R U E G O
María,
Madre, Hermana, Amiga,
ruega
por nosotros.
Ilumínanos.
Necesitamos tanto de ti…
Hemos
pensado, mil veces, que teníamos que decirte
muchas
cosas;
que
debíamos alagarte y alabarte, con plegarias y cánticos
que
dijeran tus bellezas, tus virtudes, tus favores…
Pero
hemos olvidado escucharte, oír cuanto decías,
aprender
de ti las enseñanzas que nos dabas;
con
tu forma de vida, con tu modo de afrontar el por-venir
en
el que Dios te requería…
Perdónanos,
María, Mujer de las Mercedes;
perdónanos
porque hemos sido hasta crueles contigo;
porque
hemos acallado tus palabras
antes
de que llegasen a nuestros oídos;
porque
no hemos querido oír tu grito –tu canto profético–,
y
nos pusimos a decirte
“llena
de gracias” y “misericordiosa”
y “dulce de corazón” y “purísima”
y “esperanza nuestra” y… tú sabes cuantas gentilezas
por
no reconocerte, además de Madre, Maestra,
mujer
valiente, compañero de todos los humanos
que
quisiéramos vivir nuestra fe…
comprometiéndonos
con el mundo en sus circunstancias,
con
la historia del amor de cada día.
y
a no retirarnos nunca del dolor que encontremos
en
nosotros o en los otros, de la cruz
que
se nos ponga tan cerda… que
o
la aceptemos o la neguemos;
como
tantos hicieron los días de la cruz de Cristo…
Recuérdanos,
a menudo, que buscar el Reino
es
instaurar fraternidad,
y
deshacer estructuras injustas de poder, de riqueza,
de
inteligencia, de raza o color,
de
edad, de sexo o e cultura…
No
nos dejes olvidar las tantas desigualdades
que
tenemos tan cerca;
por
las que pasamos, sobre las que andamos,
cada
día, a cada rato.
Ayúdanos,
Madre nuestra.
Intercede
por nosotros, para que nunca nos acostumbremos
a
ver el mal y pasar de largo, como si fuera
un
árbol seco del que no es posible esperar frutos.
Acúcianos,
para que siempre estemos vivos de verdad:
vibrantes
de vida y de ganas de hacerla crecer…
Mujer
de las Mercedes,
Madre,
Hermana, Amiga, María.