
mucha relación con LA ASERTIVIDAD. Esa habilidad de comunicación interpersonal
y social que nos lleva a SER quienes somos y a VIVIR como creemos que debemos.
Pero ¿qué es
llegar a ser una persona asertiva?
Es aquella que
tiene la capacidad de saber transmitir hábilmente sus opiniones, intenciones,
posturas, creencias y sentimientos.
La habilidad de
la ASERTIVIDAD consiste en crear las condiciones que nos permitan conseguir
todos y cada uno de los siguientes objetivos:
EFICACIA:
conseguir aquello que nos proponemos.
SENTIRSE
BIEN,
al hacerlo: no sentirse incómodos en situaciones en que existe un conflicto de
intereses.
SIN
CREAR PROBLEMAS: ocasionando las mínimas
consecuencias negativas ni para uno mismo, ni para la otra persona, ni para la
relación.
En situaciones de
aceptación asertiva, ESTABLECER
RELACIONES POSITIVAS con los demás.
Como elemento muy
importante en la habilidad está el saber decir “NO”.
En
realidad, hay dos
cosas que a muchas personas les resultan problemáticas o difíciles: una es de
pedir o solicitar favores, y la otra, decir “no”.
Centrándonos en esta última
cuestión, dar respuestas negativas supone un esfuerzo, empeñados como estamos
en querer “caer bien”, en resultar tolerantes, comprensivos, amables y
diligentes. La timidez y el déficit de autoestima son problemas añadidos a la
hora de decir que no.
Hemos de
saber diferenciar entre no contrariar a nuestros interlocutores porque, alguna
vez, no coincidimos con sus propuestas, opiniones o planteamientos y entre
hacerlo por sistema, siempre y en cualquier circunstancia.
Si no
manifestamos nuestro desacuerdo cuando discrepamos en cuestiones importantes, o
si hacemos lo que consideramos inapropiado o lo que resulta perjudicial para
nuestros intereses, estaremos anteponiendo las necesidades, opiniones o deseos
de los demás a los nuestros; lo cual no suele ser lo mejor.
Esto puede
causarnos, además de los previsibles perjuicios de índole práctica, problemas
de autoestima, y puede trasmitir de nosotros una imagen de personas con poco
criterio.
Tras una
conducta “complaciente” puede hallarse la creencia de que llevar la contraria o
no aceptar tareas que consideramos incorrectas o que no nos corresponden
conduce a que se nos vea (o hasta nos veamos) como egoístas o insolidarios.
Mucha gente piensa que eso es casi lo peor que les pueden llamar, hasta tal
punto tienen asumido que la generosidad, la compasión, la empatía y la
incondicionalidad son atributos positivos, y del todo contrapuestos al egoísmo
natural (y hasta cierto punto, lógico) de todos los humanos.
Algunas
personas tienen miedo a decir NO: sufren cada vez que se han de negar a algo,
bien sea por miedo a defraudar las expectativas de otras personas, bien por
temor a no dar “la talla”, o a no saber argumentar su negativa; o por simple
pereza y comodidad. Se trata, en definitiva, del miedo a no ser valorados y
queridos.
Nuestra
necesidad de ser valorados, atendidos y tenidos en cuenta, puede llevarnos
(desde el espejismo que crea una autoestima poco asentada) a mostrar una
constante disponibilidad “a todo”, lo que nos hace caer en una dependencia no
sólo de los demás, sino de esa imagen desde la que actuamos, dejando de ejercer
nuestro derecho a decir “no”.
Esa
“dependencia” dificulta nuestra evolución personal, dinamita nuestra autoestima
e imposibilita el libre ejercicio de la responsabilidad que propicia unas
saludables y equilibradas relaciones de interdependencia con los demás, en las
que decimos “sí” cuando lo consideramos adecuado y en las que mantenemos
vigente la posibilidad a decir “no”.
Se trata
de saber decir “no” sin sentirnos culpables por ello.
Cuando
deseamos algo y decimos “otra cosa”, o cuando queremos decir “no” y tampoco lo
expresamos…, estamos quitándole valor a nuestras palabras; tanto a nuestras
afirmaciones como a nuestras negaciones.
Y devaluar
nuestra afirmación es hacerlo con nuestro crédito como personas que sienten,
piensan y tienen criterio propio. Equivale a devaluarnos ante los demás y ante
nosotros mismos.
Hemos de
buscar un equilibrio que nos permita ser tolerantes y comprensivos, pero
siempre habilitando un espacio para expresar nuestros matices o discrepancias.
Si cedemos siempre, nos estamos haciendo daño. Si no somos capaces de decir
“no”, pensaremos que a los demás les puede ocurrir lo mismo. Y cada vez que
obtengamos una afirmación a algo que pedimos o comentamos, dudaremos de si
realmente es una respuesta sincera, y paralelamente, si le importamos a nuestro
interlocutor.
Conectar
con nuestras necesidades, atender a lo que queremos y necesitamos, priorizar el
cómo estamos en cada momento y situación, nos obliga a saber decir “no”.
En
ocasiones, decir “no” nos resultará muy necesario para conocernos, para
significarnos y mostrarnos al mundo tal como somos. Para ser, frente a nosotros
mismos y ante el mundo que nos rodea, quienes realmente somos.
Desde la
sinceridad empática (acercándonos a la situación del interlocutor o
interlocutora), es como entablaremos unas relaciones de autenticidad; en las
que impere un diálogo más auténtico, fluido y constructivo. Y podremos decir
que sabemos con quién hablamos y cómo se encuentra la persona con la que lo
hacemos.
Existen
demasiadas relaciones vacías, formales, vestidas de cordialidad y buenos
modales. Pero una cosa es la sociabilidad y otra muy distinta, la hipocresía
del “quedar bien” a toda costa (aunque estemos cayendo en la falsedad).
Por eso es
imprescindible que sepamos:
·
Decir
“no” cuando queremos decir “no”.
·
Sin
que nos sintamos culpables por decir “no”.
·
Dando
(adecuadamente) prioridad a nuestras necesidades, opiniones y deseos no es una
manifestación de egoísmo, sino de responsabilidad, autoestima y madurez.
·
Diciendo
“no” cuando lo consideramos justo o necesario es la mejor forma de comprobar en
qué medida se nos valora y se nos quiere por cómo somos en realidad.
·
Permitámonos
verificar que nuestras negativas no sólo no rompen vínculos con los demás, sino
que plasman un compromiso de sinceridad, respeto (por los demás y por nosotros
mismos), responsabilidad y autenticidad.
·
Porque
la confianza se fortalece cuando el diálogo y la interacción no se sustentan en
falsos asentimientos y condescendencias.
·
Y
porque, además, si ejercemos nuestro derecho a decir “no”, podremos pensar que
los demás hacen lo propio, y asentaremos una comunicación más fiable, veraz y
fluida.