A veces, los humanos, ponemos límites a nuestro amar. Es como
si nos empeñásemos en “amar con fronteras”.
Quienes, a lo largo de la vida, vamos aprendiendo a amar
(amar de verdad) sabemos que esto es una tarea ardua, no fácil; pues exige
mucha entrega, renunciamientos. Tantas veces, sufrir por el bien de otra persona.
Este aprendizaje nos invita, una y otra vez, a darnos más cuando menos nos
apetece (porque sentimos que la respuesta es nula). No es nada fácil.
Como si el amar fuera una transacción comercial, una
negociación; en la que siempre tuviese que haber una contrapartida.
Por eso, quizás (seguramente), confundimos el amor con el
querer. Conceptos que casi nunca se corresponden, pues “querer” significa
deseo, posesión, búsqueda de una satisfacción propia; mientras que “amar” es
entrega…, sin esperar nada a cambio, es dilección, es don gratuito abierto a
quienes más lo necesitan.
¿Sí… o si?
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