CULTO
A LOS MUERTOS
El culto a los difuntos, a los ancestros o a los antepasados es una práctica piadosa común a
varias religiones basada en
la creencia que las personas que han muerto tienen una nueva existencia, se
interesan por los asuntos del mundo y pueden influir, de alguna manera, en la
suerte de los vivos.
Desde que
las primeras comunidades humanas en el Paleolítico
desarrollaron sus capacidades simbólicas, las prácticas rituales
relacionadas con la muerte han ido evolucionando a lo largo del
tiempo.
Las ofrendas
y ajuares depositados en el lugar de las sepulturas nos hablan, ya en las
culturas más antiguas, de un
verdadero culto a los muertos y de una espiritualidad humana basada en la creencia en otra vida más
allá de la muerte.
Desde la antigüedad, la
costumbre religiosa de darle culto a los muertos era parte de muchas
culturas:
Los antiguos
chinos recordaban a sus antepasados quemando incienso y encendiendo velas.
En la
cultura India, la fiesta hindú de los muertos, Durga, comenzaba en Noviembre.
En la
antigua Asiria las ceremonias de los muertos eran en el mes de Arahsamna,
cuando el dios Sol se convertía en el Señor de la Tierra de los Muertos.
En
Mesopotamia tenían un
concepto pesimista y negativo de la vida terrena y de la de ultratumba. Los
actos religiosos son muy simples, basados en la oración y en el cuidado de los
dioses.
Los persas,
celebraban el mes del ángel de la muerte.
En Perú, el
Año Nuevo Inca comenzaba en Noviembre y el festival, llamado Ayamarka, con las
ofrendas de comida y bebida en las tumbas.
Los aztecas
mexicanos también guardaban el Día de los Muertos al mismo tiempo de otoño del
año.
Los celtas,
al igual que otros pueblos de la antigüedad, celebraban sus fiestas y ritos con
los cambios de estación.
Podemos decir, que la
práctica religiosa de honrar
a los difuntos es tan antigua como la
humanidad y la costumbre de celebrar un día de culto a los espíritus de los antepasados es
compartida en muchas culturas y lugares del mundo, coincidiendo desde épocas
remotas con el final e inicio del año nuevo.
Todas las culturas, a lo largo de la
historia de la humanidad, le han dado un
significado ritual a la muerte de los seres queridos. La meta del culto puede
entenderse como un camino para asegurar el bienestar en la nueva existencia de
los ancestros y su buena disposición hacia los vivos y, a veces, pedir algún
tipo de favor o ayuda. La función social del culto a los difuntos está basada
en la idea de cultivar los valores familiares, como la piedad filial, lealtad a
la familia y continuidad del linaje.
Se trata de una práctica universal a
todas las culturas, de maneras más o menos explícitas, el culto a los ancestros
se encuentra en sociedades con cualquier grado de complejidad social, política
y tecnológica, y permanece como un notable componente de varias prácticas
religiosas en los tiempos modernos. Es especialmente central en varias religiones africanas, desde el animismo hasta los
ritos Bwiti y en el confucionismo, donde
recibe el nombre de piedad filial.
Para la
mayoría de las culturas, las prácticas del culto a los difuntos no son como es
el culto a los dioses. El propósito de
este culto no es para pedir favores, sino para realizar el deber filial.
Algunas personas creen que sus antepasados necesitan ser provistos por sus
descendientes; otros no creen que los ancestros estén preocupados por lo que
sus descendientes hacen por ellos, sino que la expresión de piedad filial es lo
importante.
Según el
confucionismo, el respeto por los antepasados es una expresión de piedad filial
y era fundamental para que existiera un buen orden de las cosas. Los hijos, por
ejemplo, han de presentar respetos ante la tumba de sus padres. La tumba, puede
tener forma de media luna, lo cual se considera auspicioso porque representa el
equilibrio del yin y el yang.
Como
más significativo está el culto a los muertos de los egipcios.
La concepción
egipcia de la vida tras la muerte, era muy primitiva: no se trataba del paso a
una vida eternamente bienaventurada en la contemplación de la divinidad, sino
de una prolongación o perpetuación de una vida suficientemente placentera en
este mundo, pero en otro ámbito que, aun siendo paradisíaco, reproducía los
ciclos, las cuitas y los quehaceres de la vida anterior.
Los egipcios
creían firmemente que, después de morir, el alma del hombre viviría feliz sólo
si se daba un tratamiento especial al cadáver para preservarlo de la corrupción
para que se conservara íntegro. Por ello, perfeccionaron el proceso de
conversión o embalsamiento, convirtiendo los cadáveres en momias que colocaban
en sarcófagos.
Estos se decoraban con mayor o menor suntuosidad, dependiendo de la jerarquía social del muerto. En la tumba se depositaban diversos objetos que, se creía, el difunto podría necesitar o echar de menos en la otra vida. Aves y gatos, entre otros animales, eran también embalsamados para servir de compañía a los hombres en su viaje al otro mundo. No podía faltar la inclusión de un papiro en las que se consagraban las virtudes y buenas obras del difunto, con la finalidad de que fuera juzgado indulgentemente por Osiris, el dios de la otra vida, en el tribunal de los muertos.
Estos se decoraban con mayor o menor suntuosidad, dependiendo de la jerarquía social del muerto. En la tumba se depositaban diversos objetos que, se creía, el difunto podría necesitar o echar de menos en la otra vida. Aves y gatos, entre otros animales, eran también embalsamados para servir de compañía a los hombres en su viaje al otro mundo. No podía faltar la inclusión de un papiro en las que se consagraban las virtudes y buenas obras del difunto, con la finalidad de que fuera juzgado indulgentemente por Osiris, el dios de la otra vida, en el tribunal de los muertos.
Y
más cercanos a nuestra cultura occidental está la visión de la vida de
ultratumba y el culto a los muertos de los griegos.
Para los griegos era un deber ineludible enterrar a los muertos, ya que las
almas de los que no recibían sepultura ni rito funerario alguno estaban
condenadas a vagar eternamente y a perseguir a sus parientes por haber
descuidado el cumplimiento de los preceptos religiosos con los difuntos.
El entierro de los difuntos era uno de los pilares fundamentales de las
creencias familiares, ya que los espíritus de los antepasados eran una especie
de divinidades, que se encontraban en el Hades, a las que se debía rendir culto
de forma periódica.
Los humanos buenos, justos y
que llevaron una vida virtuosa, en cuanto se reúnen en grupos, los mandan a los
Campos Elíseos para que lleven allí una vida felicísima. En cambio, cuando
llegan a sus manos los malvados los envían al lugar destinado a los impíos,
para que reciban el castigo que les corresponde por sus culpas e injusticias.
El
ritual de un entierro para los griegos consistía en lavar el cadáver, ungirlo
con bálsamos perfumados, coronarlo con flores de la estación y vestirlo
dignamente.
Mientras,
las mujeres prorrumpen en llantos y gemidos, todos
lloran, se golpean los pechos, se mesan los cabellos y se arañan las mejillas.
A veces incluso, en señal de luto, desgarran la ropa y se echan polvo en la
cabeza; a menudo se revuelcan por el suelo y se golpean la cabeza contra el
pavimento.
Posteriormente,
el difunto era llevado sobre los hombros de sus familiares o de los
esclavos, o en un carro. Detrás iba la comitiva de familiares y amigos.
En el cementerio, el cuerpo podía ser inhumado o quemado en una pira. En
este caso, las cenizas eran recogidas por un hijo o familiar y después se
guardaban en una urna. Cuando el cadáver era inhumado, el cuerpo se depositaba
en un sarcófago de cerámica o de madera, o simplemente se enterraba sin
sarcófago, sobre un lecho de hojas. Al lado del cuerpo del difunto se dejaba
una cantidad considerable de cerámica y parte del ajuar que había pertenecido
en vida al finado, para que pudiese continuar disfrutando de sus cosas después
de muerto. Las tumbas eran recubiertas
de tierra sobre el que solía ponerse un monumento.
Todo esto,
lo traigo aquí con una única intención: aunque estemos en el siglo XXI,
seguimos (por tradición) haciendo muchas cosas demasiado parecidas a lo que se
ha venido haciendo en siglos pasados, en culturas que, supuestamente, ya
quedaron muy trasnochadas.
Todas estas prácticas, que antes hemos repasado, han seguido extendiéndose, de una u otra manera, a lo largo del mundo, hasta hoy en la actualidad. Y no son ni lógicas ni santas; más parecen fanatismos absurdos.
Todas estas prácticas, que antes hemos repasado, han seguido extendiéndose, de una u otra manera, a lo largo del mundo, hasta hoy en la actualidad. Y no son ni lógicas ni santas; más parecen fanatismos absurdos.
Paralelamente tenemos la fiesta de HALLOWEEN.
En los últimos años, estamos viendo como una costumbre norteamericana y
de otros países anglosajones como Canadá, Estados Unidos, Irlanda o
Reino Unido,
y, en menor medida, en Argentina, Chile, Colombia, México, Perú o el conjunto
de Centroamérica, se nos va metiendo entre las rendijas de nuestras
tradiciones.
Halloween, también conocido como Noche de Brujas o Noche de
Difuntos, es una fiesta de origen celta que se celebra internacionalmente en la noche del 31 de octubre, sobre todo en sus raíces están vinculadas con la
conmemoración celta del Samhain y la festividad cristiana del Día de Todos los Santos, celebrada por los pueblos de cultura católica el 1 de noviembre. Se trata en gran parte de un festejo secular, aunque algunos consideran que posee un trasfondo
religioso. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición a América del Norte durante la Gran hambruna irlandesa.
El día se asocia a menudo con los colores naranja,
negro y morado y está fuertemente ligado a símbolos como la jack-o´-lantern (calabaza tallada a
mano). Las actividades típicas de Halloween son el
famoso truco o trato y las fiestas de disfraces, además de
las hogueras, la visita de casas encantadas, las bromas,
la lectura de historias de miedo o el dedicarse a ver películas de terror.
Para algunas personas (no sé hasta qué punto es
así), esta celebración festejosa que nos viene con la coca-cola (ese líquido
negro que sirve para desatascar fregaderos), lo que hace es trivializar el tema
de la muerte.
MI REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA:
A veces (demasiadas veces) nos equivocamos en nuestras relaciones. Y no
tenemos las necesarias manifestaciones de afecto y cariño para con las personas
con las que convivimos; con quienes nos relacionamos, más o menos cercanamente.
Cuando faltan (fallecen) nos vienen los “remordimientos” (deberíamos
haber actuado de otro modo, haberles tratado mejor, etc.); pero ya es tarde.
Entonces, como buscando una manera de “compensar” lo que no hicimos, nos
ocupamos de hacerle a la persona fallecida,
al “finado”, lo que sea… para tranquilizarnos. Y le damos, o hacemos,
todas las “manifestaciones de cariño” a nuestro alcance: un buen féretro,
flores, responsos y hasta llantos excesivos. No tiene mucho sentido tantos
gastos absurdos, pienso.
Pues ¿para qué derrochar dinero en cosas que no hacen bien a nadie, como
féretros carísimos, pues de lo que se trata, en el fondo, es de quitar de en medio unos restos
humanos que ya para nada sirven?
Pero ¿y para qué?
Ciertamente ¡ya es demasiado tarde!
Ciertamente ¡ya es demasiado tarde!
Es como (valga la burda comparación) el niño que llora por el globo que
perdió…, después de haberlo dejado escapar; o (quizás exagerando) el
maltratador que le manda flores a la mujer que antes machacó, porque no supo
resistir sus bajos instintos de ver sufrir a “su presa”, viéndola llorar,
atemorizada ante su fuerza animal. Y sin cargar tanto la tinta, hay muchos
matrimonios que se respetan más después de muertos que en vida (la muerte no
les separa, como dice el ritual, sino que les une).
Aunque, a mi entender, desde luego, a las personas hay que quererlas
(demostrándoles cariño) mientras están vivas, no cuando ya no están. Luego
¿para qué?, ¿acaso para demostrar, ante los demás, que les queríamos y que, de
verdad, sentimos su pérdida?
Y respetar la memoria de nuestros antepasados, de nuestros difuntos, de
estas personas que fueron importantes en nuestras vidas, mientras las tuvimos a
nuestro lado, no es tirar dinero y gastar energías en hacerle un hermoso
panteón. Mejor sería dedicarnos a escuchar-recordar “sus palabras”, recordar “sus
mensajes”, imitarlas y hacer posible que las vivencias que tanto nos aportaron, nunca las
olvidemos y sigan siendo una “realidad viva” en nuestras vidas.