UNA PELEA DE MUÑECAS
Érase una vez que, en un armario lleno de juguetes, había un
cajón lleno de muñecas. Hacía años que estaban allí, guardadas, sin ver nada,
en el fondo del mueble aquel...
Pero ¿sabéis que pasó?
Pues resulta que en aquella casa vivían tres hermanas que
normalmente pasaban todo el día fuera de casa: en el colegio, las clases de
danza, la piscina, los ratos de juego en el parque… ¡y nunca tenían tiempo de
jugar con aquellas lindas muñecas! Muñecas que estaban prácticamente olvidadas.
Y… vuelvo a preguntaros: ¿sabéis lo que pasó?
Que un día llegaron volando, de otros lugares de la Tierra,
un montón de bichitos…, muy pequeños, muy pequeños (a lo que los científicos
los llamaron “virus”) y, como eran muy peligrosos, todo el mundo se tuvo que
quedar en sus casas durante un montón de tiempo.
Y claro, estas tres niñas, como sus primas y sus primos,
amiguitas, amiguillos y, por supuesto, también otras tantas personas de otras
edades, ¡tuvieron que ir buscando la manera de ocupar las muchas horas del día!,
en las que, en esta situación, no tenían otras cosas que hacer… en la calle, en
el cole, o donde fuera.
La mamá le dijo:
- Ahí tenéis un montón de muñecas muy bonitas, que tenéis
olvidadas, ¿por qué no os ponéis a jugar con ellas?
- ¡Bien! –dijeron las tres a coro.
Pero luego…, cuando las fueron sacando del cajón en que
estaban, enseguida se pusieron a discutir porque las tres querían la misma;
pues había una que estaba más nueva que las otras y, además, hasta hablaba
algunas palabras con una vocecita muy dulce. Claro, otras (que habían estado
más al fondo del cajón) tenían el vestido arrugado; incluso una tenía un
pantaloncito vaquero un poco roto… (que era algo que había estado muy de moda
el año pasado, pero que ya no se llevaba tanto).
Entonces, casi como si fuese algo mágico, la muñeca Luli,
que así se llamaba, empezó a hablar diciendo palabras que nunca antes habían
salido de su boquita, pidiéndoles por favor que se callaran y dejaran de
discutir.
Yo, de verdad, hacía mucho tiempo que no había visto una
cosa así.
Luego, una vez que las tres niñas estaban calladitas y
expectantes dijo:
- Mirad lo que está sucediendo: hace meses que nosotras
estamos encerradas, sin ver la luz siquiera; pues os habíais olvidado de que
estábamos aquí y no nos sacabais ni al parque ni siquiera a vuestro cuarto para
jugar un rato con estas pobres y olvidadas muñecas. Y ¿veis?, ahora sois
vosotras las que no podéis salir y nos sacáis a nosotras: por fin ¡nos dais la
libertad! Esperamos que comprendáis la dura realidad que es no ser libres; cosa
que nos ha tocado a nosotras y que también le pasa a muchos niños que están
enfermos y tienen que estar mucho tiempo en un hospital o a muchas niñas y
muchos niños que viven en países que están en guerra… Pero bueno, sin irnos muy
lejos, mirad: no es bueno discutir por cosas que no merecen la pena.
Las niñas, calladas, atendían todo lo que estaba diciendo la
muñeca Luli.
Después de un minuto, todas en silencio, la muñeca volvió a
mover la cabeza y volvió a hablar así:
- Si queréis os voy a contar un secreto nuestro.
- Sí, queremos –dijo la mayor de las tres hermanas.
Y enseguida la muñeca siguió pronunciando, muy despacito y
con su vocecita de muñeca, sus palabras:
- Nosotras, al principio de estar todas metidas en el cajón,
no dejábamos de discutir y pelearnos: unas querían estar arriba, otras no les
gustaba estar al lado de aquella, etcétera. Y, después de varios días de
pasarlo mal, llegamos a la conclusión de que la felicidad empieza por aceptar
la realidad, por adaptarse a cualquier cambio que llegue: ¡no molestarse porque
las cosas sean como son! Y que para llegar a un convivir armónico nos
correspondía, a todas y a cada una, poner de nuestra parte. Como siempre, y en
todo lo que nos plantea la vida, es cuestión de hablar, acaso de ceder y pensar
en cómo se sienten las otras… ¡Seguro que así os lo pasaréis muy bien!
Y como las niñas eran listas, eso hicieron: y ya, en cada
juego, siempre se pusieron de acuerdo y nunca más se pelearon.
Y colorín colorado, niñas con
muñecas
¡qué bien que muchos días estuvieron
jugando!
Es un cuento más del abuelo José-María Fedriani