ESCAPADA
La vida de Borja había sido muy
complicada. Infancia y juventud las había desarrollado en un ambiente familiar
realmente tenebroso. Su madre había sido obligada a casarse con un hombre al
que no quería; su padre era un hombre incapaz en todos los sentidos...
La
violencia psicológica era la moneda de cambio habitual en casa y, además, se
sabía un estorbo, nunca se sintió
querido ni valorado.
Buscando una evasión, con la exclusiva
idea de salir de casa, escogió una carrera que le exigiría trasladarse; así se
escapó, de algún modo, del control de sus padres, sobre todo de su madre.
Mientras estudiaba, conoció a Karina,
una chica preciosa y muy dulce con la que congenió bastante y se hicieron
novios; pero es que Borja, aunque había nacido varón, en el aspecto
sexual, su indefinición era tal que, ni
en este sentido sabía qué era lo que quería...
Terminó sus estudios y con su carrera
universitaria, seguía sin saber qué hacer de su vida. Aquella carrera no le
gustaba, la eligió como coartada para salir de casa, pero ahora marcaría su
futuro... Su vida sentimental era, así mismo un caos: por un lado, se veía
abocado a casarse con aquella chica con la que llevaba tres años saliendo; y,
por otro lado, él no sabía... si realmente se sentía atraído por aquella mujer
a la que le tenía mucho cariño, pero hacia la que no le motivaba ningún deseo
de tener relaciones sexuales íntimas.
Pero es que cuando miraba a las chicas
supuestamente espléndidas de las revistas para hombres, a él tampoco le
motivaban... Era como si cada mujer hermosa que veía le hiciera recordar a su
madre cuando era joven. Y eso le traumatizaba tanto que le hacía sentirse
asqueado.
Mientras, Karina quería casarse ya,
empujaba a Borja a ir cubriendo metas: el piso, los muebles, los preparativos
para la boda...
Y él, se encontraba como metido en una
trampa: no quería lo que le venía, no sabía lo que quería... Lo que sentía,
verdaderamente, eran ganas de ¡escapar! Pero no sabía a dónde ni para qué;
quizá abandonarlo todo, sin mirar atrás. Escapar, desaparecer, casi mejor morir
o ser arrastrado por una nube y aparecer de pronto en otra galaxia...
Lo pensó tantas veces que, una noche,
lo soñó: se imaginó que había sido trasladado a una tierra nueva, dónde nadie
lo conocía... y allí iniciaba una vida nueva...
Sí, quizá si hiciera algo así...
Y se lo planeó: rompería con toda su
vida anterior: Mejor intentar una vida nueva que seguir con ésta, con tan poco
aliciente por delante...
Después de varias semanas
organizándolo, fue y le planteó a su novia:
- Mira, yo necesito, antes de que demos
el paso definitivo de casarnos, aclararme yo para saber lo que verdaderamente
quiero en la vida; por eso he pensado hacer un viaje de unas tres semanas a
Brasil. Pues, como tú sabes, este es un país que siempre me gustó conocer y a
ti no te motiva. Así que voy a escaparme para allá y mientras provecho para
pensar. Cuando vuelva, nos volvemos a encontrar y charlamos ¿te parece?
A Karina ni le pareció ni le dejó de
parecer, pero viendo que Borja estaba tan decidido, le dijo que le parecía
bien.
Borja cogió el avión y voló hasta Río
de Janeiro. Luego se planteaba dirigirse hacia algunos de los espacios
naturales más importantes del continente: remontar el río Amazonas, penetrar la
selva, pasar a conocer algunas de las paradisíacas playas desiertas...
El día 14 de su periplo, lo decidió:
desaparecería.
Aquel día salieron, casi de madrugada,
a visitar las cascadas del Amazonas. Allí tuvo la oportunidad de quitarse de en
medio, de desaparecer. Y así resultó que
Borja Ramírez, después de un mes sin saber nada de él, fue dado por
desaparecido.
Mientras él, había buscado datos de
otras personas que habían sido dadas por desaparecidas... para montarse una
historia paralela y medio convincente, por si tenía que justificar su presencia
ante alguien.
De todos modos, no le iba a ser
necesario.
También invirtió algunos de sus ahorros
en algunas cosas que pensó le podrían venir bien, como cuerdas y algunos otros
artilugios para diversos usos, algunos alimentos no perecederos y unos paquetes
de semillas.
Luego, Borja buscó como llegar a una
aldea, perdida en la selva, dónde había sabido que aún conservaban su más
ancestral modo de vida. Quizá era eso lo
que el sentía necesidad de descubrir, de conocer, tal vez de encontrar como el
modo de vida que estaba buscando desde siempre.
Cuando ya sentía que estaba llegando,
un poco antes de escuchar y notar la presencia humana, tomando como referencia
un inmenso árbol de grandes hojas amarillas, hizo un hato con las propiedades
que aún conservaba en su mochila y lo escondió en un promontorio surgido en el
terreno y cubierto de espeso follaje.
Se acercó tímidamente, llevando entre
sus manos aquellas taleguillas con semillas que había conseguido antes de
ingresar en la selva, como queriendo indicar que llegaba en son de paz y
esperaba ser acogido...
Los indígenas entendieron el gesto, y
le significaron con palabras dulces (que, desde luego, él no entendía) y con
manifestaciones no verbales que le parecía sí comprender, que tenía allí su
casa, que aquel lugar era abierto a cualquier ser vivo dispuesto a compartir y
celebrar aquel estilo de vida...
Empezaron a llamarle Sathiri (que para
ellos significaba “sembrador”),
mientras él lo asumía como propio y olvidaba su anterior nombre e
identidad...
En un tiempo que nadie midió, Sathiri
aprendió verdaderamente a sembrar y a cosechar; aprendió a comer y a distinguir
vegetales; a distinguir los cientos de especies de árboles; aprendió a pescar y
a distinguir los peces de los ríos; aprendió a conocer los monos, las aves, las
mariposas, los lagartos y serpientes, los felinos, las hormigas, los cientos de
insectos; aprendió a andar descalzo por la selva, sin resbalar ni caerse; aprendió a sentir la presencia del mundo
aquel lleno de vida; de las montañas, del agua viva que viene cantando por los
ríos o cae serena, desde las nubes; aprendió a disfrutar de la lluvia y del
sol, del aire que calienta y del agua vigorosa de la cascada...
Aprendió a hablar y a pensar como un
indio; aprendió a medir el espacio y el tiempo como selvático; aprendió a vivir
desnudo y sin miedos. Y también aprendió a gozar del olor, calor, temblor y
sonido del fuego. Y aprendió mucho del camino de la selva, que no es igual
cuando se pisa por primera vez que cuando forma parte de una senda hecha de
pisadas anteriores...
Y lo más importante: aprendió a amar y
a dejarse ser amado; aprendió a sentir el placer de estar vivo... y a saber
que, cada día, cada minuto o instante tienen sentido, para ser lo que se es y comprender
porqué se hace cada cosa.
Aprendió a mirar los ojos de la bella
Anahí, mientras ella penetraba su mensaje de ternura enamorada a aquel hombre
que, desnudo nunca pudo disimular sus más auténticos sentimientos hacia ella.
Aprendió a soñar que, en la vida, nunca
hay que mirar atrás, sino a pisar fuerte el lugar donde se está; aprendió a ser
feliz, en armonía, sintiéndose parte de la “pachamama”, hijo de la Tierra y del
Universo.