RAZONES
PARA LA TOLERANCIA Y EL RETO
DE ENTENDERNOS
DE ENTENDERNOS
(Capítulos
9 y 10 de “GRANDES REGALOS”)
- Sí, por favor, don
Adalberto (dijo entonces Elsa), hablemos de la tolerancia… y de la
intolerancia.
Y tomando la palabra, con
tono un tanto solemne, empezó a decir:
El mundo sueña con la
tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que
brilla a la vez por su presencia y por su ausencia.
Confucio (quizá en un
arrebato de optimismo) soñó con una época de tolerancia universal en la que los
ancianos vivirían tranquilos sus últimos días; los niños crecerían sanos; los
viudos, las viudas, los huérfanos, los desamparados, los débiles y los enfermos
encontrarían amparo; los hombres tendrían trabajo, y las mujeres hogar; no
harían falta cerraduras, pues no habría bandidos ni ladrones, y se dejarían
abiertas las puertas exteriores. Esto se llamaría la gran comunidad.
Martín Luter King soñó con la
llegada de un día en que los hombres se elevarán por encima de sí mismos y
comprenderán que estamos hechos para vivir juntos, en hermandad...
Todo muy hermoso, pero no es
tarea fácil. Atendedme, que esto es importante:
Hoy, vivimos en una sociedad
plural, y no sólo porque está formada por muchas personas; si no, además, en
nuestra sociedad nos encontramos con personas muy diferentes. La convivencia
armoniosa… depende de... ¡tantas cosas!
Hace cincuenta años, por
ejemplo, era más fácil, la mayoría de la gente vivía en una cultura rural dónde
las costumbres y los roles estaban todos muy claros y bien establecidos. Pero
actualmente, no sólo todo es diferente; sino que, además, hemos de convivir con
personas de diferente origen y cultura, con costumbres y creencias que no
tienen nada que ver con la nuestra, etcétera, etcétera.
Y aquí vienen los problemas
de entendimiento: lo que para unos es normal, para otros es una
extravagancia... ¡Y hemos de convivir con los demás! ¿Somos capaces de hacerlo?
Dicho de otra manera: ¿somos tolerantes? Esta es la cuestión. A veces somos
tolerantes... La verdad es que es una cuestión difícil... llegar a entender
muchas cosas de las otras, de los otros. Y si no les entendemos ¿cómo
respetarles?
A veces, muchas veces, la
convivencia se hace difícil con quienes política o religiosamente piensan de
otro modo, o con quienes por edad o inclinación sexual se manifiestan de manera
tan tan diferente que, hasta puede llevar a escandalizarnos.
- Yo, perdone don Adalberto,
no me escandalizo de nada (dijo entonces Luis, cortando la exposición del
profesor).
- Bueno, mira a lo mejor no
es tu caso, pero puede suceder que haya quien se escandalice…
- Vale, pero ¿por qué no va a
ser, cada quien, como quiera ser? Quizá nos parezca irracional lo que dice o
hace; pero ¿no es también de irracional no dejarle que sea cómo quiere ser?
(vuelve a interrogar el joven).
- Conforme, tienes razón;
pero es de lo que estamos hablando: para llegar a tu conclusión hay que ser
tolerantes. Es estupendo que tú lo seas. Pero ¿no conocéis (dirigiéndose a los
demás jóvenes) a nadie que tiene problemas para aceptar la manera de ser o de
actuar de otras personas?
- ¡Claro! (dijeron varios).
- Bien, pues eso. Es que,
hasta quienes sabemos que hemos de respetar a cada persona como es, y tenemos
muy clara la teoría, cuando llega el caso real de esa otra persona (ese
inmigrante, ese gitano, ese alguien sexualmente diferente, o... ) que nos
quiere “imponer” sus gustos, costumbres, música u horario de dormir... ¡ahí
está el problema!
Porque la tolerancia tiene
mucho de respeto al otro, a los otros; pero cuando esa otra parte “diferente”
de la sociedad que viene “rompiendo nuestros esquemas”, si queréis “renovando”
nuestra sociedad... pues también tiene que tener mucho respeto con quienes aún
quieren seguir siendo o viviendo “como siempre”. ¿O no?
Respetarles, sí. Que eso es
tolerancia. Pero también es necesario (imprescindible) que esta gente también
sea respetuosa con quienes (aún...) no ven las cosas de “esa” su manera...
Por eso, la tolerancia que es
un valor fundamental para la convivencia armoniosa, en nuestra realidad social,
no es aún un logro, sino una meta a conseguir: un camino abierto por el que hay
que avanzar..., mediante la búsqueda de entendimientos, con una mentalidad
abierta... para ir aceptando maneras nuevas de ver la realidad y de entender la
vida, para saber ir acomodándonos a eso
que nos llega (que, acaso, no esperábamos pero que llega) y hacerlo con tan buen
ánimo que siempre nos llene de alegría.
- Pero, profesor…
- Dime, Carmen…
- Hay que ser tolerantes,
vale, pero yo creo que no todo puede tolerarse… Por ejemplo: ¿Deben tolerarse
la producción y el tráfico de drogas, la producción y el tráfico de armas? ¿Es
intolerante un Gobierno cuando prohíbe actos públicos de grupos neonazis o
terroristas? ¿Son intolerantes las legislaciones que prohíben el aborto o la
pornografía infantil? (requirió Mamen).
- Muy buena pregunta, me has
dejado…, no sé cómo decirte…, no me esperaba… Pero está muy bien, aterrizaré:
la tolerancia tampoco puede confundirse con el permisivismo. Yo creo que los
límites entre lo tolerable y lo intolerable han de estar en el escrupuloso
respeto a los Derechos Humanos. O lo que es lo mismo: no se debe tolerar, nunca, aquello que sea
contrario a la sociedad humana o a las buenas costumbres necesarias para conservar el bienestar social.
Nunca. Con esto sí hay que ser intolerantes. ¿No os parece?
Y…, a propósito de parecer…,
ya se está haciendo un poco tarde. ¿Qué os parece si lo dejamos aquí y seguimos
otro día…?, ¿o continuamos un rato más?
- Sigamos, por favor, que
esto está interesante (dijo Julio, que hasta entonces no había abierto la
boca).
- No, mejor que ir con
prisas, precisamente porque esto es muy interesante, yo pienso que debemos
dejarlo para la próxima semana… (le corrigió Susana).
- ¿Vale, os parece mejor así?
- Vale, don Adalberto.
- Pues quedamos en eso: nos
vemos el próximo martes…, si bien, antes, os voy a decir una frase de Martín
Luter King, al respecto, que os puede servir para pensar a lo largo de estos
días:
"Hemos
aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos
aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos".
- Hasta
el martes, próximo.
- Hola, buenas tardes,
profesor.
- Hola Jorge Andrés y…
- Sí, he venido acompañado de
Tirso y Elisa ¿no importa, verdad?
- No, mientras vengan en son
de paz y quepamos en mi escritorio-estudio…
Así, cada semana, el grupo se
iba haciendo más grande.
Pasaron a la sala dónde
además de la mesa de estudio y escritorio llena de papeles, había varias
estanterías con libros, un pequeño sofá, varios sillones y bastantes
sillas.
Chicas y chicos se fueron
acomodando.
Después de un minuto de
silencio, en que se sintió un alto nivel de atención expectante, Adalberto tomó
la palabra.
- Como decíamos la semana
pasada… “Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar…”
- … “Pero no hemos aprendido
el sencillo arte de vivir juntos como hermanos” (terminó la frase Nuria).
- Eso es, muchas gracias
señorita… Nuria.
- Bien. Y ¿qué más habíamos
dicho? Recordemos algo, que hoy tenemos aquí a dos nuevos…
- Perdone, don Adalberto, yo
también he venido por primera vez, si no importa…
- Vaya, vale, pero dime ¿tu
nombre… eres Juanma, verdad?
- Sí, sí.
- Estupendo, pues… como ni
Juanma ni Elisa ni Tirso, estuvieron aquí el pasado martes… ¿quién les pone un
poco al día… sobre el tema que llevábamos?
- Yo ya le he contado a Tirso
y a Elisa (dijo Jorge Andrés).
- Bueno y al osado Juanma que
se ha atrevido a venir sin previo aviso…
- Ja ja (varios se rieron).
- Perdona, era una broma.
Bien está, la invitación, cuando la hice estaba abierta… Como ahora está abierta
la invitación a hablar: ¿quién dice algo?
- Yo, dijo Susana. Yo quiero
hablar:
- Ánimo, somos oídos.
Entonces, aunque casi
siempre, Adalberto se quedaba de pié, aún con una silla en su puesto, cerrando
el círculo que formaban todos sus “discípulos”, ahora se sentó, como
significando que no era su turno.
La chica tomó la palabra:
- Pues, después de hablar
sobre lo que caracteriza a una persona adulta,
como que…, pues nos centramos en el saber ser tolerante frente a la
manera de ser o hacer de otra gente “diferente”…
- Eso es, gracias ¿y qué más?
- Bueno (intervino Jorge
Andrés), yo también le he comentado a mis colegas que la tolerancia tiene sus
límites, porque tampoco se puede aceptar que quien viene de otro lugar, con sus
costumbres distintas, nos quiera imponer sus criterios… ¡que nosotros también
tenemos derecho a que se nos respete! ¿o qué?
- Muy bien: ahí más o menos
quedamos (puntualizó Adalberto). Y dejamos en el tintero la cuestión de hasta
dónde ser tolerantes, pues no se pueden confundir tolerancia con permisivismo…;
pues ¿podemos ser tolerantes con los fanáticos e intolerantes?
El profesor volvió a ponerse
de pié, y continuó diciendo:
- Ser tolerantes, respetar a
quienes son diferentes o actúan de otra manera o a lo que estamos
acostumbrados, tiene como dos matices: uno pasivo y otro activo. La tolerancia
pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”.
Lo que, en algún caso, podría convertirse en “pasotismo”… y eso también
tiene sus riesgos.
En cambio, la tolerancia
activa viene a significar solidaridad. Es una actitud positiva que se puede
llamar también benevolencia. La tolerancia activa nos invita a tratar bien a
los demás, a ser serviciales en palabras, hechos y sentimientos, a
considerar y a no abusar de la confianza
o buena fe de nadie. Es tener siempre presente que actuar unos contra otros va contra la
naturaleza; pues lo
lógico, lo razonable por naturaleza, es la solidaridad: nuestras manos han de
estar siempre dispuestas a ayudar, pues sólo nos es posible vivir… en sociedad.
Igual que nuestros cuerpos
están formados por miembros diferentes, la sociedad está integrada por muchas
personas diferentes, pero todas llamadas a dar una misma “respuesta” de
colaboración por el “bien común”. Y además, es que nos necesitamos. Es algo muy
semejante a los cantos de una bóveda, que, todas caerían desplomadas si no fuera porque unas piedras
sostienen a las otras: la bóveda se aguanta por el apoyo mutuo de los unos y
los otros.
Y ahora, permitidme, que os
haya buscado… (se dirigió a su mesa y tomó unos folios con anotaciones) y os
voy a leer un trozo del discurso final de “El Gran Dictador”, la película de
Charles Chaplin, que me parece es todo un canto a la tolerancia:
"Me gustaría ayudar a
todo el mundo si fuese posible: a los judíos y a los gentiles, a los negros y a
los blancos (...). La vida puede ser libre y bella, pero necesitamos humanidad
antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia (...). No tenemos
ganas de odiarnos y despreciarnos: en este mundo hay sitio para todos (...).
Luchemos por abolir las barreras entre las naciones, por terminar con la
rapacidad, el odio y la intolerancia (...). Las nubes se disipan, el sol asoma,
surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo
mejor, en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad.”
Dejó un momento de hablar, se
palpaba el silencio en la habitación. Era como expectación ¿qué se estaba
urdiendo en aquellas jóvenes cabezas?
Rompió el silencio Natalia,
que dijo:
- Bonitas palabras que nos
llenan de entusiasmo, y nos animan a seguir soñando con una sociedad armónica y
tolerante...
- Bien, me gusta eso que
dices (replicó el profesor), pero... esas son las palabras. ¿Dónde están los
hechos que nos muestran que hoy la tolerancia es algo posible?
Y siguió:
- Porque hay situaciones en
las que parece que la tolerancia, es imposible; ocasiones en que aparecen
enfrentamientos irreconciliables, casi siempre por culpa de los dichosos
fanatismos.
Y si hablamos de fanatismos, tenemos que
fijarnos, sobre todo en dos contextos en los que, desde siempre, han ido
apareciendo los peores fanatismos: en el ámbito de lo religioso y en el político.
El fanático y el exaltado
religioso piensan que sus palabras son siempre la más pura, objetiva y absoluta
verdad, creen en la infalibilidad absoluta y sin fisuras de aquello que
defienden; incluso pueden creerse que hablan “en nombre de Dios”.
Igual puede decirse de la
política; pues el fanatismo igualmente
se utiliza para designar ese mismo entusiasmo desbordado en el ámbito del amor
celoso e irracional a lo patrio o a una determinada opción política.
Hablando del tema, dice
Voltaire que “El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la
fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que
toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías, es una
fanático novicio de grandes esperanzas, podrá pronto llegar a matar por el amor
de Dios”.
Paralelamente al fanatismo,
va la intransigencia, la intolerancia. Podríamos decir que fanatismo e
intolerancia son inseparables; puesto que el uno conduce a la otra casi
inevitablemente. Y la intolerancia a la agresividad.
Pero…, aunque los temas
religión y política se llevan la palma, pero no todos los fanatismos se quedan
en sólo en estos ámbitos, pues hay más. Y algunos mucho más “cotidianos”, pero
igualmente motivadores de desencuentros y sufrimientos.
Hay mucha gente fanática que
lo son no sólo por su creencia religiosa o política, sino también por su
cerrazón a un líder o a un maestro. Sólo es necesario tener una fe ciega y sin
fisuras en alguien o en algo (aunque, tantas veces, ni necesita asentarse en
razón alguna), así como también se puede
ser intolerante hacia cualquier crítica o posición contraria: simplemente
considerar enemiga a la persona que es lo que piensa diferente.
Y es peligroso, porque, en la
mayoría de los casos, tanto el fanatismo como la intolerancia o el dogmatismo,
se sirven de de la ignorancia y la estupidez.
Para esta gente, no hay más
que dos posturas: las cosas son siempre blancas o negras, buenas o malas, y las
personas sólo pueden ser o fieles adeptos o traidores, o amigos o enemigos.
Porque, para empezar, la
persona que es fanática, ignora siempre la duda; si bien la duda es principio
de sabiduría, pues lleva a la curiosidad y a la búsqueda… Quizá por miedo a
encontrar alguna luz que le lleve a ver que estaba en un error; lo cual nunca
se perdonaría a sí misma.
Por sistema, el fanatismo se
sitúa más allá de la razón, siempre se basa en la creencia de que no existen
verdades parciales o falsedades que parecen ser verdades. Pero, además, quienes
se dejan llevar por un fanatismo, como norma, lo hacen de creencias ajenas
(seguramente porque su característica le hace incapaz de tener unas creencias
propias). Pero es que, además quien es intolerante, fanático o dogmático, suele
ser alguien que razona poco; que asume y defiende, lo que sea, de una manera
sumisa y acrítica.
No es actitud nada
inteligente; o sea, suele ser gente estúpida.
Y, así, siendo de esta naturaleza, es alguien muy peligroso, Más si va
unido a otros de su “especie”, cosa que suele darse, ya que se necesitan para
apoyarse.
- ¿Y qué hacer… ante gente
fanática? (preguntó Elsa, que estaba sintiendo toda la tarde como latía con
fuerza y hasta coraje su corazón).
- Pues yo diría (contestó
enseguida el profesor) que… ¡a estas ciertas personas hay que evitarlas! Es la
mejor manera de que no te hagan daño y hasta de ayudarles…, no dándoles cancha
o campo de juego, hasta puede ser que, algún día, se den cuenta de que están en
el error y reaccionen; porque si te enfrentas, se radicalizarán más… ¡y la
espiral puede ser interminable!
- Pero
es que hay gente que se merece que se le corrija, que se le pongan las cosas
claras, para que se dejen ya de tonterías… (replicó Juanma).
- Bueno, es lo que parece que se merecería;
pero no: eso es entrar en su “juego” ¿te interesa ponerte al nivel de un
impresentable? Déjalo, evítalo, si no es grave, hasta toléralo, no dejes que te
haga daño. Tolerar una intolerancia, un fanatismo, no significa, en absoluto,
estar de acuerdo con ello; puedes intentar razonarle, argumentarle…, siempre
sin llegar al insulto o la agresión. Y como, posiblemente, no vas a lograr
mucho, déjalo: para los oídos necios, las palabras sobran.
- Gracias.
- Gracias a vosotras y
vosotros. No sabéis el bien que me hace que vengáis y me escuchéis y me
aportéis ideas nuevas… La vida no me ha concedido la dicha de tener hijos…
En ese momento, Adalberto se
emocionó. Los jóvenes comprendieron que era buen momento para marchar.
Ya en la puerta Gemma les
despidió diciéndoles:
- Que os espero la semana que
viene, que hablaremos del amor…