EL
SÉPTIMO PODER,
UN
PODER REAL
Dependiendo de a qué ámbito
nos referimos, podemos encontrarnos con distintas definiciones sobre lo que es el
poder.
Pues incluso cuando decimos
la palabra “poder”, podemos (valga la redundancia) dudar a qué nos estamos
refiriendo; pues no es lo mismo tener la capacidad para hacer algo, o sea,
poder hacerlo, atrevernos con ello (ya que, entonces, la clave está en desearlo
con tesón, pues “querer es poder”) que el gozar de una cierta “autoridad” para
“poder decidir” en nombre de un colectivo.
Pero también, si estamos
hablando del mundo de la política (donde los tres poderes clásicos de
Montesquieu están en los ejecutivo, legislativo y judicial), habría que
cuestionarse, cada vez más, si no influyen también (y mucho) las intervenciones
de la economía o de los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) y,
por fin, las “redes sociales” surgidas en torno a Internet que, con ello, ha
superado a todos los medios de comunicación tradicionales.
Además, en algunos espacios
geográficos, seguramente habría que incluir el poder de ciertas mafias, del
narcotráfico y el lavado de dinero sucio…
Y podemos ampliar el mapa,
incluyendo otros contextos; pero no es de lo que ahora quiero tratar.
Obviando tantas clasificaciones,
voy a plantear resumirlas (recopilarlas) todas en una única, que me va a servir
para exponer mi tesis; ésta que yo expongo ahora: ¿quién tiene “poder” para
decidir en nuestra sociedad, sobre cada uno de nosotros?
Y me refiero a lo que (con
tampoco éxito que quedó en último lugar del concurso) cantara, hace unos años,
en Eurovisión (exactamente en 1983), la Sevillana Remedios Amaya “¿Quién maneja
mi barca?” Profunda pregunta que, cada quien, podría reflexionar para sí.
Personalmente pienso que,
fundamentalmente, cuando hablamos de “poder” deberíamos centrarnos en quien
decide (de verdad) la organización y marcha de nuestra sociedad. Los podemos
considerar poderes del Estado o no legitimados pero tan reales que influyen
directamente (llamados fácticos) sobre todo el aparato gubernamental.
Me explico: en la Edad Media
todo giraba en torno a la Iglesia (a la religión y a Dios): cultura, ciencia,
arte, filosofía, fiestas y celebraciones, etc. Incluso el diseño arquitectónico
de ciudades y pueblos manifestaba que la Iglesia era “el centro” de toda
actividad. Y la Iglesia imponía normas y leyes, con un estilo muy feudal,
jerarquizado, bajo la concepción de que todo poder descendía de Dios.
Hoy no es así. Podemos
observar los mapas de nuestras ciudades en la actualidad: ¿qué es lo que está
en el centro?, ¿en torno a qué se desenvuelve la vida de la ciudadanía en
general?
Con el recorrer de los
siglos, con la revolución industrial que da lugar a la división de clases, se van
implantando concepciones diferentes del poder. Y surge la autoridad política,
como representación del pueblo. Y se gobierna en monarquías, aristocracias,
democracias; si no en tiranías, dictaduras o autocracias.
Pero, y vamos a nuestro
histórico momento presente: ¿quién maneja los hilos del poder?
Certeramente (en auténtica connivencia
con la clase política) está el poder del
mercado: es la economía (son los bancos y banqueros) quienes rigen, dictan,
ordenan y mandan qué es lo que a cada gobierno (más o menos “democrático”) le
toca hacer.
Quien dirige nuestras “barcas”
no es ni más ni menos que la plutocracia (con su cochino pero reluciente
dinero). Y, en lo que se transforman nuestras democracias, pasando por
“partidocracias” es, finalmente, en unas oligarquías más o menos disimuladas u
ocultas.
Pero ¿es a esto a lo que
aspiramos?, ¿para ello votamos, cada 4 años?, ¿es esto lo que entendemos por
“gobierno del pueblo”?
Pues yo creo que no. Y que,
con esto de la “crisis” muchas personas están despertando y comprendiendo que
las cosas no tiene que seguir siendo como son.
Es muy posible que ésta, como
todas las crisis, nos traigan futuros mejores: rompiendo con lo viejo que no
funcionaba, hemos de seguir despertando y atreviéndonos a levantarnos y actuar.
La política, tiene que ser la
búsqueda del bien común de la ciudadanía. La palabra griega “politikós” no
significa otra cosa más que “ética de la ciudad”. De lo cual yo deduzco que no
es cosa de unos pocos, sino de todos quienes formamos el conjunto de la
ciudadanía.
Y no hay que estar afiliado a ningún partido para ejercer la “función” de buscar el bien común. Y aquí es fundamental lo que es el voluntariado. Ese entramado que, al que, en muchas ocasiones se le conoce como “tercer sector” o sector no lucrativo, pues las personas que están implicadas en el no buscan lo lucrativo, sino el servicio gratuito en bien de causas más nobles.
La
historia del voluntariado ha estado enraizada en la doctrina de la caridad
profesada en diferentes religiones (en España la Iglesia católica) desde el
precepto del “amor al prójimo”, caracterizada por un marcado talante
benéfico y asistencialista; sin embargo, las características de los voluntarios
y su campo de actividad son y han sido diferentes en cada período histórico y
según qué países.
Decía José Ortega y Gasset
que “el hombre es él y sus circunstancias” y en nuestro territorio patrio, en
los años de dictadura, no había muchas posibilidades de participación
ciudadana. Pero la democracia llegó y, poco a poco, fuimos haciéndonos
conscientes de que “democracia es participación”.
Con todas estas
“circunstancias” hay que significar que el desarrollo del voluntariado
en España ha sido diferente, con respecto a los países más cercanos a nuestro
entorno: mientras que en otros países europeos, después de la Segunda Guerra
Mundial, se desarrolla el Estado de Bienestar, en España, durante el período dictatorial, la participación
de las asociaciones y del voluntariado, se ve más restringida.
Hasta los años setenta el
voluntariado, había sido de orden “reparador” pasando a desempeñar la función
de “amortiguador social”. Durante esta década, adopta diferentes formas:
beneficencia, caridad, filantropía, asistencia, siendo al mismo tiempo generoso
y abnegado, sin apenas preparación e impulsado desde diversas motivaciones
religiosas y laicas. En muchas ocasiones,
incide más en las consecuencias de los problemas que sobre las causas.
Pero, es en estos años que
aparece una eclosión en el mundo asociativo; con asociaciones de afectados y plataformas con cierto carácter
reivindicativo, y se comienza a percibir la actividad participativa de
la ciudadanía en la resolución de los intereses que le son propios. Siempre
teniendo como característica fundamental el de saber adaptarse
oportunamente a las exigencias de la sociedad.
Un hecho significativo para
el asociacionismo se sitúa en la promulgación de la Ley de asociaciones de
1964. El Estado asume funciones de asistencia social y crea servicios de
este tipo en la Administración Central y Periférica. Las organizaciones de
carácter social vinculadas al régimen político se van debilitando, pasando
muchas de ellas a la Administración del Estado. Las organizaciones vinculadas a
la Iglesia se adaptan a estos cambios. Además, surgen nuevas organizaciones de
carácter privado y sin ánimo de lucro, en defensa de intereses sociales,
específicos y de grupo.
Por fin la Constitución
Española de 1978 marca un antes y un después en todos los ámbitos y también
en el plano social. Queda configurado un nuevo marco político desarrollado a
través del sistema democrático de economía de mercado que van configurando el
denominado Estado de Bienestar.
Durante los años ochenta la
participación ciudadana se expande, al tiempo que se acrisola la acción
social de organizaciones y asociaciones de todo tipo.
Aparecen nuevos movimientos
sociales, reivindicativos, hacia la conquista de logros de carácter legal y de
una mayor calidad de vida.
Constituye un hecho
significativo la promulgación de las Leyes Autonómicas de Servicios Sociales
(desde 1982 a 1992) que contemplan en su articulado el reconocimiento del
Voluntariado, como una acción complementaria y fundamental en la intervención
de los servicios sociales.
Estas leyes incluyen
aspectos, en referencia al voluntariado, como: una definición de voluntariado,
los principios básicos del voluntariado (solidaridad, gratuidad,
asociacionismo, participación, etc.),
señalan los campos de actuación, las características de las entidades
que pueden disponer de voluntarios, delimitan las competencias de la
Administración con relación al voluntariado, se incluyen medidas de fomento y
apoyo a la labor de voluntariado.
Así, ya en los últimos años
del siglo XX, puede decirse que una buena parte de la ciudadanía española fue
tomándose en serio su capacidad de organizarse en cientos de “Organizaciones No Gubernamentales” tomando
como bandera la Solidaridad y el compromiso asociativo en pro del bien común.
Era un sentimiento vivo y una actitud de compromiso indispensable para mejorar
la realidad, dentro y fuera de nuestras fronteras. Algo tan reconocido que
hasta se consideraba una ofensa llamarle a alguien “insolidario”.
Paralelamente, la gente fue
aprendiendo a actuar (organizadamente) para lograr mejoras sociales.
Es
destacable la aparición de un gran número de voluntarios afiliados a un
sinnúmero de organizaciones no gubernamentales, que velan por la protección de
los derechos humanos, el desarrollo de las naciones y el cuidado del
medioambiente. La consideración del nuevo voluntariado rompe el paradigma de la
beneficencia. Las organizaciones voluntarias contemporáneas establecen
criterios de admisión en sus programas, definen colectivos, etc.
Simultáneamente se promulga
una Ley Estatal de Voluntariado Social (Ley 6/96 de 15 de enero de
Voluntariado).
Sin embargo, hoy, en los
últimos años, quizás acompañando a otras “crisis”, sobre todo en algunos
ámbitos, bastantes organizaciones no gubernamentales están dejando de desarrollar sus funciones, han
quedado reducidas una función socializadora.
Muchas ONGes se encuentran con
un gran déficit de personas dispuestas a comprometerse con tareas propias de
voluntariado, sobre todo de gente joven.
Pero
¿qué nos ha pasado, que nos sigue sucediendo?, ¿quién “maneja los hilos” para
destruir o impedir que se desarrolle el poder del pueblo?
Tal vez sea “lo económico”
una vez más quien marque los ritmos y, para mucha gente joven, la preocupación
de conseguir un trabajo digno o la necesidad de tener que dedicar más horas
para lograr unos ingresos suficientes para cubrir gastos fijos y sobrevivir
estén influyendo en que no encuentren cómo hacerlo.
Seguramente
los “profesionales” de la política (unidos a los “dueños del dinero”) tienen
“poder” para orientar las tareas de acción complementarias para los diversos
campos de actuación en servicios propios de la acción voluntaria. De
manera que, cuando interesó empezaron a
llover las mil subvenciones…, con la doble función de “poder” marcar algunas
“pautas de comportamiento” (siempre parece que es lógico que quien paga mande)
y también de “crear dependencias”; de tal modo que, cuando se han ido siendo
recortadas algunas subvenciones, ciertas ONGs han ido retirándose de sus
tareas.
Bien.
Admitamos que estamos “en malos tiempos”. Pero y, ahora, ¿qué?, porque
hay menos dinero… ¿nos rendimos?, ¿renunciamos a colaborar en que todo vaya a
mejor?
Estamos en medio de una
crisis. Pero tenemos, queriéndolo, muchas posibilidades. Somos el séptimo poder.
Es un poder real. Y, si queremos, podemos mucho.
Mucho: ¿Qué nos corresponde hacer?, ¿cómo se organiza la ciudadanía sin ayudas estatales?, ¿cómo pueden participar… en hacer posible que el bien común sea una realidad en nuestras ciudades y pueblos?
Pero hay que organizarse. No
es suficiente el voluntarismo, la acción es siempre más válida y eficaz si es
de manera organizada. Lo cual, a quienes les gusta “manejar” los hilos del
guiñol o los remos de la barca no les va a parecer bien; pues la participación
ciudadana es básica en democracia, como lo contrario del autoritarismo.
¿Y cómo se logra alcanzar ese
“empoderamiento” perdido o aún no alcanzado? Lope de Vega (hacen ya 400 años),
dio unas dramáticas “pistas” de cómo hacerlo en su “Fuente Ovejuna”: el pueblo
unido, la Sociedad Civil, tiene ¡todo el poder!
La fórmula sigue siendo igual
de válida; ahora más que nunca. Aunque no haya dineros fáciles, hay que
organizarse: la Sociedad Civil (que es la mayoría absoluta de la población)
tiene mucho que decir y aún más que hacer.
Democracia no es delegar funciones: es participación.
Y participar, de manera
organizada se llama VOLUNTARIADO. Y es un derecho y un deber de toda la
ciudadanía que espera y quiere que TODO vaya a mejor.
Sí. Si el planeta Tierra, si
el mundo que habitamos anda mal, es porque estamos dejándolo andar mal. La
cuestión social es como en un espacio familiar: si no nos hablamos, si no nos
entendemos, si no encontramos ocasiones para compartir la vida... es que estamos
dejando de hacer una cosa muy importante: aportar todos nuestro “granito de
arena”, dar lo mejor que tenemos... para hacer que todo marche bien.
Así, todos quienes formamos
la sociedad, estamos llamados a comprometernos en la tarea de hacerla MEJOR; haciendo
siempre y constantemente todo lo que podamos porque toda la gente, porque los
demás sean felices. Y eso se llama: trabajar por la paz, buscar soluciones al
hambre hasta que no haya ni un ser
humano sin alimentos, que todo el mundo tenga una vivienda digna, establecer
normas legales para que todos actuemos justamente y nadie explote a nadie,
dentro y fuera de nuestra comunidad patria; haciendo posible unas relaciones
internacionales armónicas, etc., etc.
Si nos paramos a ver, a
analizar un poco la realidad mundial, con datos y cifras... es fácil que
sintamos una clara llamada a nuestra responsabilidad: a todas y a todos
nos corresponde hacer realidad, cada día, en cada ambiente, esa UTOPÍA. Darnos
cuenta de lo que está pasando, seguro que nos anima a colaborar, con nuestros
esfuerzos personales (y económicos), con toda la tan solidaria tarea de
promoción y desarrollo integral que llevan a cabo tantas personas concienciadas
y comprometidas a todo lo largo y ancho de la geografía universal.
SER SOLIDARIOS no es pensar
que habría que hacer algo ante la desgracia ajena... Es comprometerse, dentro
de nuestras posibilidades.
La solidaridad real
consiste en saber acercarnos, con gran sensibilidad, a la desgracia ajena para
remediarla.
En el mundo de
hoy, en la sociedad actual, LA SOLIDARIDAD es más necesaria que nunca. Es
imprescindible.
Bien: en una sociedad como
la nuestra, en la que casi todo está marcado por la competitividad y la
búsqueda del triunfo personal... ¿qué sentido tiene un voluntariado social?
Bueno, pues precisamente
por ser como es esta sociedad nuestra, es por lo que, sobre todo, necesitamos
un voluntariado que sea capaz de conectar con las energías de transformación contenidas
en la sociedad civil.
No sirve un voluntariado
caracterizado por eso que algunos han denominado un “altruismo indoloro”,
propio de las sociedades pos moralistas, capaces de animar estrategias de
solidaridad desde la afirmación individual y basado en la propia satisfacción
personal.
Necesitamos una acción
voluntaria inscrita en el marco más amplio de un compromiso transformador,
caracterizado por saberse responsable ante los sujetos frágiles y portador de
derechos y deberes, no sólo para sí mismo, sino para aquellos que no los tienen
reconocidos.
Así pues, la pregunta ¿para
qué un voluntariado en una sociedad como la nuestra? tiene unas respuestas muy
concretas:
1.- Para
reforzar el fundamento cultural de la democracia.
En situaciones de
normalidad democrática tendemos a dar por supuestas las bases de que la
sociedad civil es importante y está abierta a la participación de todas las
personas; considerando que todas son capaces de mejorar las estructuras
económicas, sociales y políticas.
Que las estructuras se
mantengan o se modifiquen depende del análisis que las ciudadanas y los
ciudadanos hagan de la situación, de cómo la valoren, qué alternativas vean,
qué consecuencias prevean a las diferentes
acciones, qué decisiones tomen, qué recursos movilicen para apoyar sus
decisiones, etc.
Las organizaciones
(asociaciones de sujetos individuales) son las que van a ir desarrollando el
compromiso que las personas mantengan con ellas.
La socialdemocracia se ha
visto sorprendida por la específica lógica sistémica del poder estatal, para imponer,
en términos de Estado, la universalización de los derechos y obligaciones
ciudadanos.
El espejismo de las
sociedades del bienestar, han acabado por generar en las sociedades
desarrolladas, una retirada de la participación de la ciudadanía en muchos
ámbitos de la vida social, cuyo funcionamiento no sólo no ha ido fortaleciendo
los compromisos personales hacia los demás, sino que los ha ido reduciendo más
y más.
La solidaridad o se ha
profesionalizado... o, ya no hay motivos para las organizaciones de
voluntariado social...
No se trata de cuestionar
las instituciones oficiales del bienestar, pues son la garantía de unos
derechos; por supuesto son algo fundamental que hay que esperar que se
fortalezcan por el Estado.
Y es verdad que las
organizaciones sociales de solidaridad no deben convertirse en los pilares del
bienestar social, ya que podrían reproducir, con la mejor voluntad, estructuras
benéficas dependientes de la caridad o buena voluntad de algunas personas,
librando al Estado de sus obligaciones respecto a la dimensión social de sus
actuaciones. Pero es que hay (y siempre habrá) muchos ámbitos de actuación en
los que el Estado no puede intervenir... y acaso hasta es bueno que no lo haga.
2.- Para
combatir la ruptura de la ciudad.
La ciudad es el espacio
privilegiado para la civilidad, la sociabilidad, la comunicación, el encuentro,
la participación, etc.
La ciudad postmoderna es
una enorme superficie pulimentada en la que se puede patinar hasta el
infinito... pero ha quedado reducida a un espacio sin referencias, un espacio
que ya no es necesario para la vida. Un espacio para ser atravesado a la mayor
velocidad posible con el fin de llegar cuanto antes a los nuevos lugares
privados en los que desarrollar virtualmente la dimensión relacional: casi se
ha convertido en una extraña “Babel” en la que todo el mundo consigue conectar
con la red informática pero ya no logra hablar ni con sus compañeros, ni con el
vecino de enfrente...
Pero la pérdida de la
ciudad real en beneficio de la ciudad virtual arrastra consigo la pérdida de la
política real.
No hay política sin ciudad.
No hay realidad de la historia sin la historia de la ciudad. La ciudad es la
mayor forma política de la historia.
La ciudad es el lugar de la
proximidad entre los hombres y las mujeres, es el espacio geográfico de la
organización del contacto.
La ciudadanía es la
organización de los espacios y las relaciones entre las personas, y entre los
grupos y asociaciones de personas.
Con la pérdida de la ciudad
real viene la pérdida de la vida social. Y con ello, la pérdida de la
comunicación real. Disminuye el interés por los lugares y por la gente.
La respuesta, ha de ser
reencontrar la ciudad como espacio privilegiado para la relación social,
reorganizar el lugar de la vida en común.
3.- Para
descubrirnos responsables.
Nos hace falta reconocer
que la relación con la otra, con el otro, no depende de una elección personal;
tenemos una gran deuda con las otras personas... Una deuda que hemos contraído
aun antes de reconocer su existencia.
Porque existe una trama de
vinculaciones entre los seres humanos derivada de nuestra naturaleza fraterna
que nos compromete con unas obligaciones cuya ignorancia no exime de su
cumplimiento. Una responsabilidad que es nuestra, de la que no podemos renunciar.
Somos responsables también
de lo que no hemos hecho.
A partir de las concepciones de justicia hoy dominantes (la conservadora, según la cual hacer justicia es garantizar lo propio; la progresista, que defiende el derecho de todos a tener unos mínimos para vivir), ni siquiera es posible defender que el 0,7 % sea un asunto de justicia, pues en ninguna de ellas nos consideramos responsables de la miseria del Sur.
Sólo si somos capaces de
reconocernos deudores de los otros seres humanos, sólo si aceptamos que existe
otras personas que llevan una contabilidad que no coincide con la nuestra...,
podemos abrirnos incondicionalmente a la exigencia de prestarle nuestra ayuda.
4.- Para
redescubrir al prójimo en el próximo.
El hecho de que las
distancias ya no es lo que era...: estar cerca o lejos ya es otra cosa (se
puede estar presente virtualmente, a través de la televisión o de Internet).
Pero el prójimo próximo
sigue existiendo.
La práctica de la
solidaridad no es una actividad extraordinaria, al margen de la vida cotidiana,
sino algo que puede suceder en el transcurso de esta vida cotidiana, mientras
paseamos por la ciudad, mientras nos dirigimos al trabajo, mientras disfrutamos
del ocio.
El desarrollo de nuestra
capacidad de mirar hacia los márgenes del camino, allá donde quedan tendidas
las victimas de nuestro modo de vida, sin dejarnos deslumbrar por las luces de
neón de las grandes avenidas, de los escaparates llenos de productos de
consumo, reflejo de todos los éxitos de nuestra sociedad.
La exigencia de detenernos,
de romper con la normalidad de nuestra vida, de dejarnos afectar por las
victimas hasta el punto de dejar en suspenso lo que nos preponíamos hacer.
Y una exigencia que no es
opinable, sino absoluta: nada puede justificar el pasar de largo.
En definitiva, el
voluntariado es toda aquella práctica de solidaridad integrada
incondicionalmente en nuestra vida.
Es una solidaridad
inmediata, que nos permite rasgar el velo de invisibilidad que acompaña a las
grandes cifras para mirar cara a cara a la demanda de nuestra ayuda.
Sin contradicciones, sin
caer en esa disculpa hipócrita del “¿para qué el 0,7 % para el Tercer Mundo con
toda la pobreza que tenemos aquí? (pues quien no es solidario con los de
“allá”, seguro que tampoco lo es con los de “aquí”).
La aportación más
específica del voluntariado social tiene que ver con ese descubrimiento de la
urgencia de nuestra intervención voluntaria, una intervención cuya
responsabilidad no podemos transferir, pues si no nos detenemos y prestamos
ayuda, dejamos atrás a la victima concreta que nos la demanda y, junto con
ella, dejamos atrás nuestra propia humanidad.
5.- Para hacer
las paces con nuestra condición humana, que es local y global a un mismo
tiempo.
Cuando se discute sobre
patriotismo y cosmopolitismo hay una poderosa tendencia a confundir el
principio y el final, el punto de partida y el punto de llegada. Seguramente no
hay otra manera de ser cosmopolitas que empezar por ser patriotas, aunque se
sea patriotas de región, de ciudad o de barrio.
Nadie puede plantearse
vivir en sociedad si antes no ha encontrado “su identidad”. En un mundo
globalizado parece que la vida tiene que ser como un estar siempre “fuera de
casa”... Viviendo como extranjeros de vacaciones por el mundo...
Extranjeros de vacaciones
en el mundo... Eso no es vida auténtica, rehusando el vincularse con quienes
están más cerca. La solidaridad con aquellos otros que, por cercanos, conforman
un nosotros del que no podemos evadirnos.
La sensación de cercanía
con los lejanos puede acabar no siendo otra cosa que irresponsabilidad.
Es bonito, hasta está bien
declararse “ciudadanos del Mundo”. Pero para ser ciudadanos del mundo, no
debemos renunciar a nuestras identificaciones locales.
Sin dejar de ser lo que
somos, estaría bien ir siendo capaces de romper con las perspectivas nacionales
para hacer sitio a una nueva perspectiva en defensa de los derechos humanos
para todos los seres humanos. Ir optando por nuevas formas de reconocimiento
que no dependa de la nacionalidad sino de la humana solidaridad.
Es este un viejo sueño: el
sueño del reconocimiento incondicionado, de la común e igual dignidad de todas
las personas, de la fraternidad universal, de la solidaridad innegociable.
El sueño de UN MUNDO MEJOR
en el que ningún ser humano pueda ser privado de sus derechos como persona y
que este reconocimiento incondicional de sus derechos fundamentales no pueda
hacerse depender de su consideración como nacional o como extranjero.
Los habitantes del siglo
XXI somos herederos de un lenguaje universal: hablamos de dignidad y de
igualdad de derechos humanos. Pero estos derechos ¿son para todos los seres
humanos?
No podemos quedarnos manos
cruzadas. Mejor organicémonos.
Hay mucha gente que quiere
que las cosas cambien, dispuesta a comprometerse libre y voluntariamente,
gratuita y gozosamente por causas
justas.
El voluntariado es como la
materialización del grito rebelde de esa parte de la sociedad que no está
contenta con lo que hay. Es el
aterrizaje de los sueños proyectados sobre el mapa real de las cosas... Es la
búsqueda cabal de lo mejor de la existencia... en este planeta azul que
llamamos Tierra.
Si queremos
un Mundo Mejor, hemos de creernos que es posible. Pues en nuestras manos está:
Se trata de unir voluntades
de personas de buena voluntad que no sólo piensan o sueñan en que las cosas
cambien, sino que lo hacen realidad, con compromisos concretos y reales.
El ser humano es un ente
político – social. Todas y todos tenemos VOCACIÓN de crear, de transformar, de HACER HISTORIA.
Hacer Historia es,
fundamentalmente:
-
transformar la realidad social.
-
Hacer realidad lo que es posible,
-
En búsqueda del bienestar (estado del bienestar...)
Y la responsabilidad, la
marcha de la nuestra historia... está fundamentalmente en manos de tres
“gestores” (podríamos decir “potenciales poderes”): El Estado (la clase
política), el mercado (las empresas, iniciativas del capital privado) y la
ciudadanía (la voluntad cívica). Lo que se define como VOLUNTARIADO.
Los políticos están
organizados. El mercado está organizado (¡vaya si está organizado!!!), Y la
ciudadanía... ¡ha de estar organizada! Es necesario que esté organizada... Si
no, el mundo será lo que quieran, decidan y ordenen los poderes políticos y
económicos...
Hay múltiples cuestiones
que han de ser cambiadas, que necesitan ser transformadas... a nivel de
nuestras ciudades, a nivel de nuestro país, a nivel mundial...
Realidades que ¿quién puede
transformar? ¿Quién debe transformar? ¿Todo es función del Estado, de los
Estados?
Nuestra profunda vocación
de “hacer la historia” necesita de nuestras voluntades; pero estas voluntades
han de ser organizadas, reunidas, aunadas... para poder hacer un trabajo eficaz
en ese reto cotidiano y permanente de mejorar lo mejorable. Se trata de “vivir
lo político” desde el día a día, sin afiliación pero sí con entrega; hasta hacer realidad todo eso que es posible.
una razonada exposición y una convincente llamada a la solidaridad, mediante el voluntariado.Todos podemos unir esfuerzos, t constituir ese indestructible poder capaz de crear un mundo más justo Y eso es lo grave, que pudiendo no hacemos nada.El sistema nos tiene enajenados,se ha apoderado de la voluntad de la gente y ha corrompido su moral, su ética.
ResponderEliminar¡ojalá tus palabras muevan voluntades!
Un abrazo.
Ojalá. Muchas gracias Fanny.
EliminarEstamos de acuerdo.
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