LA GOLONDRINA MIEDOSA
En un lugar del mundo, en un espacio geográfico por muchos conocidos... Y
más concretamente, en una casa de vecinos del barrio sevillano de Triana,
dónde los días son catorce minutos más largos que en el resto del mundo
(porque quien ha visitado ese barrio, sabe que existe ese misterio que es
evidente, aunque nadie lo diga).
Cada año, al llegar el mes de marzo, aparecían ahí las primeras
golondrinas; luego las otras, ya anunciando el verano. En realidad, en este
patio, a lo largo de todo el mes de marzo, van llegando, hasta que,
finalizando el mes, se llena completamente de golondrinas. Son cientos de
aves que, año tras año, siguen viniendo y llenando el patio. Ellas, con su
característico gorjeo “tsuit-tsuit-tsuit”, avisan que ya es el buen tiempo y que es hora de
abrir las ventanas...
Ellas vienen a anidar al mismo sitio, reconstruyendo sus nidos o
haciéndolos nuevos, hasta tener el sitio adecuado dónde van a poner sus
huevos y a alimentar a sus crías hasta que llega el otoño y se ven
empujadas, por los sus propios estímulos interiores, a partir a otra parte
del mundo, quizá África, quizá la Tierra del Fuego...
Pero, aunque de la misma especie, no son iguales todas las golondrinas. Las
hay líderes y valientes, también tranquilas o comodonas y, penosas,
temerosas de todo.
Por cierto que, en este patio del que hablamos, aunque la mayoría eran
alegres y estaban todo el día demostrando su alegría, también vino este año
Re-mi-la, una golondrina un tanto recelosa, tristona, miedosa.
De todos modos, en las tardes de junio, julio y agosto, todas hacían una pequeña fiesta y cantaban y trinaban y hasta bailaban, saltando de un nido a otro; nidos muy bien hechos con barrillo y hierbas del gran río Betis.
Cuando se acercaba el final del verano, todas las golondrinas empezaron a
hacer planes de a dónde irían en las próximas semanas, en torno a la fiesta
de la Virgen de Regla…
Las unas hablaban de ir por el Estrecho de Gibraltar, otras decían que
preferían cruzar el Bósforo; las había que pensaban pasar el invierno en
cualquier lugar tranquilo de África, dónde hubiese bastantes insectos para
comer, pero también estaban las que soñaban con ir a conocer el Cabo de
Buena Esperanza o, algunas más arriesgadas, hablaban de intentar llegar
hasta las Islas Malvinas...
Pero nuestra golondrina Re-mi-la, se puso triste y melancólica. Ella no quería moverse de allí ni ir a
conocer ningún otro lugar: le había gustado aquel patio que olía a río
Guadalquivir y a albahaca y a hierba buena.
Pasaron los días, empezaron a aparecer los aromas del otoño, a asomarse
muchos días, por el hueco del patio, los cielos grises. ¡Era el momento de
emigrar!
Y así es que llegó el día 8 de septiembre y, casi todas, emprendieron el
vuelo. Casi todas, porque sólo se quedó la miedosa Re-mi-la y la bondadosa
Rus-ti-ka que, permaneciendo casi escondida, esperaba, muy condescendiente
con la absurda aptitud de su vecina, a ver la reacción que, por fin tomaba.
La veía muy tristona, pero esperó y esperó.
Un día, que salió un fuerte sol y pareciera que volvía el verano,
Rus-ti-ka pegó un salto hasta el nido de Re-mi-la y le dijo:
- Mira, tontorrona, el otoño ya está aquí. Lo que ahora toca es pasar frío
y hambre, posiblemente esperar que nos visite un día de estos la parca, ¿es
eso lo que tú quieres? Yo te he esperado gentilmente toda esta semana, pero
ya no puedo esperar más, que hoy es la fiesta de la Virgen de Los Dolores y
yo ¡no me quiero morir! Por mucho que te de miedo lo desconocido, tienes que
arriesgar, aprender a lanzarte en pro de un futuro mejor: la vida es siempre
una aventura. Hemos nacido siendo unas golondrinas hirundas y hemos de saber
aceptar nuestra realidad, que además es muy hermosa; pues tenemos alas para
volar, para emprender.
Re-mi-la miró alrededor: el patio estaba solo, ya no había más aves
gorgojeando, las macetas de geranios estaban perdiendo sus flores, el patio
ya no era lo que había sido sólo unas semanas antes. Y, levantando un ala,
se dirigió a Rus-ti-ka y le canturreó de esta manera:
Tú eres la mejor de las amigas,
clemente y entrañable,
me has demostrado compasión
y has esperado confiadamente
en que yo te sabría responder.
Pues bien, esto te digo:
a donde quieras que vaya, yo iré,
tu destino será mi destino
y mi gozo será verte siempre feliz.
¡Cuánta conmigo para volar…
hasta que nos queden fuerza en las alas!
Y colorín colorado, la golondrina que era miedosa, se hizo valiente y vivió
feliz ya para siempre.
(del libro “EL LAGARTO VERDE Y OTROS CUENTOS DEL ABUELO”)
Cuánto sabes del temperamento de las golondrinas, como el mejor de los ornitólogos, para construir una historia, donde "cronicas" a la buena usanza de este género: texto y fotografías. UN abrazo. Carlos
ResponderEliminarPrecioso cuento. Pero además, cuánto de verdad para nuestras vidas. Si tenemos miedo para llevar a cabo alguna cosa lo mejor es contar con una buena compañía.
ResponderEliminarHa sido un placer visitar tu blog
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