SALVADOR
DALÍ
Y GALA ÉLUARD
(LUCES
Y SOMBRAS)
Salvador
Felipe Jacinto Dalí i Domènech,
para todos, es universalmente conocido
por sus impactantes y oníricas imágenes surrealistas como Salvador Dalí.
Como artista extremadamente imaginativo, manifestó
una notable tendencia al narcicismo y a la megalomanía, con el objeto de atraer
la atención pública.
Realmente, como decía Ortega y Gasset “cada quien
es él y sus circunstancias”.
Salvador Dalí, tuvo, desde su nacimiento y primera
infancia unas “circunstancias” que le marcarían su vida tremendamente.
Aquel niño querido para “sustituir” a su hermano
muerto no podía ser “normal”. Y resultó un genio; acaso algo trastornado, tal
vez un tanto maniático, quizás necesitado de “ser único” y querido por él
mismo.
Todos, cuando vamos creciendo, queriendo salir de
la niñez, sentimos el deseo profundo de hacernos únicos; de alguna manera, nos
“reconocemos” en contra de lo que se nos ha establecido como “norma”. Y
buscamos “la diferencia” entre nuestra figura paterna o materna para sentirnos
“alguien” con una personalidad única, diferente a la de nuestros progenitores.
¿Cómo vivir esa “búsqueda de identidad” habiendo
nacido nueve meses después de la muerte de su hermano mayor, llamado también Salvador?,
¿cómo no marcaría esto la vida del niño artista que, seguro tuvo que pasar por
esa “crisis de personalidad”, al creer que era la copia de su hermano muerto?
Idea que era reforzada por la actuación de sus progenitores; ya que con cinco
años, sus padres lo llevaron a la tumba de su hermano y le dijeron que él era
su reencarnación, una idea que él llegó a creer. De su hermano, Dalí dijo: “nos
parecíamos como dos gotas de agua, pero dábamos reflejos diferentes...”
Dalí también tuvo una hermana, Ana María, cuatro
años más joven que él.
Cuando Dalí tenía 16 años, su madre murió a
consecuencia de un cáncer de útero. Sobre la muerte de su madre, que él
adoraba, diría más tarde que fue el golpe más fuerte que he recibido en mi
vida; pues no podía resignarme a la pérdida del ser con quien contaba para
hacer invisibles las inevitables manchas de mi alma...
Años más tarde, conoció a Elena Ivanovna (Gala). A
partir de ahí, algo grande cambió en su vida.
Y vivió entregado a ella, como adorándola.
Gala,
divertida,
comunicadora,
arrolladora,
quizás
coqueta,
y
soñadora de ensueños.
Seguramente
enamorada
de la vida
y
de todo lo que hacía:
Cantar,
bailar, recitar
poemas
que aprendió de niña
y
otros que escribe ella
en
sus ratos de soledad.
Sabe
querer como pocas,
también
pretende
encontrar
un
amor total
en
alguien que la ame
con
el corazón
y
el cuerpo entero.
Sabe
que su cuerpo
es
como una reliquia
que
debe conservar en bien
pero
no esconder a nadie,
pues
todo amante
de
la belleza tiene
derecho
a gozar
de
la visión preciosa
de
su cuerpo único
y
entero hermoso.
Gala
ama a Salvador Dalí
como
nadie supo hacerlo antes
y
él…, hechizado
dedica
su vida
a
gratificarla,
día
a día,
hora
a hora,
en
cada una de sus obras.
Mirando la figura, la personalidad y la manera de
amor devoto de Salvador Dalí a Elena Ivanovna (Gala), creo que es una ocasión
única para plantearse ¿qué buscamos, tantas veces, los hombres y las mujeres al
escoger pareja?, ¿complementariedad?, ¿necesitamos de otra persona para vivir
con ella lo que nos falta, a modo de otra “media naranja” que cubre lo que nos
falta?, ¿es apoyo, es dependencia?, ¿deseamos una compañía para llevar a cabo,
juntos, un proyecto de vida?
¿Es posible, es real, es fantástica, es una locura
la manera de amar de poetas de la vida como Salvador y Elena, como Gala y Dalí?
Ésta,
indiscutiblemente, es una historia real de amor y pasión, de compenetración
armoniosa que llegó a alcanzar hasta la dependencia; algo que, muchos, no
entenderán nunca. Pero que, siempre, será ¡para otra tanta gente! un símbolo de
lo que es la mutua generosidad.