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sábado, 14 de noviembre de 2015

FRENTE A LOS FANATISMOS


RAZONES PARA LA TOLERANCIA Y EL RETO 
DE ENTENDERNOS

(Capítulos 9 y 10 de “GRANDES REGALOS”)

- Sí, por favor, don Adalberto (dijo entonces Elsa), hablemos de la tolerancia… y de la intolerancia.

Y tomando la palabra, con tono un tanto solemne, empezó a decir:

El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia.

Confucio (quizá en un arrebato de optimismo) soñó con una época de tolerancia universal en la que los ancianos vivirían tranquilos sus últimos días; los niños crecerían sanos; los viudos, las viudas, los huérfanos, los desamparados, los débiles y los enfermos encontrarían amparo; los hombres tendrían trabajo, y las mujeres hogar; no harían falta cerraduras, pues no habría bandidos ni ladrones, y se dejarían abiertas las puertas exteriores. Esto se llamaría la gran comunidad.

Martín Luter King soñó con la llegada de un día en que los hombres se elevarán por encima de sí mismos y comprenderán que estamos hechos para vivir juntos, en hermandad...

Todo muy hermoso, pero no es tarea fácil. Atendedme, que esto es importante:

Hoy, vivimos en una sociedad plural, y no sólo porque está formada por muchas personas; si no, además, en nuestra sociedad nos encontramos con personas muy diferentes. La convivencia armoniosa… depende de... ¡tantas cosas!

Hace cincuenta años, por ejemplo, era más fácil, la mayoría de la gente vivía en una cultura rural dónde las costumbres y los roles estaban todos muy claros y bien establecidos. Pero actualmente, no sólo todo es diferente; sino que, además, hemos de convivir con personas de diferente origen y cultura, con costumbres y creencias que no tienen nada que ver con la nuestra, etcétera, etcétera.

Y aquí vienen los problemas de entendimiento: lo que para unos es normal, para otros es una extravagancia... ¡Y hemos de convivir con los demás! ¿Somos capaces de hacerlo? Dicho de otra manera: ¿somos tolerantes? Esta es la cuestión. A veces somos tolerantes... La verdad es que es una cuestión difícil... llegar a entender muchas cosas de las otras, de los otros. Y si no les entendemos ¿cómo respetarles?

A veces, muchas veces, la convivencia se hace difícil con quienes política o religiosamente piensan de otro modo, o con quienes por edad o inclinación sexual se manifiestan de manera tan tan diferente que, hasta puede llevar a escandalizarnos.

- Yo, perdone don Adalberto, no me escandalizo de nada (dijo entonces Luis, cortando la exposición del profesor).

- Bueno, mira a lo mejor no es tu caso, pero puede suceder que haya quien se escandalice…

- Vale, pero ¿por qué no va a ser, cada quien, como quiera ser? Quizá nos parezca irracional lo que dice o hace; pero ¿no es también de irracional no dejarle que sea cómo quiere ser? (vuelve a interrogar el joven).

- Conforme, tienes razón; pero es de lo que estamos hablando: para llegar a tu conclusión hay que ser tolerantes. Es estupendo que tú lo seas. Pero ¿no conocéis (dirigiéndose a los demás jóvenes) a nadie que tiene problemas para aceptar la manera de ser o de actuar de otras personas?

- ¡Claro! (dijeron varios).

- Bien, pues eso. Es que, hasta quienes sabemos que hemos de respetar a cada persona como es, y tenemos muy clara la teoría, cuando llega el caso real de esa otra persona (ese inmigrante, ese gitano, ese alguien sexualmente diferente, o... ) que nos quiere “imponer” sus gustos, costumbres, música u horario de dormir... ¡ahí está el problema!

Porque la tolerancia tiene mucho de respeto al otro, a los otros; pero cuando esa otra parte “diferente” de la sociedad que viene “rompiendo nuestros esquemas”, si queréis “renovando” nuestra sociedad... pues también tiene que tener mucho respeto con quienes aún quieren seguir siendo o viviendo “como siempre”. ¿O no?

Respetarles, sí. Que eso es tolerancia. Pero también es necesario (imprescindible) que esta gente también sea respetuosa con quienes (aún...) no ven las cosas de “esa” su manera...

Por eso, la tolerancia que es un valor fundamental para la convivencia armoniosa, en nuestra realidad social, no es aún un logro, sino una meta a conseguir: un camino abierto por el que hay que avanzar..., mediante la búsqueda de entendimientos, con una mentalidad abierta... para ir aceptando maneras nuevas de ver la realidad y de entender la vida,  para saber ir acomodándonos a eso que nos llega (que, acaso, no esperábamos pero que llega) y hacerlo con tan buen ánimo que siempre nos llene de alegría.


- Pero, profesor…

- Dime, Carmen…

- Hay que ser tolerantes, vale, pero yo creo que no todo puede tolerarse… Por ejemplo: ¿Deben tolerarse la producción y el tráfico de drogas, la producción y el tráfico de armas? ¿Es intolerante un Gobierno cuando prohíbe actos públicos de grupos neonazis o terroristas? ¿Son intolerantes las legislaciones que prohíben el aborto o la pornografía infantil? (requirió Mamen).

- Muy buena pregunta, me has dejado…, no sé cómo decirte…, no me esperaba… Pero está muy bien, aterrizaré: la tolerancia tampoco puede confundirse con el permisivismo. Yo creo que los límites entre lo tolerable y lo intolerable han de estar en el escrupuloso respeto a los Derechos Humanos. O lo que es lo mismo: no se debe tolerar, nunca, aquello que sea contrario a la sociedad humana o a las buenas costumbres necesarias para conservar el bienestar social. Nunca. Con esto sí hay que ser intolerantes. ¿No os parece?

Y…, a propósito de parecer…, ya se está haciendo un poco tarde. ¿Qué os parece si lo dejamos aquí y seguimos otro día…?, ¿o continuamos un rato más?

- Sigamos, por favor, que esto está interesante (dijo Julio, que hasta entonces no había abierto la boca).

- No, mejor que ir con prisas, precisamente porque esto es muy interesante, yo pienso que debemos dejarlo para la próxima semana… (le corrigió Susana).

- ¿Vale, os parece mejor así?

- Vale, don Adalberto.

- Pues quedamos en eso: nos vemos el próximo martes…, si bien, antes, os voy a decir una frase de Martín Luter King, al respecto, que os puede servir para pensar a lo largo de estos días:

"Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos".
- Hasta el martes, próximo.





- Hola, buenas tardes, profesor.

- Hola Jorge Andrés y…

- Sí, he venido acompañado de Tirso y Elisa ¿no importa, verdad?

- No, mientras vengan en son de paz y quepamos en mi escritorio-estudio…

Así, cada semana, el grupo se iba haciendo más grande.

Pasaron a la sala dónde además de la mesa de estudio y escritorio llena de papeles, había varias estanterías con libros, un pequeño sofá, varios sillones y bastantes sillas. 

Chicas y chicos se fueron acomodando.

Después de un minuto de silencio, en que se sintió un alto nivel de atención expectante, Adalberto tomó la palabra.

- Como decíamos la semana pasada… “Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar…”

- … “Pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos” (terminó la frase Nuria).

- Eso es, muchas gracias señorita… Nuria.

- Bien. Y ¿qué más habíamos dicho? Recordemos algo, que hoy tenemos aquí a dos nuevos…

- Perdone, don Adalberto, yo también he venido por primera vez, si no importa…

- Vaya, vale, pero dime ¿tu nombre… eres Juanma, verdad?

- Sí, sí.

- Estupendo, pues… como ni Juanma ni Elisa ni Tirso, estuvieron aquí el pasado martes… ¿quién les pone un poco al día… sobre el tema que llevábamos?

- Yo ya le he contado a Tirso y a Elisa (dijo Jorge Andrés).

- Bueno y al osado Juanma que se ha atrevido a venir sin previo aviso…

- Ja ja (varios se rieron).

- Perdona, era una broma. Bien está, la invitación, cuando la hice estaba abierta… Como ahora está abierta la invitación a hablar: ¿quién dice algo?

- Yo, dijo Susana. Yo quiero hablar:

- Ánimo, somos oídos.

Entonces, aunque casi siempre, Adalberto se quedaba de pié, aún con una silla en su puesto, cerrando el círculo que formaban todos sus “discípulos”, ahora se sentó, como significando que no era su turno.

La chica tomó la palabra:

- Pues, después de hablar sobre lo que caracteriza a una persona adulta,  como que…, pues nos centramos en el saber ser tolerante frente a la manera de ser o hacer de otra gente “diferente”…

- Eso es, gracias ¿y qué más?

- Bueno (intervino Jorge Andrés), yo también le he comentado a mis colegas que la tolerancia tiene sus límites, porque tampoco se puede aceptar que quien viene de otro lugar, con sus costumbres distintas, nos quiera imponer sus criterios… ¡que nosotros también tenemos derecho a que se nos respete! ¿o qué?

- Muy bien: ahí más o menos quedamos (puntualizó Adalberto). Y dejamos en el tintero la cuestión de hasta dónde ser tolerantes, pues no se pueden confundir tolerancia con permisivismo…; pues ¿podemos ser tolerantes con los fanáticos e intolerantes?

El profesor volvió a ponerse de pié, y continuó diciendo:

- Ser tolerantes, respetar a quienes son diferentes o actúan de otra manera o a lo que estamos acostumbrados, tiene como dos matices: uno pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”.  Lo que, en algún caso, podría convertirse en “pasotismo”… y eso también tiene sus riesgos.

En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad. Es una actitud positiva que se puede llamar también benevolencia. La tolerancia activa nos invita a tratar bien a los demás, a ser serviciales en palabras, hechos y sentimientos, a considerar  y a no abusar de la confianza o buena fe de nadie. Es tener siempre presente que actuar unos contra otros va contra la naturaleza; pues lo lógico, lo razonable por naturaleza, es la solidaridad: nuestras manos han de estar siempre dispuestas a ayudar, pues sólo nos es posible vivir… en sociedad.

Igual que nuestros cuerpos están formados por miembros diferentes, la sociedad está integrada por muchas personas diferentes, pero todas llamadas a dar una misma “respuesta” de colaboración por el “bien común”. Y además, es que nos necesitamos. Es algo muy semejante a los cantos de una bóveda, que, todas caerían  desplomadas si no fuera porque unas piedras sostienen a las otras: la bóveda se aguanta por el apoyo mutuo de los unos y los otros.



Y ahora, permitidme, que os haya buscado… (se dirigió a su mesa y tomó unos folios con anotaciones) y os voy a leer un trozo del discurso final de “El Gran Dictador”, la película de Charles Chaplin, que me parece es todo un canto a la tolerancia:

"Me gustaría ayudar a todo el mundo si fuese posible: a los judíos y a los gentiles, a los negros y a los blancos (...). La vida puede ser libre y bella, pero necesitamos humanidad antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia (...). No tenemos ganas de odiarnos y despreciarnos: en este mundo hay sitio para todos (...). Luchemos por abolir las barreras entre las naciones, por terminar con la rapacidad, el odio y la intolerancia (...). Las nubes se disipan, el sol asoma, surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo mejor, en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad.”

Dejó un momento de hablar, se palpaba el silencio en la habitación. Era como expectación ¿qué se estaba urdiendo en aquellas jóvenes cabezas?

Rompió el silencio Natalia, que dijo:

- Bonitas palabras que nos llenan de entusiasmo, y nos animan a seguir soñando con una sociedad armónica y tolerante...

- Bien, me gusta eso que dices (replicó el profesor), pero... esas son las palabras. ¿Dónde están los hechos que nos muestran que hoy la tolerancia es algo posible?

Y siguió:

- Porque hay situaciones en las que parece que la tolerancia, es imposible; ocasiones en que aparecen enfrentamientos irreconciliables, casi siempre por culpa de los dichosos fanatismos.

 Y si hablamos de fanatismos, tenemos que fijarnos, sobre todo en dos contextos en los que, desde siempre, han ido apareciendo los peores fanatismos: en el ámbito de lo religioso y en el político.

El fanático y el exaltado religioso piensan que sus palabras son siempre la más pura, objetiva y absoluta verdad, creen en la infalibilidad absoluta y sin fisuras de aquello que defienden; incluso pueden creerse que hablan “en nombre de Dios”.

Igual puede decirse de la política;  pues el fanatismo igualmente se utiliza para designar ese mismo entusiasmo desbordado en el ámbito del amor celoso e irracional a lo patrio o a una determinada opción política.

Hablando del tema, dice Voltaire que “El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías, es una fanático novicio de grandes esperanzas, podrá pronto llegar a matar por el amor de Dios”.

Paralelamente al fanatismo, va la intransigencia, la intolerancia. Podríamos decir que fanatismo e intolerancia son inseparables; puesto que el uno conduce a la otra casi inevitablemente. Y la intolerancia a la agresividad.

Pero…, aunque los temas religión y política se llevan la palma, pero no todos los fanatismos se quedan en sólo en estos ámbitos, pues hay más. Y algunos mucho más “cotidianos”, pero igualmente motivadores de desencuentros y sufrimientos.


Hay mucha gente fanática que lo son no sólo por su creencia religiosa o política, sino también por su cerrazón a un líder o a un maestro. Sólo es necesario tener una fe ciega y sin fisuras en alguien o en algo (aunque, tantas veces, ni necesita asentarse en razón alguna),  así como también se puede ser intolerante hacia cualquier crítica o posición contraria: simplemente considerar enemiga a la persona que es lo que piensa diferente.

Y es peligroso, porque, en la mayoría de los casos, tanto el fanatismo como la intolerancia o el dogmatismo, se sirven de de la ignorancia y la estupidez.

Para esta gente, no hay más que dos posturas: las cosas son siempre blancas o negras, buenas o malas, y las personas sólo pueden ser o fieles adeptos o traidores, o amigos o enemigos.

Porque, para empezar, la persona que es fanática, ignora siempre la duda; si bien la duda es principio de sabiduría, pues lleva a la curiosidad y a la búsqueda… Quizá por miedo a encontrar alguna luz que le lleve a ver que estaba en un error; lo cual nunca se perdonaría a sí misma.

Por sistema, el fanatismo se sitúa más allá de la razón, siempre se basa en la creencia de que no existen verdades parciales o falsedades que parecen ser verdades. Pero, además, quienes se dejan llevar por un fanatismo, como norma, lo hacen de creencias ajenas (seguramente porque su característica le hace incapaz de tener unas creencias propias). Pero es que, además quien es intolerante, fanático o dogmático, suele ser alguien que razona poco; que asume y defiende, lo que sea, de una manera sumisa y acrítica.

No es actitud nada inteligente; o sea, suele ser gente estúpida.  Y, así, siendo de esta naturaleza, es alguien muy peligroso, Más si va unido a otros de su “especie”, cosa que suele darse, ya que se necesitan para apoyarse.

- ¿Y qué hacer… ante gente fanática? (preguntó Elsa, que estaba sintiendo toda la tarde como latía con fuerza y hasta coraje su corazón).

- Pues yo diría (contestó enseguida el profesor) que… ¡a estas ciertas personas hay que evitarlas! Es la mejor manera de que no te hagan daño y hasta de ayudarles…, no dándoles cancha o campo de juego, hasta puede ser que, algún día, se den cuenta de que están en el error y reaccionen; porque si te enfrentas, se radicalizarán más… ¡y la espiral puede ser interminable!

 -  Pero es que hay gente que se merece que se le corrija, que se le pongan las cosas claras, para que se dejen ya de tonterías… (replicó Juanma).

-  Bueno, es lo que parece que se merecería; pero no: eso es entrar en su “juego” ¿te interesa ponerte al nivel de un impresentable? Déjalo, evítalo, si no es grave, hasta toléralo, no dejes que te haga daño. Tolerar una intolerancia, un fanatismo, no significa, en absoluto, estar de acuerdo con ello; puedes intentar razonarle, argumentarle…, siempre sin llegar al insulto o la agresión. Y como, posiblemente, no vas a lograr mucho, déjalo: para los oídos necios, las palabras sobran.

- Gracias.

- Gracias a vosotras y vosotros. No sabéis el bien que me hace que vengáis y me escuchéis y me aportéis ideas nuevas… La vida no me ha concedido la dicha de tener hijos…

En ese momento, Adalberto se emocionó. Los jóvenes comprendieron que era buen momento para marchar. 

Ya en la puerta Gemma les despidió diciéndoles:

- Que os espero la semana que viene, que hablaremos del amor…




5 comentarios:

  1. Si consideramos que somos civilizados y que vivimos en un país demócrata, y después de tantos años, seguimos fomentando el odio de rojos y azules, sin ninguna tolerancia, que podemos esperar de otros sectarios.

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  2. Un buen texto para reflexionar sobre la intolerancia. Que buena falta nos hace pues cuanto más cibilizados, más intolerantes somos.
    Un abrazo.

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  3. Quiero darte las gracias por tu apoyo hacia mi pais, Francia.
    Ser tolerente, me parece fenomenal, llegariamos a la paz.. Pero que podemos esperar del barbarismo ??? Pregunto
    Un saludo
    Isa

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    1. Realmente el barbarismo no tiene explicación. ¿Dónde queda la razón de los seres que, supuestamente, son racionales?

      http://jose-maria-naturalmente.blogspot.com.es/2015/08/es-suficiente.html

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  4. Un escrito muy ameno e interesante.Las reflexiones de los protagonistas reflejan el pensamiento de la mayoría de la gente.Tolerar, en muchas ocasiones, no indica aprobar.Debemos respetar a la persona y amarla pero hay que condenar las injusticias,
    la barbarie y los comportamientos contrarios a la buena convivencia.Igual que en una familia.

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