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jueves, 5 de diciembre de 2013

5 DE DICIEMBRE: LLAMADA AL VOLUNTARIADO


 
EL SÉPTIMO PODER,
UN PODER REAL

 


 
Dependiendo de a qué ámbito nos referimos, podemos encontrarnos con distintas definiciones sobre lo que es el poder.

 

Pues incluso cuando decimos la palabra “poder”, podemos (valga la redundancia) dudar a qué nos estamos refiriendo; pues no es lo mismo tener la capacidad para hacer algo, o sea, poder hacerlo, atrevernos con ello (ya que, entonces, la clave está en desearlo con tesón, pues “querer es poder”) que el gozar de una cierta “autoridad” para “poder decidir” en nombre de un colectivo.

 



Pero también, si estamos hablando del mundo de la política (donde los tres poderes clásicos de Montesquieu están en los ejecutivo, legislativo y judicial), habría que cuestionarse, cada vez más, si no influyen también (y mucho) las intervenciones de la economía o de los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) y, por fin, las “redes sociales” surgidas en torno a Internet que, con ello, ha superado a todos los medios de comunicación tradicionales.

 

Además, en algunos espacios geográficos, seguramente habría que incluir el poder de ciertas mafias, del narcotráfico y el lavado de dinero sucio…

 

Y podemos ampliar el mapa, incluyendo otros contextos; pero no es de lo que ahora quiero tratar.

 


Obviando tantas clasificaciones, voy a plantear resumirlas (recopilarlas) todas en una única, que me va a servir para exponer mi tesis; ésta que yo expongo ahora: ¿quién tiene “poder” para decidir en nuestra sociedad, sobre cada uno de nosotros?

 

Y me refiero a lo que (con tampoco éxito que quedó en último lugar del concurso) cantara, hace unos años, en Eurovisión (exactamente en 1983), la Sevillana Remedios Amaya “¿Quién maneja mi barca?” Profunda pregunta que, cada quien, podría  reflexionar para sí.

 

Personalmente pienso que, fundamentalmente, cuando hablamos de “poder” deberíamos centrarnos en quien decide (de verdad) la organización y marcha de nuestra sociedad. Los podemos considerar poderes del Estado o no legitimados pero tan reales que influyen directamente (llamados fácticos) sobre todo el aparato gubernamental.

 



Me explico: en la Edad Media todo giraba en torno a la Iglesia (a la religión y a Dios): cultura, ciencia, arte, filosofía, fiestas y celebraciones, etc. Incluso el diseño arquitectónico de ciudades y pueblos manifestaba que la Iglesia era “el centro” de toda actividad. Y la Iglesia imponía normas y leyes, con un estilo muy feudal, jerarquizado, bajo la concepción de que todo poder descendía de Dios.

 

Hoy no es así. Podemos observar los mapas de nuestras ciudades en la actualidad: ¿qué es lo que está en el centro?, ¿en torno a qué se desenvuelve la vida de la ciudadanía en general? 

 


Con el recorrer de los siglos, con la revolución industrial que da lugar a la división de clases, se van implantando concepciones diferentes del poder. Y surge la autoridad política, como representación del pueblo. Y se gobierna en monarquías, aristocracias, democracias; si no en tiranías, dictaduras o autocracias.

 

Pero, y vamos a nuestro histórico momento presente: ¿quién maneja los hilos del poder?

 

Certeramente (en auténtica connivencia con  la clase política) está el poder del mercado: es la economía (son los bancos y banqueros) quienes rigen, dictan, ordenan y mandan qué es lo que a cada gobierno (más o menos “democrático”) le toca hacer.


 
Quien dirige nuestras “barcas” no es ni más ni menos que la plutocracia (con su cochino pero reluciente dinero). Y, en lo que se transforman nuestras democracias, pasando por “partidocracias” es, finalmente, en unas oligarquías más o menos disimuladas u ocultas.

 

Pero ¿es a esto a lo que aspiramos?, ¿para ello votamos, cada 4 años?, ¿es esto lo que entendemos por “gobierno del pueblo”?

 

Pues yo creo que no. Y que, con esto de la “crisis” muchas personas están despertando y comprendiendo que las cosas no tiene que seguir siendo como son.

 

Es muy posible que ésta, como todas las crisis, nos traigan futuros mejores: rompiendo con lo viejo que no funcionaba, hemos de seguir despertando y atreviéndonos a levantarnos y actuar.

 


La política, tiene que ser la búsqueda del bien común de la ciudadanía. La palabra griega “politikós” no significa otra cosa más que “ética de la ciudad”. De lo cual yo deduzco que no es cosa de unos pocos, sino de todos quienes formamos el conjunto de la ciudadanía.   

 
Política no sólo es “el arte de gobernar”. Es más: es la actitud de todo ciudadano que le lleva a trabajar por hacer realidad lo posible.

Y no hay que estar afiliado a ningún partido para ejercer la “función” de buscar el bien común.  Y aquí es fundamental lo que es el voluntariado. Ese entramado que, al que, en muchas ocasiones se le conoce como “tercer sector” o sector no lucrativo, pues las personas que están implicadas en el no buscan lo lucrativo, sino el servicio gratuito en bien de causas más nobles. 

 


La historia del voluntariado ha estado enraizada en la doctrina de la caridad profesada en diferentes religiones (en España la Iglesia católica) desde el precepto del “amor al prójimo”, caracterizada por un marcado talante benéfico y asistencialista; sin embargo, las características de los voluntarios y su campo de actividad son y han sido diferentes en cada período histórico y según qué países.

 

Decía José Ortega y Gasset que “el hombre es él y sus circunstancias” y en nuestro territorio patrio, en los años de dictadura, no había muchas posibilidades de participación ciudadana. Pero la democracia llegó y, poco a poco, fuimos haciéndonos conscientes de que “democracia es participación”.


 

Con todas estas “circunstancias” hay que significar que el desarrollo del voluntariado en España ha sido diferente, con respecto a los países más cercanos a nuestro entorno: mientras que en otros países europeos, después de la Segunda Guerra Mundial, se desarrolla el Estado de Bienestar, en España, durante el período dictatorial, la participación de las asociaciones y del voluntariado, se ve más restringida.

 

Hasta los años setenta el voluntariado, había sido de orden “reparador” pasando a desempeñar la función de “amortiguador social”. Durante esta década, adopta diferentes formas: beneficencia, caridad, filantropía, asistencia, siendo al mismo tiempo generoso y abnegado, sin apenas preparación e impulsado desde diversas motivaciones religiosas y laicas. En muchas ocasiones,  incide más en las consecuencias de los problemas que sobre las causas.

 


 
Pero, es en estos años que aparece una eclosión en el mundo asociativo; con asociaciones de afectados y plataformas con cierto carácter reivindicativo, y se comienza a percibir la actividad participativa de la ciudadanía en la resolución de los intereses que le son propios. Siempre teniendo como característica fundamental el de saber adaptarse oportunamente a las exigencias de la sociedad.

 

Un hecho significativo para el asociacionismo se sitúa en la promulgación de la Ley de asociaciones de 1964. El Estado asume funciones de asistencia social y crea servicios de este tipo en la Administración Central y Periférica. Las organizaciones de carácter social vinculadas al régimen político se van debilitando, pasando muchas de ellas a la Administración del Estado. Las organizaciones vinculadas a la Iglesia se adaptan a estos cambios. Además, surgen nuevas organizaciones de carácter privado y sin ánimo de lucro, en defensa de intereses sociales, específicos y de grupo.

 

Por fin la Constitución Española de 1978 marca un antes y un después en todos los ámbitos y también en el plano social. Queda configurado un nuevo marco político desarrollado a través del sistema democrático de economía de mercado que van configurando el denominado Estado de Bienestar.

 


 
Durante los años ochenta la participación ciudadana se expande, al tiempo que se acrisola la acción social de organizaciones y asociaciones de todo tipo.

 

Aparecen nuevos movimientos sociales, reivindicativos, hacia la conquista de logros de carácter legal y de una mayor calidad de vida.

 

Constituye un hecho significativo la promulgación de las Leyes Autonómicas de Servicios Sociales (desde 1982 a 1992) que contemplan en su articulado el reconocimiento del Voluntariado, como una acción complementaria y fundamental en la intervención de los servicios sociales.

 


 
Estas leyes incluyen aspectos, en referencia al voluntariado, como: una definición de voluntariado, los principios básicos del voluntariado (solidaridad, gratuidad, asociacionismo, participación, etc.),  señalan los campos de actuación, las características de las entidades que pueden disponer de voluntarios, delimitan las competencias de la Administración con relación al voluntariado, se incluyen medidas de fomento y apoyo a la labor de voluntariado.

 

Así, ya en los últimos años del siglo XX, puede decirse que una buena parte de la ciudadanía española fue tomándose en serio su capacidad de organizarse en cientos de  “Organizaciones No Gubernamentales” tomando como bandera la Solidaridad y el compromiso asociativo en pro del bien común. Era un sentimiento vivo y una actitud de compromiso indispensable para mejorar la realidad, dentro y fuera de nuestras fronteras. Algo tan reconocido que hasta se consideraba una ofensa llamarle a alguien “insolidario”.

 



Paralelamente, la gente fue aprendiendo a actuar (organizadamente) para lograr mejoras sociales.

 

Es destacable la aparición de un gran número de voluntarios afiliados a un sinnúmero de organizaciones no gubernamentales, que velan por la protección de los derechos humanos, el desarrollo de las naciones y el cuidado del medioambiente. La consideración del nuevo voluntariado rompe el paradigma de la beneficencia. Las organizaciones voluntarias contemporáneas establecen criterios de admisión en sus programas, definen colectivos, etc.

 

Simultáneamente se promulga una Ley Estatal de Voluntariado Social (Ley 6/96 de 15 de enero de Voluntariado).

 

Sin embargo, hoy, en los últimos años, quizás acompañando a otras “crisis”, sobre todo en algunos ámbitos, bastantes organizaciones no gubernamentales están dejando de desarrollar sus funciones, han quedado reducidas una función socializadora.

 

Muchas ONGes se encuentran con un gran déficit de personas dispuestas a comprometerse con tareas propias de voluntariado, sobre todo de gente joven.

 

Pero ¿qué nos ha pasado, que nos sigue sucediendo?, ¿quién “maneja los hilos” para destruir o impedir que se desarrolle el poder del pueblo?

 

Tal vez sea “lo económico” una vez más quien marque los ritmos y, para mucha gente joven, la preocupación de conseguir un trabajo digno o la necesidad de tener que dedicar más horas para lograr unos ingresos suficientes para cubrir gastos fijos y sobrevivir estén influyendo en que no encuentren cómo hacerlo. 
 

 

Seguramente los “profesionales” de la política (unidos a los “dueños del dinero”) tienen “poder” para orientar las tareas de acción complementarias para los diversos campos de actuación en servicios propios de la acción voluntaria. De manera que, cuando interesó empezaron a llover las mil subvenciones…, con la doble función de “poder” marcar algunas “pautas de comportamiento” (siempre parece que es lógico que quien paga mande) y también de “crear dependencias”; de tal modo que, cuando se han ido siendo recortadas algunas subvenciones, ciertas ONGs han ido retirándose de sus tareas.

 

Bien. Admitamos que estamos “en malos tiempos”. Pero y, ahora, ¿qué?, porque hay menos dinero… ¿nos rendimos?, ¿renunciamos a colaborar en que todo vaya a mejor?

 

Estamos en medio de una crisis. Pero tenemos, queriéndolo, muchas posibilidades. Somos el séptimo poder. Es un poder real. Y, si queremos, podemos mucho.

 


Mucho: ¿Qué nos corresponde hacer?, ¿cómo se organiza la ciudadanía sin ayudas estatales?, ¿cómo pueden participar… en hacer posible que el bien común sea una realidad en nuestras ciudades y pueblos?  

 

Pero hay que organizarse. No es suficiente el voluntarismo, la acción es siempre más válida y eficaz si es de manera organizada. Lo cual, a quienes les gusta “manejar” los hilos del guiñol o los remos de la barca no les va a parecer bien; pues la participación ciudadana es básica en democracia, como lo contrario del autoritarismo.

 

¿Y cómo se logra alcanzar ese “empoderamiento” perdido o aún no alcanzado? Lope de Vega (hacen ya 400 años), dio unas dramáticas “pistas” de cómo hacerlo en su “Fuente Ovejuna”: el pueblo unido, la Sociedad Civil, tiene ¡todo el poder!

 


La fórmula sigue siendo igual de válida; ahora más que nunca. Aunque no haya dineros fáciles, hay que organizarse: la Sociedad Civil (que es la mayoría absoluta de la población) tiene mucho que decir y aún más que hacer.  Democracia no es delegar funciones: es participación.

 

Y participar, de manera organizada se llama VOLUNTARIADO. Y es un derecho y un deber de toda la ciudadanía que espera y quiere que TODO vaya a mejor.  

  


 
Sí. Si el planeta Tierra, si el mundo que habitamos anda mal, es porque estamos dejándolo andar mal. La cuestión social es como en un espacio familiar: si no nos hablamos, si no nos entendemos, si no encontramos ocasiones para compartir la vida... es que estamos dejando de hacer una cosa muy importante: aportar todos nuestro “granito de arena”, dar lo mejor que tenemos... para hacer que todo marche bien.

 

Así, todos quienes formamos la sociedad, estamos llamados a comprometernos en la tarea de hacerla MEJOR; haciendo siempre y constantemente todo lo que podamos porque toda la gente, porque los demás sean felices. Y eso se llama: trabajar por la paz, buscar soluciones al hambre hasta  que no haya ni un ser humano sin alimentos, que todo el mundo tenga una vivienda digna, establecer normas legales para que todos actuemos justamente y nadie explote a nadie, dentro y fuera de nuestra comunidad patria; haciendo posible unas relaciones internacionales armónicas, etc., etc.

 

Si nos paramos a ver, a analizar un poco la realidad mundial, con datos y cifras... es fácil que sintamos una clara llamada a nuestra responsabilidad: a todas y a todos nos corresponde hacer realidad, cada día, en cada ambiente, esa UTOPÍA. Darnos cuenta de lo que está pasando, seguro que nos anima a colaborar, con nuestros esfuerzos personales (y económicos), con toda la tan solidaria tarea de promoción y desarrollo integral que llevan a cabo tantas personas concienciadas y comprometidas a todo lo largo y ancho de la geografía universal.

 

SER SOLIDARIOS no es pensar que habría que hacer algo ante la desgracia ajena... Es comprometerse, dentro de nuestras posibilidades.

 

La solidaridad real consiste en saber acercarnos, con gran sensibilidad, a la desgracia ajena para remediarla.

                                      

En el mundo de hoy, en la sociedad actual, LA SOLIDARIDAD es más necesaria que nunca. Es imprescindible.

 


Bien: en una sociedad como la nuestra, en la que casi todo está marcado por la competitividad y la búsqueda del triunfo personal... ¿qué sentido tiene un voluntariado social?

 

Bueno, pues precisamente por ser como es esta sociedad nuestra, es por lo que, sobre todo, necesitamos un voluntariado que sea capaz de conectar con las energías de transformación contenidas en la sociedad civil.

 

No sirve un voluntariado caracterizado por eso que algunos han denominado un “altruismo indoloro”, propio de las sociedades pos moralistas, capaces de animar estrategias de solidaridad desde la afirmación individual y basado en la propia satisfacción personal.

 


Necesitamos una acción voluntaria inscrita en el marco más amplio de un compromiso transformador, caracterizado por saberse responsable ante los sujetos frágiles y portador de derechos y deberes, no sólo para sí mismo, sino para aquellos que no los tienen reconocidos.

 

Así pues, la pregunta ¿para qué un voluntariado en una sociedad como la nuestra? tiene unas respuestas muy concretas:

 
 


1.- Para reforzar el fundamento cultural de la democracia.

 

En situaciones de normalidad democrática tendemos a dar por supuestas las bases de que la sociedad civil es importante y está abierta a la participación de todas las personas; considerando que todas son capaces de mejorar las estructuras económicas, sociales y políticas.

 

Que las estructuras se mantengan o se modifiquen depende del análisis que las ciudadanas y los ciudadanos hagan de la situación, de cómo la valoren, qué alternativas vean, qué consecuencias prevean a las diferentes  acciones, qué decisiones tomen, qué recursos movilicen para apoyar sus decisiones, etc.

 

Las organizaciones (asociaciones de sujetos individuales) son las que van a ir desarrollando el compromiso que las personas mantengan con ellas.

 

La socialdemocracia se ha visto sorprendida por la específica lógica sistémica del poder estatal, para imponer, en términos de Estado, la universalización de los derechos y obligaciones ciudadanos.

 

El espejismo de las sociedades del bienestar, han acabado por generar en las sociedades desarrolladas, una retirada de la participación de la ciudadanía en muchos ámbitos de la vida social, cuyo funcionamiento no sólo no ha ido fortaleciendo los compromisos personales hacia los demás, sino que los ha ido reduciendo más y más.

 

La solidaridad o se ha profesionalizado... o, ya no hay motivos para las organizaciones de voluntariado social...

 


No se trata de cuestionar las instituciones oficiales del bienestar, pues son la garantía de unos derechos; por supuesto son algo fundamental que hay que esperar que se fortalezcan por el Estado.

 

Y es verdad que las organizaciones sociales de solidaridad no deben convertirse en los pilares del bienestar social, ya que podrían reproducir, con la mejor voluntad, estructuras benéficas dependientes de la caridad o buena voluntad de algunas personas, librando al Estado de sus obligaciones respecto a la dimensión social de sus actuaciones. Pero es que hay (y siempre habrá) muchos ámbitos de actuación en los que el Estado no puede intervenir... y acaso hasta es bueno que no lo haga.

 


2.- Para combatir la ruptura de la ciudad.

 

La ciudad es el espacio privilegiado para la civilidad, la sociabilidad, la comunicación, el encuentro, la participación, etc. 

 

La ciudad postmoderna es una enorme superficie pulimentada en la que se puede patinar hasta el infinito... pero ha quedado reducida a un espacio sin referencias, un espacio que ya no es necesario para la vida. Un espacio para ser atravesado a la mayor velocidad posible con el fin de llegar cuanto antes a los nuevos lugares privados en los que desarrollar virtualmente la dimensión relacional: casi se ha convertido en una extraña “Babel” en la que todo el mundo consigue conectar con la red informática pero ya no logra hablar ni con sus compañeros, ni con el vecino de enfrente...

 

Pero la pérdida de la ciudad real en beneficio de la ciudad virtual arrastra consigo la pérdida de la política real.

 

No hay política sin ciudad. No hay realidad de la historia sin la historia de la ciudad. La ciudad es la mayor forma política de la historia.

 

La ciudad es el lugar de la proximidad entre los hombres y las mujeres, es el espacio geográfico de la organización del contacto.

 

La ciudadanía es la organización de los espacios y las relaciones entre las personas, y entre los grupos y asociaciones de personas.

 

Con la pérdida de la ciudad real viene la pérdida de la vida social. Y con ello, la pérdida de la comunicación real. Disminuye el interés por los lugares y por la gente.

 

La respuesta, ha de ser reencontrar la ciudad como espacio privilegiado para la relación social, reorganizar el lugar de la vida en común.

 


3.- Para descubrirnos responsables.

 

Nos hace falta reconocer que la relación con la otra, con el otro, no depende de una elección personal; tenemos una gran deuda con las otras personas... Una deuda que hemos contraído aun antes de reconocer su existencia.

 

Porque existe una trama de vinculaciones entre los seres humanos derivada de nuestra naturaleza fraterna que nos compromete con unas obligaciones cuya ignorancia no exime de su cumplimiento. Una responsabilidad que es nuestra, de la que no podemos renunciar.

 

Somos responsables también de lo que no hemos hecho.

 



A partir de las concepciones de justicia hoy dominantes (la conservadora, según la cual hacer justicia es garantizar lo propio; la progresista, que defiende el derecho de todos a tener unos mínimos para vivir), ni siquiera es posible defender que el 0,7 % sea un asunto de justicia, pues en ninguna de ellas nos consideramos responsables de la miseria del Sur.

 

Sólo si somos capaces de reconocernos deudores de los otros seres humanos, sólo si aceptamos que existe otras personas que llevan una contabilidad que no coincide con la nuestra..., podemos abrirnos incondicionalmente a la exigencia de prestarle nuestra ayuda.

 


4.- Para redescubrir al prójimo en el próximo.

 

El hecho de que las distancias ya no es lo que era...: estar cerca o lejos ya es otra cosa (se puede estar presente virtualmente, a través de la televisión o de Internet).

 

Pero el prójimo próximo sigue existiendo.

 

La práctica de la solidaridad no es una actividad extraordinaria, al margen de la vida cotidiana, sino algo que puede suceder en el transcurso de esta vida cotidiana, mientras paseamos por la ciudad, mientras nos dirigimos al trabajo, mientras disfrutamos del ocio.

 

El desarrollo de nuestra capacidad de mirar hacia los márgenes del camino, allá donde quedan tendidas las victimas de nuestro modo de vida, sin dejarnos deslumbrar por las luces de neón de las grandes avenidas, de los escaparates llenos de productos de consumo, reflejo de todos los éxitos de nuestra sociedad.

 

La exigencia de detenernos, de romper con la normalidad de nuestra vida, de dejarnos afectar por las victimas hasta el punto de dejar en suspenso lo que nos preponíamos hacer.

 

Y una exigencia que no es opinable, sino absoluta: nada puede justificar el pasar de largo.

 

En definitiva, el voluntariado es toda aquella práctica de solidaridad integrada incondicionalmente en nuestra vida.

 

Es una solidaridad inmediata, que nos permite rasgar el velo de invisibilidad que acompaña a las grandes cifras para mirar cara a cara a la demanda de nuestra ayuda.

 


Sin contradicciones, sin caer en esa disculpa hipócrita del “¿para qué el 0,7 % para el Tercer Mundo con toda la pobreza que tenemos aquí? (pues quien no es solidario con los de “allá”, seguro que tampoco lo es con los de “aquí”).

 

La aportación más específica del voluntariado social tiene que ver con ese descubrimiento de la urgencia de nuestra intervención voluntaria, una intervención cuya responsabilidad no podemos transferir, pues si no nos detenemos y prestamos ayuda, dejamos atrás a la victima concreta que nos la demanda y, junto con ella, dejamos atrás nuestra propia humanidad.

 


5.- Para hacer las paces con nuestra condición humana, que es local y global a un mismo tiempo. 

 

Cuando se discute sobre patriotismo y cosmopolitismo hay una poderosa tendencia a confundir el principio y el final, el punto de partida y el punto de llegada. Seguramente no hay otra manera de ser cosmopolitas que empezar por ser patriotas, aunque se sea patriotas de región, de ciudad o de barrio.

 

Nadie puede plantearse vivir en sociedad si antes no ha encontrado “su identidad”. En un mundo globalizado parece que la vida tiene que ser como un estar siempre “fuera de casa”... Viviendo como extranjeros de vacaciones por el mundo...

 

Extranjeros de vacaciones en el mundo... Eso no es vida auténtica, rehusando el vincularse con quienes están más cerca. La solidaridad con aquellos otros que, por cercanos, conforman un nosotros del que no podemos evadirnos.

 



La sensación de cercanía con los lejanos puede acabar no siendo otra cosa que irresponsabilidad.

 

Es bonito, hasta está bien declararse “ciudadanos del Mundo”. Pero para ser ciudadanos del mundo, no debemos renunciar a nuestras identificaciones locales.

 

Sin dejar de ser lo que somos, estaría bien ir siendo capaces de romper con las perspectivas nacionales para hacer sitio a una nueva perspectiva en defensa de los derechos humanos para todos los seres humanos. Ir optando por nuevas formas de reconocimiento que no dependa de la nacionalidad sino de la humana solidaridad.

 

Es este un viejo sueño: el sueño del reconocimiento incondicionado, de la común e igual dignidad de todas las personas, de la fraternidad universal, de la solidaridad innegociable.

 


El sueño de UN MUNDO MEJOR en el que ningún ser humano pueda ser privado de sus derechos como persona y que este reconocimiento incondicional de sus derechos fundamentales no pueda hacerse depender de su consideración como nacional o como extranjero.

 

Los habitantes del siglo XXI somos herederos de un lenguaje universal: hablamos de dignidad y de igualdad de derechos humanos. Pero estos derechos ¿son para todos los seres humanos?

 


No podemos quedarnos manos cruzadas. Mejor organicémonos. 

 

Hay mucha gente que quiere que las cosas cambien, dispuesta a comprometerse libre y voluntariamente, gratuita y  gozosamente por causas justas. 

 

El voluntariado es como la materialización del grito rebelde de esa parte de la sociedad que no está contenta con lo que hay.  Es el aterrizaje de los sueños proyectados sobre el mapa real de las cosas... Es la búsqueda cabal de lo mejor de la existencia... en este planeta azul que llamamos Tierra.

 


Si queremos un Mundo Mejor, hemos de creernos que es posible. Pues en nuestras manos está:

 

Se trata de unir voluntades de personas de buena voluntad que no sólo piensan o sueñan en que las cosas cambien, sino que lo hacen realidad, con compromisos concretos y reales.

 


El ser humano es un ente político – social. Todas y todos tenemos VOCACIÓN  de crear, de transformar, de HACER HISTORIA.

 

Hacer Historia es, fundamentalmente:

 

-        transformar la realidad social.

-        Hacer realidad lo que es posible,

-        En búsqueda del bienestar (estado del bienestar...)

 

Y la responsabilidad, la marcha de la nuestra historia... está fundamentalmente en manos de tres “gestores” (podríamos decir “potenciales poderes”): El Estado (la clase política), el mercado (las empresas, iniciativas del capital privado) y la ciudadanía (la voluntad cívica). Lo que se define como VOLUNTARIADO.

 


Los políticos están organizados. El mercado está organizado (¡vaya si está organizado!!!), Y la ciudadanía... ¡ha de estar organizada! Es necesario que esté organizada... Si no, el mundo será lo que quieran, decidan y ordenen los poderes políticos y económicos...

 

Hay múltiples cuestiones que han de ser cambiadas, que necesitan ser transformadas... a nivel de nuestras ciudades, a nivel de nuestro país, a nivel mundial...

 
Realidades que ¿quién puede transformar? ¿Quién debe transformar? ¿Todo es función del Estado, de los Estados?

 

Nuestra profunda vocación de “hacer la historia” necesita de nuestras voluntades; pero estas voluntades han de ser organizadas, reunidas, aunadas... para poder hacer un trabajo eficaz en ese reto cotidiano y permanente de mejorar lo mejorable. Se trata de “vivir lo político” desde el día a día, sin afiliación pero sí con entrega; hasta hacer realidad todo eso que es posible.

 

 

3 comentarios:

  1. una razonada exposición y una convincente llamada a la solidaridad, mediante el voluntariado.Todos podemos unir esfuerzos, t constituir ese indestructible poder capaz de crear un mundo más justo Y eso es lo grave, que pudiendo no hacemos nada.El sistema nos tiene enajenados,se ha apoderado de la voluntad de la gente y ha corrompido su moral, su ética.

    ¡ojalá tus palabras muevan voluntades!
    Un abrazo.

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