NUESTRO
MEJOR TESORO
Al recibir el gran regalo de la Vida,
de valor incalculable…, con lo primero que nos encontramos en la vida es: con
nuestro cuerpo.
Y no siempre lo valoramos en lo que
vale. Unas veces lo amamos mucho, hasta en exceso; pero otras lo maltratamos,
lo minusvaloramos, lo despreciamos… Hay quienes no lo aceptan tal cual es; hay
quienes lo que buscan es la aprobación y el aplauso de los demás.
También se da el caso de quienes se
quedan en lo externo, lo que se ve, como el cascarón; sin pensar que,
efectivamente, “lo principal queda oculto a nuestros ojos”; que no vale
quedarse en lo primero que se ve: de ningún huevo es la cáscara lo importante…
Si nos quedamos sólo en las apariencias, nos pasaremos la vida mirando “cómo
nos miran”; preocupándonos y ocupándonos en hacer lo que sea para “vendernos”
mejor, para obtener la aprobación de quienes nos observan… Quizá sin
“aceptarnos” tal cual somos. Pero, tantas veces, podemos quedarnos en el
envoltorio, el cascarón o la caja, la bolsa o el papel de celofán… ¡como si
fuésemos “algo” que está en venta!
Lo cual es un grave error. Pues
nuestros cuerpos ¡no tienen precio! Porque, en todos los casos, su valor es
incalculable. Es un verdadero tesoro.
Pero es un tesoro… ¡que no nos
pertenece! No, no somos “propiedad privada” de nadie, ni siquiera de nosotras,
de nosotros mismos. Como tampoco lo serán nuestros hijos e hijas si los
tenemos.
En realidad podríamos decir que somos
“Patrimonio de la Humanidad”. Y, con
todo el respeto que se merece esta gran “obra de arte” que somos, así hemos de
tratarnos.
No podemos preocuparnos de él sólo
cuando va mal o cuando queremos lucirlo. No vale tratarlo igual que a un
electrodoméstico o al coche, dedicándonos a “ponerlo a punto” de vez en cuando.
Tenemos la obligación moral de cuidarnos. Si no lo hacemos, estamos atentando
contra una vida humana, estaremos actuando como homicidas descerebrados. Y,
además, estaremos “robando” algo valioso al mundo en que vivimos.
Porque nuestro cuerpo también tiene
una “misión” que cumplir abierta a los demás: una función social.
Nuestros cuerpos están cargados de
“vida comunicativa”. Tienen la “misión” de abrirse a la comunicación y al amor:
nuestro cuerpo, todo entero, tiene mucho que “decir”, no sólo nuestra lengua.
De pies a cabeza, tenemos una estructura física hecha para dar y recibir, para
entregar y acoger, para decir y escuchar… ¡para compartir la vida!
En tanto en cuanto que utilicemos
nuestros cuerpos para vivir compartiendo, amando, creciendo
grupal-comunitariamente, estaremos siendo lo que somos.
Pero si nos reprimimos, si nos
aislamos, si jugamos a ser “centro de miradas envidiosas”, a lo mejor que
estaremos traicionándonos; pues poniendo nuestro “ego” por encima de todo,
también estaremos dejando de SER.
Y aquí el dilema:
“¡Ser, o no ser, es la cuestión!”,
nos dice Shakespeare en Hamlet. “Ser o no ser, la alternativa es esa!”
Por eso, una de las características
más importantes del ser humano y una de las que provocan más irregularidades
psicológicas: la autoestima.
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La autoestima es el juicio que,
personalmente, nos hacemos de ese
“concepto” que cada una, cada uno, tiene de su persona.
Y, como consecuencia, es algo que
está muy relacionado con nuestra capacidad para amar y hacernos querer y, también, de nuestra capacidad para desarrollar
nuestras actividades.
Así es que nuestra autoestima influye
directamente en la manera de llevarnos con la gente, en el tipo de personas que
escogemos como amigos, en la manera de ser de la pareja que escogemos, en la
clase de trabajo que elegimos, en nuestro éxito profesional y hasta en nuestra
dignidad e integridad personal; ya que es algo que forma parte,
visceralmente, de nuestra personalidad y
siempre va a determinar el uso que hagamos de nuestras muchas capacidades como
seres humanos.
Estamos en la Vida y es necesario que
nos demos cuenta de ello: sabernos “reconocer”. Encontrar la clave que nos hace
como somos, diferentes de las otras personas, del resto de la gente; para,
desde ahí, aceptarnos y auto-afirmarnos.
Se trata de querernos como somos. La falta de amor, que empieza siempre
por nuestra propia persona, es el mayor problema que tiene la humanidad. Hay
demasiada gente que ni se ama ni se acepta tal como es. Y, lógicamente, como
consecuencia, no está en capacidad ni de amar ni de aceptar a nadie.
En realidad podríamos decir que no
son los genes los que determinan nuestra eficacia personal, sino la propia
autoestima.
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- Quiere decir esto que siendo como
somos, seres únicos, todos los demás nos necesitan así: como somos, con
nuestras cualidades, sean virtudes o defectos, con nuestras experiencias, ya
sean logros o fracasos. Nos necesitan, nos necesitamos, ¡presentes en la vida!
Siendo de ésta única manera que somos; diciendo o escuchando en silencio,
haciendo y deshaciendo, y esperando, y soñando…
Cada quien tiene una manera de ser. Y
así es como nos ha querido la Vida. Así,
no de otra manera. Empezando por nuestro
propio cuerpo. Somos ¡como somos! Y es “así” como tenemos que ser.
Como los colores, valga el ejemplo:
El color azul necesita ser azul para
ser azul. El verde es verde por ser verde. El color rojo, siempre es tan rojo.
Nos gusta tanto el amarillo cuando es sólo amarillo… Y así todos los colores. Tienen que ser como
son. Si el azul se tiñe de verde… tal vez resulte un bonito azul turquesa, o
puede que verde turquesa…, pero ya no es azul. Igualmente le pasará al blanco si lo manchamos de rojo…,
nacerá un simpático color rosa… Ya no es blanco ni rojo. Ya es ¡otro color!
Así, todas, cada criatura, si se
mezcla… ya deja de ser quien genuinamente es.
Por eso es ¡tan importante! que nos
dejemos ser ¡quienes somos!, sin complejos.
¿Por qué va a tener complejos el
celeste del azul?, ¿qué es un color menos puro?, ¿y qué?, ¿qué es la pureza?,
¿quién define lo que es y no es puro?, ¿con qué intereses?, ¿acaso el mestizaje
no tiene asegurado su encanto?
Y volviendo la mirada a nuestra
propia persona: es necesario que sepamos aceptarnos y querernos tal como somos.
La falta de autoestima nos impide ser
felices, igual que nos dificulta o hasta impide encontrar el amor.
Así que ¡a quererse mucho!
Y hoy un poquito más que ayer… ¡pero
menos que mañana!